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domingo, 16 de abril de 2023

2 X 1: "UN SUEÑO AMERICANO" y "ESPOSA DE GUERRA JAPONESA" (King Vidor)

Un sueño americano (An American Romance, 1944) 

La carrera de King Vidor, un gigante del cine norteamericano y acaso del mundial, tuvo un carácter ascendente desde que comenzó como proyeccionista en su ciudad natal hasta que llego a dirigir obras maestras como El gran desfile (The Big Parade, 1925) o …Y el mundo marcha (The Crowd, 1928), cumbres de su obra en el cine mudo, siempre con un trasfondo moral que aprendió gracias a su madre, seguidora de las teorías de la Christian Science. En los años treinta, en la época del realismo crítico, volvió a interesarse por esos temas sociales con El pan nuestro de cada día (1934), una excelente utopía donde la protagonista era una cooperativa agrícola. Alejado de estos mensajes sociopolíticos que le dieron sus mejores obras, volvió a ellos en un par de ocasiones que vamos a comentar: 

En Un sueño americano, Vidor narra la historia de un emigrante ruso (Brian Donlevy) desde que llega a Estados Unidos hasta que se convierte en un magnate de la industria del automóvil. El filme transcurre desde finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial. Una película-río, donde el protagonista se casa con la maestra que le enseña a leer, tiene cinco hijos y pasa por diversos trabajos (una mina de hierro, una fábrica de acero, la producción en serie de coches y, finalmente, la de aviones para el ejército) en los que va ascendiendo progresivamente de categoría gracias a su esfuerzo y ambición.

En realidad es una cinta de propaganda bélica, realizada durante la guerra, pero se convierte en una de las obras más personales de Vidor, con incursiones en el tema de los sindicatos y los derechos de los trabajadores, temas afines al contexto social del momento, con un aliado como la Unión Soviética en su lucha contra los nazis. El largometraje tiene cierto aire autobiográfico, cuando los abuelos de Vidor fueron emigrantes húngaros, y además es un interesante documento sobre la fabricación del acero y la de coches y aviones en serie.  

 

Destaca la interpretación de Brian Donlevy, seguramente en uno de los mejores papeles de su larga carrera, donde siempre había destacado en registros de personaje malvado. Aquí es un ambicioso inmigrante que en su cumbre como empresario se enfrenta a los sindicatos, donde su propio hijo es uno de los representantes de los obreros (y el narrador de la historia). El magnate abandona su puesto cuando se ve derrotado por los trabajadores, pero vuelve en el momento en el que el gobierno solicita su ayuda para fabricar aeronaves.

Un sueño americano (por una vez, y sin que sirva de precedente, nos gusta más la traducción española que el título original: An American Romance) fue mutilada por la Metro debido a su larga duración y el resultado no tuvo ni buenas críticas ni éxito entre el público. Solo más tarde, cuando se pudo ver completa, se demostró que era una de las mejores cintas de King Vidor.

 

Esposa de guerra japonesa (Japanese War Bride, 1952)

Otra cinta de King Vidor que pasó sin pena ni gloria fue Esposa de guerra japonesa. Una cinta que vista hoy en día tiene unas cuantas virtudes y se deja ver con agrado. Película de posguerra donde Vidor se adentra en el complejo mundo de los soldados que regresan después de combatir, en este caso agravado por haber contraído matrimonio con una nativa.

La película se centra en la japonesa Tae (Shirley Yamaguchi, actriz china), flamante novia, casada con Jim, el soldado que vuelve del frente (Don Taylor), y el conflicto que surge cuando ambos tienen que vivir en la casa de los padres y del hermano del protagonista, a la sazón casado con una antigua novia de Jim. Los celos de la cuñada, antiguos amores no resueltos, y las heridas de una guerra que aún no han cicatrizado se vuelven en contra de una inadaptada Tae que, para más disgustos, se encuentra embarazada.

Un melodrama en toda regla, pues, pero matizado con los temas sociales que le interesan a Vidor, ahora sobre los problemas de la integración en la sociedad norteamericana de una mujer, antigua enemiga para algunos que han sufrido pérdidas en el conflicto. Eso sin contar lo que supone un matrimonio interracial en una sociedad tan intolerante y racista, y más en aquella época.

 

En realidad se trata de otro sueño americano, esta vez truncado, donde la pareja ansía tener su hogar y llenarlo de niños (hasta se construyen la casa con sus propias manos). De forma tangencial se ve la mano del Vidor que tanto éxito tuvo en el periodo mudo con este tipo de películas: aquellas en las que planteaba los problemas de una pareja para salir adelante en un mundo lleno de prejuicios. También hay algo de documento cuando presenta la plantación de hortalizas en California, la cosecha y el empaquetado en la fábrica.

