jueves, 29 de abril de 2010

CINE EN TV: PASEANDO A MISS DAISY; DALLAS, CIUDAD FRONTERIZA

Paseando a Miss Daisy (Driving Miss Daisy de Bruce Beresford, 1989). Jessica Tandy, Morgan Freeman, Dan Aykroyd. (Televisión del Principado de Asturias, viernes 30 de abril a las 15:30).

Que una película lleve colgado el sambenito de “sobrevalorada” debe ser de las peores cosas que le pueden ocurrir. Paseando a Miss Daisy lo tiene desde que se hizo con cuatro Oscar allá por el año 1990 (y estuvo nominada a nueve), entre ellos el de mejor película. La paradoja del premio que perjudicó al filme. No sé si la cinta se mereció tales galardones, pero de lo que sí estoy seguro es de que merece la pena, y mucho, ser vista.

Bruce Beresford adaptó la obra de teatro (premio Pulitzer del año anterior) de Alfred Uhry a la sazón guionista del largometraje. Y creo que lo hizo muy bien, aunque el tono teatral nunca desaparece de la cinta, hay muchas secuencias que hacen olvidar el medio destinatario de la historia original. Ésta se desarrolla en una ciudad del Sur, desde finales de los años cincuenta hasta los setenta, es decir con el racismo dominando las relaciones entre blancos y negros. En ese entorno, la trama consigue crear un vínculo entre los personajes principales para construir una grata excepción.

A la anciana Miss Daisy (una judía de sangre germánica) se le prohíbe, por el bien de la comunidad, que vuelva a conducir en coche. A pesar de la oposición de Daisy, su hijo contrata a Hoke, un chofer de color que tampoco es ningún jovencito. A partir de aquí las dos personalidades (sobre todo la de la maniática abuela) van progresivamente cambiando desde una abierta hostilidad hasta una cariñosa dependencia. En esa evolución se lucen los actores tanto que no se sabe quién lo hace mejor, si Jessica Tandy, desde su obsesiva persecución contra los que la critican a sus espaldas o por su comportamiento en el vehículo: un machacón y gruñón GPS; o Morgan Freeman, como el paciente, pero firme chofer que maneja todo un atractivo desfile de vehículos a lo largo del metraje que hará las delicias del aficionado –se pueden ver distintos modelos clásicos de Cadillac, Hudson, Plymouth o Chrysler-.

Bruce Beresford gobierna un argumento de enorme simpleza (quizás de aquí pueden surgir las críticas hacia la película), pero lo hace con mucha habilidad para no caer en la sensiblería gratuita o en el aburrimiento. Mientras sólo señala con sutileza los cambios que experimenta la ciudad, es decir lo que sucede en el exterior de la mansión donde viven Hoke y Daisy, en el interior va colocando progresivamente distintos puntos de giro (la sospecha de un robo, el descubrimiento del analfabetismo de Hoke, etc.) que irán acercando a los dos personajes. La soledad y el roce continuo favorecerán esa unión; y sólo la sombra del racismo intentará separarlos.

Creo que en Driving Miss Daisy hay suficientes elementos para que pase la prueba de los años y se convierta por fin en una buena película. No sé ustedes, pero yo ya le he quitado el cartel de “sobrevalorada”.



Dallas, Ciudad Fronteriza (Dallas de Stuart Heisler, 1950). Gary Cooper, Ruth Roman, Raymond Massey. (Canal Aragón TV, domingo 2 de mayo a las 16:45)

Clásico western del eficaz artesano Stuart Heisler, que saca el máximo partido a una estrella de la categoría de Gary Cooper. El actor interpreta a Reb Hollister, un confederado que sigue con su lucha particular a pesar de haber finalizado la contienda. Reb espera vengarse de los hermanos Marlowe (Raymond Massey y Steve Cochran) los mismos que aprovechando la guerra prendieron fuego a su casa matando a toda su familia. Mientras tanto permanece al otro lado de la ley, eso sí protegido por sus amigos del Sur; entre ellos el legendario sheriff Wild Bill Hickok, una licencia de Heisler con la historia en medio de la ficción.

