Que una película lleve colgado el sambenito de “sobrevalorada” debe ser de las peores cosas que le pueden ocurrir. Paseando a Miss Daisy lo tiene desde que se hizo con cuatro Oscar allá por el año 1990 (y estuvo nominada a nueve), entre ellos el de mejor película. La paradoja del premio que perjudicó al filme. No sé si la cinta se mereció tales galardones, pero de lo que sí estoy seguro es de que merece la pena, y mucho, ser vista.
Bruce Beresford adaptó la obra de teatro (premio Pulitzer del año anterior) de Alfred Uhry a la sazón guionista del largometraje. Y creo que lo hizo muy bien, aunque el tono teatral nunca desaparece de la cinta, hay muchas secuencias que hacen olvidar el medio destinatario de la historia original. Ésta se desarrolla en una ciudad del Sur, desde finales de los años cincuenta hasta los setenta, es decir con el racismo dominando las relaciones entre blancos y negros. En ese entorno, la trama consigue crear un vínculo entre los personajes principales para construir una grata excepción.
A la anciana Miss Daisy (una judía de sangre germánica) se le prohíbe, por el bien de la comunidad, que vuelva a conducir en coche. A pesar de la oposición de Daisy, su hijo contrata a Hoke, un chofer de color que tampoco es ningún jovencito. A partir de aquí las dos personalidades (sobre todo la de la maniática abuela) van progresivamente cambiando desde una abierta hostilidad hasta una cariñosa dependencia. En esa evolución se lucen los actores tanto que no se sabe quién lo hace mejor, si Jessica Tandy, desde su obsesiva persecución contra los que la critican a sus espaldas o por su comportamiento en el vehículo: un machacón y gruñón GPS; o Morgan Freeman, como el paciente, pero firme chofer que maneja todo un atractivo desfile de vehículos a lo largo del metraje que hará las delicias del aficionado –se pueden ver distintos modelos clásicos de Cadillac, Hudson, Plymouth o Chrysler-.
Bruce Beresford gobierna un argumento de enorme simpleza (quizás de aquí pueden surgir las críticas hacia la película), pero lo hace con mucha habilidad para no caer en la sensiblería gratuita o en el aburrimiento. Mientras sólo señala con sutileza los cambios que experimenta la ciudad, es decir lo que sucede en el exterior de la mansión donde viven Hoke y Daisy, en el interior va colocando progresivamente distintos puntos de giro (la sospecha de un robo, el descubrimiento del analfabetismo de Hoke, etc.) que irán acercando a los dos personajes. La soledad y el roce continuo favorecerán esa unión; y sólo la sombra del racismo intentará separarlos.
Creo que en Driving Miss Daisy hay suficientes elementos para que pase la prueba de los años y se convierta por fin en una buena película. No sé ustedes, pero yo ya le he quitado el cartel de “sobrevalorada”.
Dallas, Ciudad Fronteriza (Dallas de Stuart Heisler, 1950). Gary Cooper, Ruth Roman, Raymond Massey. (Canal Aragón TV, domingo 2 de mayo a las 16:45)
Clásico western del eficaz artesano Stuart Heisler, que saca el máximo partido a una estrella de la categoría de Gary Cooper. El actor interpreta a Reb Hollister, un confederado que sigue con su lucha particular a pesar de haber finalizado la contienda. Reb espera vengarse de los hermanos Marlowe (Raymond Massey y Steve Cochran) los mismos que aprovechando la guerra prendieron fuego a su casa matando a toda su familia. Mientras tanto permanece al otro lado de la ley, eso sí protegido por sus amigos del Sur; entre ellos el legendario sheriff Wild Bill Hickok, una licencia de Heisler con la historia en medio de la ficción.
Es decir, una película del Oeste cuyo argumento veremos repetido en más de una ocasión - se me ocurre la excelente El Fuera de la Ley (The Outlaw Josey Wales de Clint Eastwood, 1976)-, pero que contiene varios aspectos interesantes como el del arranque, en el que Reb se alía con un comisario del Norte que ha venido a investigar los crímenes de los Marlowe. La pareja sitúa el filme en el lado de las tan actuales buddy movies. Y es que la personalidad de uno y otro chocan en más de un sentido: uno perseguido por la justicia, el otro el perseguidor; Reb un experto pistolero, Martin (el comisario) un novato; y además, los dos antiguos soldados en bandos opuestos durante la Guerra Civil. Por si fueran pocas las diferencias, una mujer (la atractiva Ruth Roman) se encargará de aumentarlas.
La acción se desarrolla en Dallas, una ciudad en construcción que aún no tiene ayuntamiento y que espera a héroes como Reb para limpiarla de los delincuentes. Seguimos con el guión demasiadas veces visto -ahora recuerdo Dodge, Ciudad sin ley de Michael Curtiz entre muchas otras-, pero qué se puede esperar de Gary Cooper en su brillante madurez (en dos años haría Solo ante el peligro) cuando además tiene enfrente a uno de los mejores “malos” de la historia del cine: Raymond Massey.
Por el lado técnico, la música de Max Steiner y el entrañable technicolor de la época, donde predominan los tonos marrones, dan un caracter épico al conjunto. También el guión acompaña para dar esa impresión gracias a la historia de aprendizaje que subyace entre Reb y Martin, y al tinte crepuscular que envuelve al protagonista cuando alienta a la joven pareja a establecerse en la nueva tierra mientras que a él “se le acaba el tiempo”. Lástima que el final convencional decepcione a los que esperábamos a Coop alejarse a caballo buscando su destino.