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jueves, 13 de octubre de 2011

NIGHT MUST FALL (Richard Thorpe, 1937)

Noël Simsolo en su interesante ensayo sobre el género negro (El Cine Negro, Pesadillas Verdaderas y Falsas, Ed. Alianza, 2007), y en el capítulo dedicado a los antecedentes, habla de las películas de gángsteres, de los thriller fantásticos, de los dramas carcelarios, de los filmes de propaganda bélica y de las cintas que se acercan al psicoanálisis, todas como precursoras del ciclo negro que —según el autor— arranca en 1944. Del último grupo ("los fantasmas del psicoanálisis", los llega a nombrar) destaca algunas cintas, entre ellas el largometraje de Richard Thorpe del que hoy vamos a tratar.



Simsolo acierta con el ejemplo —nos parece una película oscura en toda regla— aunque luego la destierre cuando la sitúa entre los filmes de suspense que se apartan del cine negro. No es de extrañar ese ir y venir en la clasificación de esta rareza que navega entre el thriller, la comedia, el drama, las películas de terror y —por fin— el noir. Y ese es uno de sus activos, la ambigüedad de los personajes y de la trama en sí. De hecho el espectador no sabrá a que atenerse, y se quedará atrapado en la historia esperando cualquier nuevo cambio que decida, finalmente, el tono de la película.

La culpa de todo la tiene el guión, basado en la obra de teatro de Emlyn Williams, que comienza con la noticia de la desaparición de una mujer del hotel donde se alojaba. Se trata del mismo albergue donde trabaja de botones el simpático Danny (Robert Montgomery). El cuerpo es localizado más tarde, enterrado en el bosque, pero sin cabeza. El macabro hallazgo sucede muy cerca de la vivienda de la inaguantable Mrs. Bramson (Dame May Whitty, estupenda) donde también vive su sobrina, y dama de compañía, Olivia (Rosalind Russell). El conflicto que propone el autor arranca cuando Danny consigue ganarse a la anciana y se muda a la casa de campo para trabajar como criado. De su equipaje destaca un porta sombreros con el tamaño justo para albergar una cabeza humana... Olivia comienza a sospechar —y el público también— de las verdaderas intenciones del encantador Danny: hacerse con las joyas de la anciana y, muy posiblemente, acabar con ella.


Night Must Fall, debido a su origen teatral (es cierto que se nota demasiado, pero ya hemos opinado aquí más de una vez que no nos debe importar este hecho siempre y cuando el resultado final sea de calidad) es una película de y para los actores. Y eso que la primera presencia de Robert Montgomery provoca casi la carcajada. Lo ridículo que está el, generalmente serio, actor con ese cigarrillo cayéndole lánguidamente de la comisura de los labios, y esos pantalones bombachos que le dan un aspecto entre cómico y surrealista, hacen que Montgomery se encuentre al borde del fallo de casting. Sin embargo, metro a metro del filme, se va haciendo con el personaje hasta meterse de lleno en la piel de ese simpático embaucador profundamente perturbado. Un personaje que pondrá a prueba al actor cuando éste tenga que someterse a bruscos cambios de registro.

Su pareja en el largometraje, Rosalind Russell, tiene más suerte al encarnar a Olivia —y creemos que lo hace mejor— al ser un personaje más homogéneo, también ambiguo (¿es que no le importa que asesinen a su tía?); y eso que se sitúa lejos de los papeles de comedias o de los dramones en los que la estrella se especializó. Otra que lo borda (tiempo tuvo para perfeccionarlo cuando lo interpretó en teatro y radio) es Dame May Whitty, la vieja cascarrabias que se deja embaucar por Danny, pero que no aguanta a su sobrina.


La cinta no trata de engañar al espectador que descubre enseguida que no se halla ante un whodunit policíaco ni nada por el estilo: el público sabe en todo momento cuál es la situación. Igual que Olivia, sospecha de Danny, pero se sorprende de la actitud pasiva de la mujer. Un comportamiento casi masoquista o morboso al sentirse atraída por un más que seguro psicópata. Quizás esta sea la circunstancia que hace que la película tenga ese ambiente tan denso —y tenso— y gane tantos enteros: la atracción imprudente hacia el peligro.

Night Must Fall, dirigida por el todo terreno Richard Thorpe (famoso por sus excelentes filmes de aventuras), tuvo un remake en 1964 (realizado por Karel Reisz con Albert Finney en el papel de Danny), bastante interesante. Hoy en día la cinta de Thorpe se halla algo perdida, aquí recomendamos su visión por lo peculiar, lo curiosa, incluso lo extraña. Nosotros sí la encuadramos en el género negro, aunque sólo sea por su ambigüedad; ese detalle que la hace tan sumamente atractiva.