Es decir, una película del Oeste cuyo argumento veremos repetido en más de una ocasión - se me ocurre la excelente El Fuera de la Ley (The Outlaw Josey Wales de Clint Eastwood, 1976)-, pero que contiene varios aspectos interesantes como el del arranque, en el que Reb se alía con un comisario del Norte que ha venido a investigar los crímenes de los Marlowe. La pareja sitúa el filme en el lado de las tan actuales buddy movies. Y es que la personalidad de uno y otro chocan en más de un sentido: uno perseguido por la justicia, el otro el perseguidor; Reb un experto pistolero, Martin (el comisario) un novato; y además, los dos antiguos soldados en bandos opuestos durante la Guerra Civil. Por si fueran pocas las diferencias, una mujer (la atractiva Ruth Roman) se encargará de aumentarlas.

La acción se desarrolla en Dallas, una ciudad en construcción que aún no tiene ayuntamiento y que espera a héroes como Reb para limpiarla de los delincuentes. Seguimos con el guión demasiadas veces visto -ahora recuerdo Dodge, Ciudad sin ley de Michael Curtiz entre muchas otras-, pero qué se puede esperar de Gary Cooper en su brillante madurez (en dos años haría Solo ante el peligro) cuando además tiene enfrente a uno de los mejores “malos” de la historia del cine: Raymond Massey.

Por el lado técnico, la música de Max Steiner y el entrañable technicolor de la época, donde predominan los tonos marrones, dan un caracter épico al conjunto. También el guión acompaña para dar esa impresión gracias a la historia de aprendizaje que subyace entre Reb y Martin, y al tinte crepuscular que envuelve al protagonista cuando alienta a la joven pareja a establecerse en la nueva tierra mientras que a él “se le acaba el tiempo”. Lástima que el final convencional decepcione a los que esperábamos a Coop alejarse a caballo buscando su destino.



jueves, 22 de abril de 2010

CINE EN TV: CUANDO MUERE EL DÍA; CUENTA CONMIGO

Cuando Muere el Día (Sundown de Henry Hathaway, 1941). Gene Tierney, Bruce Cabot, George Sanders. (Popular TV, sábado 24 a las 21:00).

Sundown, realizada en 1941 por Henry Hathaway, cuenta una historia contemporánea que se desarrolla en la Segunda Guerra Mundial con África como escenario. La cinta obtuvo tres nominaciones a los Oscar: la de mejor dirección artística, mejor fotografía y mejor música a cargo del prestigioso Miklos Rozsa (no ganó ninguno, los dos primeros se los llevo Que verde era mi valle, la gran triunfadora). Una película de corte colonialista -una de las especialidades de Hathaway, sus películas más recordadas proceden de ese subgénero de aventuras, pensemos en Tres lanceros bengalíes o La jungla en armas, todas ellas rebosantes de ritmo- que promete entretenimiento de altura, pero que no cumple debido a que la acción se hace esperar demasiado, a que el protagonista es poco carismático (Bruce Cabot) y a que sobra el grandilocuente final.

Pero aquí primaba la propaganda bélica, y la opción de los productores de apoyar la intervención de Estados Unidos en la contienda era habitual. Por ello la trama era bien distinta a aquellas otras cintas propias de las sesiones dobles de los sábados por la tarde. En este caso un destacamento británico tenía que evitar que los nazis suministraran armas a los nativos y así apoyar una sublevación contra los ingleses. Para conducir la historia, Hathaway toma la decisión de hacer prácticamente dos películas en una (quizás esa sea la causa de la ausencia de ritmo) y divide la acción en una subtrama de espionaje y otra más propia del género de aventuras.

La presencia de una princesa medio árabe, medio occidental, consigue darle un empujón a la película para situarla por encima de otros productos de serie B de la época. Me refiero a la aparición estelar de Gene Tierney. Su belleza exótica la encasillaron, en esos primeros años de carrera, en papeles de mestiza misteriosa y mujer inalcanzable. Desde luego lo era para los espectadores de la pantalla (inalcanzable) que debían soñar con ella en esos oscuros días de conflicto mundial. En esta cinta y en la siguiente que rodó ese año (El embrujo de Shangai, de Joseph Von Sternberg) estaba preciosa; su mirada felina y los rasgos orientales fueron determinantes para conseguir superar el casting frente a otras candidatas. Y nosotros nos alegramos de ello, porque gracias a estos papeles pudimos verla en obras maestras como Laura o Noche en la ciudad.