En el filme, sobresalen algunas secuencias muy bien filmadas por Vidor, como aquella en la que Jim vuelve a casa: el director “pierde el tiempo” en pasear al protagonista por todas las estancias, una a una, del hogar de su infancia, hasta se para en la cocina para oler el guiso de su madre que le retrotrae a una vida más feliz, la de antes de la guerra. Buena interpretación de Yamaguchi, muy sentida, y fuerte presencia del gigante, a su lado, Don Taylor (futuro director de cine), que tiene que agacharse en más de una secuencia para ponerse a la altura del resto de personajes.




lunes, 7 de mayo de 2018

2 X 1: "EL MILAGRO DE MORGAN CREEK" y "SALVE HÉROE VICTORIOSO" (Preston Sturges)

El milagro de Morgan Creek (The Miracle of Morgan’s Creek, 1943)

Preston Sturges procedía de Broadway como tantos otros escritores que se pasaron al cine cuando éste comenzó a hablar. Sus comedias para la gran pantalla eran o adaptaciones de obras de teatro suyas, o ideas originales, pero siempre con un punto de crítica social (más de un punto en muchas ocasiones).

Después de su trilogía de obras maestras, por las que es recordado: Las tres noches de Eva (The Lady Eve, 1941), Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travel, 1941) y Un marido rico (The Palm Beach Story, 1942), Sturges realizó dos películas muy parecidas, con el mismo protagonista, Eddie Bracken, y tan delirantes como las anteriores.

En El milagro de Morgan Creek, Eddie es un joven deprimido porque su novia (Betty Hutton) pasa de él, y porque encima se ha quedado embarazada de otro. El problema es que la joven no sabe quién se acostó con ella, sólo recuerda que era un marine. Para rematar el enredo, la preñada tiene una idea genial: casarse con el pobre Eddie, que se hará cargo de ella y los niños, claro que no saben que dará a luz ¡sextillizos!


Con esa historia tan surrealista, Morgan Creek, como en las mejores películas de Sturges, es una screwball comedy con diálogos tan punzantes como ácidos y con una trama tan alocada que no deja respirar al espectador. Éste asiste al absurdo en el que se ve envuelto Eddie, que no quiere casarse, al menos no de esa forma, que no desea ser padre, que no quiere hacerse pasar por soldado, que no sabe cómo decirle a su suegro que tiene que casarse de penalti, que, en fin, quiere desaparecer del mapa.

Aunque el tono de sátira y el estilo realista de sus cintas era toda una innovación en aquellos primeros años cuarenta, Sturges no renunciaba a elementos tradicionales de las películas de humor de toda la vida, las que él había visto en los cines desde joven. De hecho, le encantaba el slapstick y sabía cómo introducirlo en sus largometrajes para provocar las carcajadas del público sin que pareciera anticuado. Así lo hizo también en su siguiente colaboración con el humorista Eddie Bracken:





Salve, héroe victorioso (Hail the Conquering Hero, 1944)

Después de un año en el frente, Eddie vuelve a casa con una noticia sorprendente: va a reconocer que nunca se llegó a alistar, que en realidad ha pasado el año en un astillero. En su momento le dio vergüenza confesar que lo habían dado por inútil debido a una alergia. En el camino a casa, se encuentra con unos combatientes de verdad que quieren que siga con el engaño para evitarle el disgusto a la madre de Eddie. El lío ya está servido, pues todo el pueblo lo recibirá como un héroe, y hasta lo proclamará como el nuevo alcalde.

Salve, héroe victorioso es, por tanto, tan delirante como Morgan Creek, y con muchos elementos en común con aquella. Ambas tramas se basan en un engaño, una farsa en la que se ve envuelto el atónito protagonista, que no hace más que protestar en todo momento sin poder evitar el enredo, ya sea por culpa de su novia embarazada de sextillizos, o por la insistencia de los marines (también son seis) que desean agradar a la madre de Eddie. Las quejas airadas de Eddie Bracken contrastan con el grave semblante de su antagonista en los dos filmes: el gran secundario que era William Demarest (el padre de la novia, en el primero de los largometrajes, o el sargento marine, en el segundo).

Otro denominador común tiene que ver con el contexto de conflicto mundial, pues ambas películas se realizaron mientras se luchaba en Europa y en el Pacífico. Lo que la guerra trae a un pequeño pueblo es en realidad el eje central de la trama: cuando en una relación fugaz de una sola noche, un soldado deja embarazada a la protagonista y luego se va al frente; o cuando un falso héroe regresa victorioso a casa revolucionando al pueblo entero.



Sturges, fiel a la visión crítica de la sociedad, sitúa en el punto de mira de sus frases ácidas a la clase política. En las dos cintas la corrupción de los representantes del pueblo está más que presente. En la primera, Sturges, de una forma muy original, recurre a su debut como director, El gran McGinty (The Great McGinty, 1940), para realizar un cameo de los dos personajes principales, los corruptos McGinty (Brian Donlevy) y el “Boss” (Akim Tamiroff), y hasta los incluye en los créditos, no a los actores, sino ¡a los propios personajes!; en la segunda, es igual de explícito cuando el corrupto alcalde se vuelve a presentar para la enésima reelección. Es el Gran McGinty de turno: entre otras ilegalidades, en la presentación de su candidatura y en cada mitin, siempre hace propaganda de su propia empresa.

Ese era el moderno y polémico estilo de Sturges, que brilló en una filmografía escasa de tan solo doce películas, si no contamos los innumerables guiones que escribió en la década de los treinta, colaborando con directores como Leisen o Hawks. Sólo cuando se cansó de que otros realizasen sus libretos, fue cuando se pasó a la dirección. 





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