Ver Ficha de Night Must Fall


sábado, 2 de mayo de 2009

CINE FÓRUM: SÁBADO NOCHE, DOMINGO MAÑANA (Saturday Night and Sunday Morning de Karel Reisz, 1960)

Acudimos de nuevo a nuestra sala preferida para compartir con nuestros lectores el análisis de una secuencia, esta vez perteneciente a la excelente película de Karel Reisz, Sábado Noche, Domingo Mañana, a su vez representativa de uno de los movimientos cinematográficos más influyentes de la historia: El Free Cinema.



Contemporáneo de otras nueva olas que surgieron a finales de la década de los cincuenta, el Free Cinema nació como parte de un todo artístico que quería plasmar la realidad social a través de sus distintas formas de expresión. Junto a Karel Reisz -uno de los directores comprometidos con dicha corriente-, Tony Richardson, Jack Clayton, John Schlesinger y Lindsay Anderson -entre otros- consiguieron darle la vuelta a todo el sistema de producción del Reino Unido con sus películas independientes; ellos apostaron por un cine joven y fresco mientras el resto del panorama cinematográfico anglosajón se hundía en una crisis sin precedentes.

Lo realmente novedoso de filmes como Saturday Night and Sunday Morning, es la cercanía de los personajes. Los “héroes” dejan de ser distantes para el público; el espectador se identifica con ellos y la sensación de que cualquiera podría ser el protagonista de la historia se convierte en el mayor atractivo de la cinta. En el arranque de Sábado Noche…, Karel Reisz presenta a Arthur, un vulgar obrero de una de las muchas fábricas que pueblan las ciudades industriales británicas. Sus pensamientos resuenan en los créditos, y no pueden ser más directos: alejados de toda intelectualidad, y sumergidos en la dura realidad, expresan los deseos de aguantar la semana como se pueda, trabajando lo mínimo admisible, para luego gastarse la paga el sábado, cogerse la borrachera de turno y acostarse con chicas ocasionales que no supongan ninguna responsabilidad añadida.

Sólo las ideas aparentan progresismo cuando Arthur critica la explotación de la clase obrera, o la urbanización arrolladora, alienante y especulativa. Pero es una ideología falsa. Son creencias que finalmente no cuajan debido a la propia crispación del personaje que no piensa mover un dedo para luchar por ellas. Prefiere vivir lo mejor posible y aprovecharse de la situación al menor descuido de la sociedad en la que le ha tocado vivir.

Los decorados realistas por donde transitan los personajes son siempre los mismos: los suburbios de la ciudad y sus alrededores; las ruidosas tabernas donde el sudor se mezcla con la cerveza negra y la risa se convierte en amargura; y las diminutas habitaciones de unos adosados que, a modo de nichos, circunvalan a las humeantes chimeneas de las fábricas, primas hermanas de las que emergen de los crematorios.

La cámara que acompaña a la trama, se vuelve inquieta de forma progresiva y se rebela como hacen los personajes. Los encuadres fijos dan paso a angulaciones extrañas y a seguimientos de la acción con "cámara al hombro". La crispación transforma el objetivo; y la fotografía se torna en obscura a medida que lo hace la narrativa a la que adorna.

Para asociar el protagonista desencantado con un rostro de joven duro e inconformista nada mejor que acudir a Albert Finney. Eso debió pensar Karel Reisz con muy buen criterio. El impagable actor ya pertenece a la talentosa serie de profesionales que interpretaron a los personajes del Free Cinema; junto a él, Tom Courtenay, Alan Bates, Laurence Harvey o Richard Burton, este último protagonista de Mirando hacia atrás con ira (Look Back in Anger, Tony Richardson, 1958), la cinta de la que se ha extraído el calificativo de “jóvenes airados” para nombrar a los personajes e intérpretes de dicho movimiento.

Una tendencia cinematográfica tan importante que ha evolucionado hacia el cine de directores como, por ejemplo, Ken Loach o Michael Winterbotton; y que ha provocado la aparición del típico realizador británico “dual”: aquél que hace películas de índole comercial en Estados Unidos y personales, de temática social, en su país (Neil Jordan, Stephen Frears, el propio Schlesinger, etc.).

La influencia del Free Cinema es tan extensa, en el tiempo y en las distintas formas de expresión, que grupos de rock actuales como Los Artic Monkeys deben el título de su primer álbum, “Whatever People Say I Am, That's What I'm Not”, a una de las frases del guión de una célebre película: Sábado Noche, Domingo Mañana.





Vayamos ya a la secuencia a analizar. Se trata de una escena de la segunda mitad de la película: Arthur (Albert Finney) tiene una cita con Brenda (Rachel Roberts). Los dos amantes se reúnen para tratar del embarazo no deseado de ella, fruto de la relación adúltera que ambos profesan (Brenda está casada con otro obrero al que Arthur detesta).