Gene Tierney se encontraba secundada de un grupo de actores que no llegaron nunca a brillar como ella: aunque George Sanders estaba perfecto como oficial británico ordenancista y rígido, Bruce Cabot, el verdadero protagonista de la historia, no convence como héroe. Y eso que estaba muy bien rodeado por otros secundarios de lujo como Sir Cedric Hardwicke o Harry Carey (protagonista legendario de los primeros western de John Ford). Todos ellos cerraban una película coral destinada a entretener al público y a que éste apoyara la causa aliada.




Cuenta Conmigo (Stand by me de Rob Reiner, 1986). Wil Wheaton, River Phoenix, Corey Feldman, Kieffer Sutherland. (Canal 9, domingo 25 a las 10:30)

Es curioso como el tiempo conforma y agrupa las películas según sus estilos cinematográficos con bastante exactitud, perfilando muy bien los lindes entre décadas. Al menos en el cine norteamericano. Si tuviéramos que hablar de los filmes más representativos de los ochenta seguramente nombraríamos a aquellos directores de la “barba” surgidos en la década anterior (Coppola, Spielberg, Scorsese, Lucas, etc.); no dejaríamos de comentar el resurgimiento de los largometrajes de aventuras, fantásticos, de terror o de ciencia ficción; y tampoco podríamos pasar por alto un subgénero infantil-juvenil donde jóvenes actores daban vida a pequeños héroes que buscaban tesoros, se hacían amigos de extraterrestres o viajaban al futuro (o regresaban de él). Los Goonies, Regreso al futuro, El Secreto de la Pirámide, E.T., etc. son aquellas películas ochenteras que marcaron a toda una generación. De todas ellas hay una que podría representarlas perfectamente: Cuenta Conmigo de Rob Reiner.

Basada en un relato de Stephen King, “The Body”, la cinta narra las leves aventuras de cuatro niños en Castle Rock, un pequeño pueblo de Oregón. La historia transcurre en un largo flash-back cuando un escritor recuerda la primera vez que él y sus tres amigos vieron un hombre muerto. Con una estructura de road movie, los cuatro compañeros se adentran en la campiña para hallar el cadáver de un hombre que había desaparecido, y para hacerlo antes que sus enemigos, una pandilla de adolescentes mayores que ellos.

Con la excusa de la aventura para descubrir el finado -McGuffin ideal- Rob Reiner construye un filme emotivo donde la amistad entre los protagonistas, la lealtad y el cariño por encima de clases y prejuicios sociales, es lo verdaderamente importante. El director no disimula su verdadera intención cuando las mejores –y más largas- secuencias son aquellas donde apenas hay acción. Donde no sucede nada interesante que no sea el diálogo entre los cuatro, los juegos, las risas o los cuentos.



El estereotipo de los amigos del colegio (el listo, el gamberro, el gordito, etc.) pronto es reemplazado por aspectos más profundos en la definición de los personajes. Un guión nominado al Oscar va configurando la personalidad de los niños que utilizan el viaje para huir de sus problemas domésticos mientras buscan el cariño de sus compañeros: Gordie (el futuro escritor) vive momentos difíciles, aislado en su propia casa desde la muerte de su hermano mayor; Chris sobrevive a una familia humilde con un padre alcohólico; Teddy intenta evadirse, con su comportamiento extravagante, de la presión social que supone ser hijo de un loco; y Vern, el gordito, pretende superar sus miedos en compañía de los otros tres.

