Unas
horas antes de la gala inaugural del festival de cine de Sevilla, hemos asistido
a nuestra primera película de la Sección Oficial: al esperado largometraje de
Danis Tanovic; cinta que también compite por el premio del público
destinado a los filmes seleccionados por la EFA (European Film Academy) para sus galardones anuales, y que ya ganó dos osos de plata en la pasada Berlinale.

La organización del certamen andaluz compara la cinta del director bosnio con El ladrón de bicicletas (Ladri di bicicletti de Vittorio de Sica, 1948) y no les falta razón en cuanto a que la intención del realizador es dotar a la historia de un verismo crudo gracias a un entorno sobrio y a una trama donde la principal baza dramática es la desesperación del protagonista:
Nazif (actores
y personajes comparten nombre, son ellos) es un padre de familia que malvive recogiendo
chatarra. Un trabajo que apenas le da para dar de comer a su mujer y a sus dos
hijas. En pleno invierno, cuando sobrevivir es aún más duro, Senada, la mujer
de Nazif, sufre un inoportuno aborto y necesita operarse de urgencia. Su vida
corre peligro. El problema es que la familia carece de cobertura médica y el
coste de la operación de Senada es inalcanzable para su maltrecha economía. Un
contratiempo que es suficiente para que todo se venga abajo en el frágil mundo
de Nazif.
En esta introducción,
Tanovic nos guía pausadamente, pero con habilidad, a través de un día cualquiera
en la vida de la familia. Así, podemos observar cómo las niñas dependen
totalmente de la madre —aún muy pequeñas para valerse solas— y llegamos a saber lo poco que da
de sí el mísero sueldo de un buen día en la venta de chatarra. Todo para que
después de recibir la mala noticia de la enfermedad de Senada nos pongamos en
la piel de Nazif y nos preocupemos con él por la imposibilidad del pago de la
operación y por el incierto futuro de sus hijas. Es en este momento cuando
damos gracias por vivir en una nación con un sistema sanitario de cobertura
universal. No lo perdamos.
Danis
Tanovic aborda este drama urbano —casi una tragedia— de una forma artesanal
para dotar de mayor sensación de realidad a la historia. Con una técnica de
cámara al hombro, el director huye de cualquier adorno extra para seguir los
titubeantes pasos de Nazif en su lucha contra la burocracia: da la impresión de
que para el protagonista sólo existe una estación, el invierno; no hay paisajes
agradables en un pueblo de chabolas y basura; y de la ciudad sólo destaca el
humo de sus chimeneas y la presencia desagradable de una central eléctrica. Cuando
todo se hunde en la vida de Nazif, recoger chatarra se hace aún más cuesta
arriba —literalmente—, y el único resquicio a la esperanza es la limitada ayuda
que le prestan unos vecinos que se encuentran en similares condiciones.
El
ropaje de modernidad, de extrema realidad y casi documental, con el que se
viste la película contrasta con un guión clásico dividido en tres actos, y con
los dos habituales puntos de giros (el primero ocurre cuando Senada cae
enferma, el segundo no lo desvelamos). Una estructura muy reconocible para un
filme duro donde la referencia a la historia reciente de Bosnia Herzegovina, a
su conflicto bélico, no podía faltar.
Aunque
preferimos al Tanovic de En tierra de nadie (No Man’s Land, 2001) y echamos en falta
algo de su humor característico, este Episodio en la vida de un chatarrero
—irónico y terrible título— tiene un indudable atractivo y una moraleja que
podría ser la siguiente: Dios aprieta, e incluso parece que ahoga; sobre todo a
los pobres.