La secuencia arranca con la llegada de Brenda a lo que parece un mirador. En el plano justo anterior al comienzo de la escena (fotogramas que no he podido incluir) se ve como Brenda sube una empinada cuesta para llegar al lugar de la cita. Reisz anuncia, con esa toma, la pesada carga que lleva la mujer, y lo difícil que le va a resultar solventar la situación, sobre todo teniendo en cuenta el carácter egocéntrico de su amante.

A partir de aquí, la secuencia se estructura en dos partes muy diferenciadas: en la primera, la pareja dialoga apoyada en la barandilla de la terraza. Destaca el "paisaje" (aludido de forma irónica por Arthur) que se divisa desde el mirador: una panorámica de la ciudad cubierta de una pesada niebla, presidida por las chimeneas de una fábrica pestilente, que sustituye a lo que debería ser un monumento, una iglesia o una catedral. Es el “decorado” antes mencionado. Un telón de fondo muy adecuado para la desagradable conversación que mantiene la pareja: el último intento –fallido- de aborto.

La escena pasa a la segunda fase cuando Brenda, bruscamente, cambia de tema para preguntarle si le está engañando con otra mujer. Es cuando los amantes atraviesan un arco y se refugian en una especie de callejón oscuro; el escondite que les proporciona el director para que sus miserias no salgan a la luz del día.

Por último, añadir un detalle: justo antes de llegar al pasadizo, Brenda se cruza con una pareja de ancianos que pasean felices del brazo. Es el futuro que hubiera soñado para ella, pero que, inevitablemente, se aleja para siempre…




jueves, 26 de marzo de 2009

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 27 de marzo al 2 de abril de 2009)

A las puertas de la Semana Santa ya asoman películas propias de estas fechas como Los Diez Mandamientos, que acompañan a otras cintas interesantes, todas ofrecidas por los canales televisivos nacionales y autonómicos. Son largometrajes tan buenos, que incluyen en la lista a La Noche del Cazador de Charles Laughton, a Los Pájaros de Hitchcock, a La Mujer Pantera de Tourneur, a Río Grande de John Ford, a Tess de Polanski o a Almas sin conciencia de Fellini, entre muchos otros.

Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)


Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:


El Dorado (Howard Hawks, 1967) John Wayne, Robert Mitchum, James Caan. (IB3 y CARTV, viernes 27 a las 17:50 y sábado 28 a las 14:45, respectivamente)

El Dorado es un remake de Río Bravo (1959) y un anticipo de Río Lobo (1970), todas de Howard Hawks, uno de los grandes. Con esta trilogía el genial director quiso ofrecer una alternativa a Solo ante el peligro (High Noon de Fred Zinnemann, 1952). Y lo consiguió: el sheriff sólo necesita de sus colaboradores (un borracho, un anciano y un muchacho imberbe) para solucionar sus problemas, dejando al margen al pueblo que para eso lo eligió... leer más



Hombres Intrépidos (The Long Voyage Home de John Ford, 1940). John Wayne, Thomas Mitchell. (Popular TV, sábado 28 a las 18:00)

John Ford influenciado por el expresionismo, crea una obra maestra. Es en sí pesimista y va claramente en contra de la corriente de la época, de fervor patriótico y propaganda pro-bélica. Es la antítesis de la aventura, es un alegato a la soledad, a la cruda realidad de unos hombres que se gastan la paga de dos años en una noche y que no tienen más remedio que volver a embarcar para subsistir… leer más



Arabesco (Arabesque de Stanley Donen, 1966). Gregory Peck, Sophia Loren. (Telemadrid, domingo 29 a las 22:00)

Película entretenida de Donen que quiere emular a la excelente Charada (Charade, 1963), pero que lo consigue sólo a medias. Otra vez la música de Henry Mancini, y los créditos de Maurice Binder, son magníficos, pero la acción no está a la altura. Espejos y grandes angulares –demasiados- estropean una trama que quiso tener un aspecto original. Lo más interesante es ver a la pareja Sophia Loren-Gregory Peck imitando a la mejor Audrie Hepburn-Cary Grant. Los guiños a Hitchcock siguen siendo evidentes.



Big Fish (Tim Burton, 2003). Ewan McGregor, Albert Finney, Jessica Lange. (TvCanaria, miércoles 1 a las 21:15)

Reconozco que no soy muy entusiasta de Tim Burton y que me cuesta bastante ver sus películas, sobre todo las últimas. A pesar de esto, Big Fish me resultó interesante gracias a su apartado técnico y a la original forma de contar las historias que tiene el director de Ed Wood.

