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Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:

Moderno y atractivo western del buen realizador Michael Winterbottom. Muy en la línea de Los Vividores (McCabe and Mrs. Miller de Robert Altman, 1971) tanto en la estética: planos atrapados por el teleobjetivo mezclados con otros muy generales; como en el entorno nevado: un blanco inmaculado que contrasta con la oscuridad del pueblo -y con el carácter gris de los que allí habitan- y que hace más hostil, si cabe, la vida en el ya complicado Oeste
Quizás lo que más destaque, en la citada aproximación al cine de Altman, es el empeño en mostrar una trama realista. Una forma de hacer cine que persigue un claro objetivo: desmitificar al género. Mientras tanto, la separación entre ambos cineastas se apoya en la diferente estructura narrativa y en la ausencia de elementos de comedia por parte de Winterbottom. En The Claim los insertos, a base de flash-back, van acompañando a la historia del cacique del pueblo que ve como su pasado acude para rendirle cuentas; un argumento basado en la novela de Thomas Hardy (autor ya utilizado por Winterbottom en Jude, 1996) y que el director inglés convierte en tragedia, con final apocalíptico incluido.

El director se rodea de buenos actores, donde destacan Peter Mulan (presente en varias de las mejores cintas británicas del nuevo cine social) y una consagrada Natasha Kinski. Además la elegante cámara de Winterbottom nos regala algunos planos memorables, como el de la muerte de un personaje que el director, por respeto, esconde tras un caballo; o el largo travelling final, que recuerda al de Infierno de Cobardes (High Plain Drifters de Clint Eastwood, 1973).
Con El Perdón, Winterbottom investiga en el género épico por excelencia, pero se resiste a abandonar del todo su cine social y de denuncia. De hecho, aprovecha el western para mostrarse más duro de lo habitual, obteniendo un resultado excelente.

Cinta negra del cada día más admirado Edgar G. Ulmer, un director especialista en conseguir que películas de la serie B se conviertan en clásicos.
El filme se estructura a lo largo de un flash-back contado en off (como señal inequívoca del género al que pertenece). Es un relato en primera persona desde la barra de un bar de carretera. Un relato que se convierte en pesadilla, que transforma el rostro del protagonista y que, gracias a las sombras, lo muda en una máscara de la propia muerte.

La cinta trata de las zancadillas del destino. De lo imposible de luchar contra él. Un largometraje, por tanto, muy langiano. Con pocos personajes, contados decorados, pero con una riqueza en los diálogos que compensa todo lo anterior. Son frases cortas y cortantes; cargadas de pesimismo que caen como losas sobre los hombros de la pareja protagonista: dos perdedores que están condenados a entenderse, en un inútil intento de salir de una situación desesperada.
Ulmer los sitúa en muy pocos escenarios, pero en todos ellos se encontrarán atrapados: en un automóvil, causante de todos sus males; o entre las cuatro paredes de la habitación de un motel, donde el propio destino es el guardián de la única llave.
La visión amarga de Detour recuerda a algunas obras importantes del film noir donde una pareja transita errante por la carretera acercándose a un final trágico. Sólo se vive una vez, Los Amantes de la Noche, Bonnie and Clyde, etc., todas ellas tienen en común el destino fatal, y disponen del amor redentor como compensación final. Detour cumple con lo primero; pero se le niega lo segundo.

La cinta, en apariencia, es una comedia sin muchas pretensiones acerca del amor y de todo, o casi todo, lo que le rodea. Aunque su principal objetivo es entretener existe un trasfondo muy interesante de homenaje al género que vamos a tratar de analizar… leer más.

Western de los llamados menores de Howard Hawks, pero que a mi juicio es una de sus obras más personales. La cinta propone una historia muy conectada con el descubrimiento del paso hacía el Pacífico. Aunque la película tiene un desarrollo sensiblemente diferente –y una mayor calidad- la trama coincide en su planteamiento con Paso al Noroeste (Northwest Passage de King Vidor, 1940) y Horizontes Azules (The Far Horizons de Rudolph Maté, 1955). Con la segunda, la semejanza también tiene que ver con el conflicto entre los tres personajes principales: dos colonizadores (Kirk Douglas y Martin Dewey) y una indígena (Elizabeth Threatt) mucho mejor caracterizada que la nativa de la cinta de Maté.
El paisaje y los rodajes exteriores del parque Grand Teton de Wyoming dan una muestra del realismo con el que Hawks se enfrenta a la historia. La película es un bello documental,

El narrador de la historia es el magnífico tío Zeb (Arthur Hunnicutt), un personaje que emerge progresivamente a medida que transcurre la acción, controlado por un magnífico guión a cargo del reputado Dudley Nichols, habitual colaborador de John Ford en la década de los treinta y cuarenta.
Comparado con los otros “Ríos” de Hawks, Río de Sangre es tan épico como Río Rojo, resulta tan entretenido como Río Lobo y se acerca al intimismo de Río Bravo. Pero, sobre todo, está muy bien narrado por uno de lo mejores contadores de historias: Howard Hawks, que en seguida se hace con las riendas de la película para hacerla suya.