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martes, 29 de noviembre de 2011

LAS AVENTURAS DE TINTÍN: EL SECRETO DEL UNICORNIO (The Adventures of Tintin de Steven Spielberg, 2011)

Más vale tarde que nunca. Por fin hemos visto la última película del tándem Spielberg-Jackson, en una sala medio vacía justo antes de que la quiten de cartelera. Al menos nos hemos librado de la tortura del 3D, y eso que hemos ganado.
Tenemos que decir que la impresión general es bastante buena. La cinta sobre las aventuras de nuestro reportero favorito —nos declaramos tintinófilos, si es que esa palabra existe, y anunciamos que tenemos toda la colección de los cuentos de Hergé y que los seguimos leyendo una y otra vez sin cansarnos— tiene elementos cinematográficos, y nostálgicos, tan interesantes que configuran una obra a tener muy en cuenta.

Entre los primeros, destaca el ingenioso y elaborado guión. A pesar de ser una adaptación de los cómics dibujados y escritos por Hergé tiene un punto de originalidad cuando el filme consigue desarrollar una historia propia —la de Spielberg— a base de mezclar dos de las obras del dibujante belga y salir airoso del reto sin que se note mucho el “corta y pega”. No se darán cuenta los que no se saben los cómics de memoria y no tendrá demasiada importancia para el resto, cuando la trama sigue una continuidad lógica. En efecto, la unión de “El Secreto del Unicornio” (incluyendo el final de su continuación, “El Tesoro de Rackham el Rojo”) con “El cangrejo de las pinzas de oro”, justo por la parte en la que Tintín se encuentra con el capitán Haddock, queda estupendamente gracias a las muy logradas transiciones entre presente y pasado —lo mejor de la película— que, a su vez, son entre desierto y océano.
Para los aficionados a las aventuras del joven del mechón rubio y el fox terrier blanco hay premio doble: disfrutarán de la película y a la vez del juego que propone Spielberg. A lo largo de todo el metraje, el “mago” insertará continuas referencias al resto de álbumes de Hergé además de los dos citados. Así, podremos observar objetos, artículos, dibujos de personajes y otro tipo de referencias explícitas (esos cristales que se rompen son del “El asunto Tornasol” y la Castafiore no podía faltar) a “La Oreja Rota”, “El Cetro de Ottokar”, “Tintín en el país del Oro Negro”, “Las Joyas de la Castafiore” o, incluso, una divertida y ocurrente referencia al díptico “Objetivo: la Luna” y “Aterrizaje en la Luna”, con el alcohol, Milú y Haddock como protagonistas.

En ese mismo sentido, recomendamos a los que sean igual de perezosos que nosotros y aún no hayan visto el filme que lleguen con tiempo de sobra para no perderse los espectaculares créditos. Forman en sí una nueva aventura de Tintín, pero con las citadas referencias y con una elaborada técnica emulando el mejor estilo de Saul Bass.
A pesar de todo lo anterior —que, insistimos, es suficiente para que la película pase con buena nota—, a la cinta le sobra el último tercio. Spielberg y Jackson no han podido resistir la tentación de incluir los fuegos artificiales habituales de sus películas. Son las persecuciones, peleas y todo tipo de efectos animados utilizados para rentabilizar el 3D y subir el nivel comercial de la cinta aún más; tan sedientos de audiencia se encuentran ambos. Es una pena porque rompe de alguna forma el espíritu de Hergé que ha estado presente a lo largo de los dos tercios restantes. Esos que merecen la pena; por los que nosotros apostamos.

Ver Ficha de Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio.



Pronto: "Puentes y Sombras"





martes, 20 de mayo de 2008

ANATOMÍA DE UN ASESINATO (Anatomy of a Murder de Otto Preminger, 1959)

Se cumple hoy el centenario del nacimiento de uno de los grandes actores que ha dado el cine norteamericano. Nadie como James Stewart para representar al cine clásico de calidad. Decenas de películas me vienen a la memoria donde la inconfundible figura alta, delgada, desgarbada, pero elegante del actor acompañaba la trama para dotarla de personalidad. Hoy, con tal motivo, vamos a hablar de dos cintas protagonizadas por la estrella de Hollywood: Anatomía de un Asesinato y El Vuelo del Fénix.



Pocas cintas consiguen atraer la atención del espectador justo antes de que comience la acción. En Anatomía de un Asesinato, su director lo logra plenamente gracias a una excelente música de Duke Ellington – homenajeado en la película con un pequeño papel- y a unos famosos créditos del especialista Saul Bass: unos siniestros recortes de lo que parece ser un muñeco; un cadáver de papel.

Aunque hoy parezca absurdo, el largometraje fue muy polémico en su día. Incluso fue prohibido en alguna ciudad de Estados Unidos. La causa de tanto alboroto surgió por culpa del vocabulario empleado por los personajes.
Palabras tales como "puta", “penetración”, “anticonceptivo” o “pantys” (¿?) provocaron que hasta el propio padre de James Stewart calificara la cinta de “sucia” y encabezara una campaña en contra de ella. Pero el director era Otto Preminger. Hacía ya años que controlaba todos los aspectos de sus producciones y nada de esto le preocupaba en absoluto. Siguió adelante con el proyecto que a la postre resultó ser una de sus grandes obras. Fue nominada para siete oscar y aunque no ganó ninguno por culpa de Ben-Hur -una de las injusticias a las que nos tienen acostumbrados los miembros de la Academia- obtuvo muy buena acogida por parte de crítica y público.