Burton sigue fiel a su manera de entender el cine y la vida misma, pero esta vez se retrata aún más que en anteriores producciones cuando la película quiere homenajear a aquellas personas que se resisten a crecer. A los eternos jóvenes que siguen viviendo sus historias, cada vez más cercanas a lo imposible.

El realizador acierta con la pareja protagonista al elegir a Ewan McGregor y Albert Finney (el mismo personaje, a diferentes edades). Mientras que la puesta en escena se rodea de una fotografía muy estudiada: una paleta de colores intensa, con algún matiz gótico (no se resiste Burton a incluirlo) para las narraciones fantásticas; y un tono más convencional para la vida real.

Y es que la cinta se desarrolla a caballo entre la realidad y la ficción. Cada flash-back es un relato diferente lo que le da a la cinta, en su primera parte, un carácter episódico muy atractivo. Las referencias a cuentos, películas infantiles tradicionales, como El Mago de Oz, y a sus propias creaciones, son continuas.

La estructura evoluciona a medida que lo verdadero y lo imaginario van mezclándose. La ilusión se introduce progresivamente en la acción cotidiana para llegar a confundirse en la mente del protagonista –y en la de su hijo, a pesar de su oposición-. Pero también en la del espectador que le resulta difícil diferenciarlas, y no tiene más remedio que rendirse al punto de vista irreal del director. La disolución total llega con el excelente final; lo mejor de la película, y del propio Burton en la última década.


miércoles, 6 de agosto de 2008

ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO (Before The Devil Knows You're Dead de Sidney Lumet, 2007)

Recuerde aquellos pesadísimos días de mudanza –yo, desgraciadamente, he tenido muchos-, a la hora de decorar una habitación y después de haber elegido el color que le gustaba para sus paredes, de colocar sus muebles favoritos y de colgar sus mejores cuadros, después de todo eso ¿no ha tenido la sensación de que el resultado no era el deseado y de que algo no encajaba? Una impresión parecida es la que me ha provocado la visión de la última película de mi admirado Sidney Lumet. Y es que, a priori, el proyecto contaba con unos activos magníficos (prestigioso director, excelentes actores, historia atractiva...) para que la cinta hubiera acabado como una de las mejores del año. La realidad ha sido bien distinta.


Es cierto que la técnica utilizada ha sido la adecuada. Lumet, todo un lobo de mar cinematográfico, ha sabido capear el temporal fotográfico que le imponía una historia tan oscura como la de dos hermanos desesperados que roban el negocio de sus padres. La dura luz sobre los rostros de los protagonistas y el acertado uso del gran angular para los momentos de tensión o el teleobjetivo para subrayar el agobiante entorno de la ciudad, confirman la profesionalidad de este gran realizador. Su dominio de la cámara en interiores ya no sorprende a nadie después de los ejercicios de estilo realizados en más de cincuenta años de carrera. El problema no ha sido técnico, no, lo que ha fallado es casi todo lo demás.

El apartarse de una estructura lineal puede resultar interesante (Lumet ya ha experimentado con flash back en anteriores producciones de manera brillante, piénsese en El Prestamista) siempre que se respete el juego que cada uno se imponga. Me explico: si el punto de vista es lo que señala cada ruptura de la trama, habrá que tener especial cuidado en no perderlo en ningún momento. No se deben montar escenas donde el personaje desde el que se está narrando no esté presente. Lumet comete ese fallo en todos los episodios, no sé si de forma intencionada; el caso es que no queda bien.

La trama es previsible, pero ese no es el error, de hecho el realizador avisa con buen criterio de lo que se avecina cuando, en el arranque, los ladrones se cruzan con una siniestra furgoneta, un coche negro de aspecto fúnebre. Es el desarrollo final lo que da al traste con todo lo realizado anteriormente: una anómala conclusión que no encaja con el realismo que suele acompañar a las mejores cintas de Lumet.


Esa realidad entendida por el director en 12 Hombres sin piedad, Larga jornada hacia la noche o Tarde de Perros es el resultado de un trabajo previo extraordinario con actores y actrices. Me gustaría saber qué es lo que ha ocurrido en esta ocasión para que las actuaciones de los dos personajes principales -nada que reprochar al gran Albert Finney- de una sensación de falta de sinceridad.

Demasiados traspiés para una película de Sidney Lumet. La desventaja de tener una obra tan sólida a sus espaldas es que a un director de este tamaño siempre se le pide un largometraje de gran nivel. Es como si después de haber gastado dinero y energías en pintar una habitación y amueblarla al gusto de cada uno, los cuadros quedan torcidos o la televisión no se ve desde nuestra butaca o sofá preferidos.


Ver Ficha de Antes que El Diablo sepa que has muerto.

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