Con pinceladas de autocrítica a la sociedad americana -quien no sepa jugar bien al fútbol americano es un fracasado- y con contrastes entre comportamientos (la pandilla protagonista frente a los otros cuatro más mayores, prácticamente unos delincuentes) Rob Reiner dibuja muy bien la historia con un centro claro: la relación entre el fuerte del grupo y el inteligente (entre Chris y Gordie). La trama se vuelve creíble no sólo por las buenas interpretaciones (el malogrado River Phoenix muy bien secundado por el resto; más los hallazgos ya asentados de Corey Feldman o Kieffer Sutherland) sino por un entorno y una situación reconocible por el público: ¿quién no ha disfrutado del verano con un grupo de amigos parecido?

viernes, 9 de abril de 2010

CINE EN DVD: GIULIETTA DE LOS ESPÍRITUS (Giulietta Degli Spiriti de Federico Fellini, 1965)

Desde hace dos meses, se puede conseguir en las estanterías de las tiendas especializadas el pack “Federico Fellini Collection”. Un conjunto de cuatro películas del director italiano más un documental sobre su vida y obra, lanzadas por la distribuidora Track Media. Los filmes que contiene el pack son La Dolce Vita, Ginger y Fred, Los Inútiles, y el largometraje que vamos a comentar.



Giulietta de los Espíritus no es de las cintas más aclamadas del realizador, ni por público -aunque a nosotros nos encanta- ni por crítica, pero nadie discute su trascendencia a la hora de analizar toda la obra de Fellini. Seguramente por ser la primera vez que el cineasta se enfrentaba al color y, sobre todo, por el alejamiento definitivo de la realidad ya iniciado en el corto de la película colectiva Boccaccio ‘70. Es el comienzo de una etapa que ya no abandonará, el del placer de hacer películas personales, generalmente en el plató, casi sin rodajes en exteriores, con un diseño de producción barroco y con unos personajes directamente extraídos de fantasías oníricas.

En este caso, la trama surrealista se centra en la figura de Giulietta Masina, una mujer de la alta burguesía, que no es feliz en su matrimonio debido a que sospecha que su marido tiene una aventura con otra. Mientras contrata a un detective para confirmar sus sospechas, intenta evadirse participando en las extrañas orgías que organiza su vecina, asistiendo a espectáculos de exóticos gurús o, simplemente, cerrando los ojos para soñar despierta con vivencias antiguas, distorsionadas por su imaginación ya enfermiza.

Para explicar este acercamiento a la locura, Fellini experimenta con todo lo que tiene a su alcance: con la trama, cuando inicia la patología en el momento en que Giulietta (en una de las pocas concesiones que hace Fellini al rodaje en exteriores) se imagina tirando de un cabo desde la orilla del mar para traer una especie de balsa futurista donde viajan las pesadillas que van a atormentarla; o con el color, cuando asigna a su mujer un verde o un rojo intenso y “contagia” al resto del decorado y actores con la misma tonalidad cromática.


Son precisamente los personajes el blanco preferido de Fellini cuando aprovecha el punto de vista deformado de Giulietta. La ansiedad de la protagonista los imagina caricaturizados al máximo; como por ejemplo la pareja de detectives: uno obeso, el otro anoréxico, uno viste de oscuro, el otro de claro; o el señorito español, con José de Villalonga haciendo de José de Villalonga –como siempre-. A partir de este filme, Fellini ya no necesitará ninguna excusa para exagerarlos; así lo hará en Amarcord o en Y la Nave va, por poner sólo dos ejemplos, los que más nos gustan.

La cámara también es objeto de ensayo en Giulietta Degli Spiriti. La acción arranca con una brillante sucesión de planos secuencias donde se cruzan los personajes. Pero lo que busca continuamente el objetivo de Fellini es a su mujer. Y lo que continuamente acompaña a la sonrisa forzada de Giulietta es la excelente música de Nino Rota. Una melodía años veinte que subraya el registro favorito de la intérprete: el del triste payaso maquillado con una mueca feliz. Además el director juega con la dualidad actriz-personaje cuando las dos personalidades coinciden en el nombre; pero también en la situación si atendemos a la fama de mujeriego del propio Fellini.

Por último, destacar lo que a nuestro juicio es lo mejor de la cinta: los dos flash-back que narran la infancia de Giulietta. Son dos cuentos fantásticos, con dos escenarios ideales: el circo y el teatro. Es lógico que el realizador se luzca aquí; el mundo de la carpa y el de las tablas no pueden ser más cercanos a la manera de entender el cine por parte de uno de los grandes: Federico Fellini.


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