El largometraje está basado en el best seller de Robert Traver y narra el juicio contra el teniente del ejército Manion (Ben Gazzara) acusado de matar al violador de su mujer, Laura. En un principio, Preminger pensó en Lana Turner para dicho papel, pero la caprichosa actriz no quiso ponerse unos pantalones que el propio director había elegido y, además, se empeñaba en que la vistiera el prestigioso Jean Louis. El típico tira y afloja entre director y estrella no llegó a producirse. Preminger no le dio opción: la despidió y contrató a Lee Remick, prácticamente una debutante, a la que parece que le vaya a estallar la blusa en cualquier momento.

Otto Preminger era, ante todo, un gran director de actores. Muy duro según ellos, pero gracias a su dureza obtenía lo mejor de cada uno, aunque fuera ya un profesional consagrado. Es el caso del protagonista: James Stewart. Toda la acción se desarrollaba bajo su punto de vista, el del abogado encargado de la defensa. Con su notable actuación, Stewart “inventó” una personalidad que navegaba entre el rigor del hombre de derecho y la sencillez de un aficionado a la pesca y al jazz que se tomaba la vida con gran sentido del humor. Así, su habilidad ante juez y jurado era del mismo nivel que su capacidad para mantener a Laura –y a su “blusa”- lejos de su espacio vital.

De la parte técnica merece la pena destacar el acertado uso de la profundidad de campo. Gracias a ella podemos observar, en una secuencia legendaria, como George C. Scott (el fiscal) se interpone deliberadamente entre el testigo al que interroga y el abogado, dificultando de esta forma la visión entre ambos y el intercambio de señas. Stanley Kramer repetirá la misma operación en otra famosa película del género: La Herencia del viento (Inherit the Wind, 1960), esta vez con Spencer Tracy como abogado defensor.

Anatomía de un Asesinato es de una ambigüedad extraordinaria –característica esencial en las mejores cintas de Preminger-, el espectador en ningún momento sabe si el acusado es culpable o inocente. Y es que, comenzando por la, digamos "alegre", Lee Remick y continuando por el barman amigo del muerto o el propio teniente Manion, nadie parece decir la verdad en este juicio. El que no miente es el director que se limita a exponer la vista oral con largos y planificados planos secuencia, sin decantarse por uno u otro lado. Cualquier realizador habría caído en la tentación de usar el flash-back para acompañar las declaraciones de los testigos; Preminger no lo hace, de esta forma consigue dar al espectador una libertad absoluta para decidir; una decisión nada fácil. Esto es, precisamente, lo que más me atrae de cualquier película de Otto Preminger, lo que sigue después del final: el debate asegurado entre los espectadores que han tenido la suerte de verla.

Ver Ficha de Anatomía de un Asesinato

martes, 4 de marzo de 2008

BUENOS DÍAS, TRISTEZA (Bonjour Tristesse de Otto Preminger, 1957)

Hace unos meses revisé Buenos Días, Tristeza, coincidiendo con la reciente pérdida de Deborah Kerr, una de sus protagonistas. Me resulta difícil expresar lo que sentí. Sólo puedo decir que mi estado de ánimo era parecido al de los personajes de la cinta; que me invadió el triste blanco y negro desde el que se cuenta la película –muy conseguida la estructura a base de flash back en color-; y que entiendo perfectamente lo que Preminger quiso decir con este, uno de sus mejores filmes: la vida carece de sentido, y sólo te queda dejarte llevar por el inexorable paso del tiempo, cuando no quisiste retener contigo aquello que realmente importaba, y que no valorabas suficientemente.


El largometraje es una adaptación de la novela homónima de Françoise Sagan y trata de la vida vacía de la joven Cécile (Jean Seberg) y de su padre Raymond (David Niven), un viudo mujeriego que va de fiesta en fiesta. Su insulsa existencia se refleja en la expresión desdramatizada de sus rostros y, mientras anodinos personajes desfilan con una copa en la mano o bailan como si de fantasmas se tratara, ellos, hija y padre, añoran el último verano en la Costa Azul. El verano en el que convivieron con una antigua amiga de la familia: Anne Larsen -Deborah Kerr; nuestra querida Deborah-.

El eje central de la cinta precisamente se desarrolla en dichas vacaciones durante el período estival. La luz y el color lo inundan todo y es en ese ambiente cálido donde Cecil se aferra a su juventud y a su padre. Aunque algunos han querido ver un complejo de Edipo en dicha relación, nosotros somos más partidarios de la simbiosis hija-padre que de la atracción sexual entre ellos. Su forma de entender la vida es la misma para los dos; para Cecile la presencia de Anne va en contra de su negación a hacerse adulta y, aunque le agrada la amiga de su padre, siente que puede poner en peligro esa dolce vita. De Raymond casi se puede decir lo mismo: prefiere seguir con sus escarceos amorosos, totalmente ridículos y fuera de lugar, que comprometerse seriamente con el personaje interpretado por Deborah Kerr. La creíble actuación de David Niven consigue transmitir al espectador esa sensación grotesca de una forma muy sutil, casi sin que nos demos cuenta. Y es que el actor británico siempre nos ha parecido muy adecuado a estos papeles decadentes como aquel que le llevo a conseguir la estatuilla en Mesas Separadas (Separate Tables de Delbert Mann, 1958).


Con el mejor estilo de Preminger (largos planos, cámara moviéndose hacia los actores), con una fotografía excelente de Georges Perinal (colaborador de los Korda de Michael Powell o de Carol Reed, en la gloriosa etapa inglesa de los años cuarenta y cincuenta), con los sugerentes créditos de Saul Bass y con la música de Georges Auric, donde destaca la famosa canción interpretada por Juliette Greco, con todo esto la cinta de Preminger se convierte en el mejor homenaje que se le podría hacer nunca a la estrella que hoy echamos de menos.

Hace unos meses perdimos a Deborah Kerr; hoy, al recordarla, una frase acude al teclado del ordenador: buenos días, Tristeza.



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