lunes, 8 de abril de 2019
EL TEMIBLE BURLÓN (The Crimson Pirate de Robert Siodmak, 1952)
lunes, 16 de junio de 2008
LA DAMA DESCONOCIDA (Phantom Lady de Robert Siodmak, 1944)
Y esto se debe al buen hacer de Robert Siodmak, uno de los importantes directores alemanes exiliados a causa del nazismo. Ya sólo el arranque es una muestra de su valía. El primer plano de la cinta nos presenta el eje central sobre el que recae toda la trama: una mujer con un extravagante sombrero, a la que Siodmak encuadra de espaldas para esconder su rostro. Aquí el director nos da el "tono" correcto de la película, como si de una composición musical se tratara: los protagonistas, en la barra de un bar, no se conocen, sólo les une la amargura que sienten; uno tiene problemas insalvables en su matrimonio, la otra hace verdaderos esfuerzos por no llorar al haber perdido al ser que ama. Este pesimismo se corresponde con el ambiente de desolación que se vivía en todo el mundo en aquellos años de guerra. La situación se vuelve angustiosa cuando acusan de asesinato al marido desengañado. Un encuadre con él, en el centro del plano, y tres policías a su alrededor, mirándole fijamente y casi no dejándole sitio ni para respirar, así lo confirma.
Pero Siodmak sí nos da un respiro; más bien unas vacaciones. Esto sucede cuando nos presenta al personaje que va a tratar de resolver la situación y encontrar a la mujer del sombrero. Se trata de la secretaria del acusado, una bellísima Ella Raines. De la colaboración entre la estrella y Robert Siodmak, su descubridor, surgieron dos películas más: El sospechoso (The Suspect, 1944) y Pesadilla (The Strange Affaire of Uncle Harry, 1945), las dos obras cumbres del cine negro; sobre todo la primera, con un extraordinario Charles Laughton también acusado de matar a su mujer en un Londres de calles adoquinadas y niebla asfixiante.
Otro de los logros de La dama desconocida es la original estructura narrativa. Aunque la acción transcurre de forma lineal, la película tiene un atractivo carácter episódico. Ella Raines recorre todos los lugares por donde se supone que estuvo su jefe la noche del asesinato. En cada uno de estos escenarios, Siodmak nos propone una mini historia, con inicio, desarrollo y desenlace. En todos ellos hay un personaje secundario que es el objeto de las pesquisas de la protagonista. Son tres en concreto: El barman, un músico y una bailarina. Los tres "cortos" en sí son pequeñas obras maestras. En el primero, destaca sobre todo la fotografía expresionista de Woody Bredell que, a las ordenes de Siodmak, nos ilumina el rostro de la Reines cuando, desde un extremo de la barra, mira de forma insistente al sospechoso barman. La persecución nocturna, por unas húmedas avenidas que no presagian nada bueno, y el intento de asesinato en el metro, son muestras de una gran pericia técnica. Estoy seguro que estos planos se enseñan en las escuelas de dirección fotográfica.
Pero lo mejor está por llegar. En el episodio del músico, nuestra particular heroína se viste de prostituta para intentar sonsacarle al corrupto batería -estupendo Elisha Cook Jr.- toda la información que pueda. Y es que el personaje que encarna Ella Raines parece extraído de las tiras cómicas de la época, es decir la mujer intrépida que no duda en arriesgar su vida y enfrentarse a todo tipo de aventuras. Si ya de por sí es una mujer explosiva, en esta ocasión además sobreactua -en el mejor sentido de la palabra- para excitar a su victima. La secuencia de la "jam session", cuando Elisha Cook toca la batería de forma frenética y la Reines le incita a que lo haga más rápido, es lo más parecido a hacer el amor que he visto en una película sin escenas de cama.

Un último apunte, la supuesta estrella consagrada de la película, Franchot Tone, no aparece en escena hasta mediada la cinta. Es a partir de aquí donde el largometraje da un vuelco y sufre una metamorfosis de lo más original: pasa de ser una cinta claramente negra a convertirse en un thriller del mejor Hitchcock.
Creo que La Dama desconocida es un filme no suficientemente valorado. Desde estas líneas me gustaría aportar mi grano de arena para contribuir a hacer más grande este excelente largometraje de Robert Siodmak y para animar a los lectores que aún no lo hayan visto a que disfruten de él.
Ver Ficha de La Dama Desconocida.
ESPECIAL CINE NEGRO
Si ésta última es la opción elegida -y le doy la enhorabuena por ello- es probable que se sumerja en una historia bastante confusa, con unos diálogos tan rápidos que es imposible seguir la trama. Puede que se le corte la respiración si una rubia fatal le echa el humo a la cara mientras canta con una voz tan dura que genera dudas -si es a causa de los dry martinis que ya lleva encima o es debida a que lleva tragándose el humo desde que tenía 10 años, o ambas cosas a la vez-.
Si todo esto le sucede, ha tenido suerte, se ha topado con una cinta de Cine Negro.
Nosotros nos topamos con ellas hace tiempo y admitimos que fueron las culpables de nuestra cinefilia empedernida. Creemos que por ello se merecen un homenaje, una sección especial donde se comenten los filmes que hicieron famoso al género y aquellos otros más desconocidos, pero igual de fascinantes. Antes de entrar en materia sería conveniente averiguar de dónde vienen esas películas tan peculiares; y a donde van.
Lo cierto es que las cintas negras que han pasado a la historia como las más representativas del género se realizaron en Estados Unidos. Y es que todos los elementos que hicieron posible este despliegue de películas parece que confluyeron allí: por un lado los directores germanos exiliados; por otro los cineastas americanos que ya habían experimentado con largometrajes primos hermanos del Cine Negro, como fueron las películas de gangsters. Tanto Howard Hawks, como Mervyn Leroy o Raoul Walsh, entre muchos otros, habían abonado el campo para la llegada triunfal del "film noir"; como también lo habían hecho escritores de la talla de Dashiell Hammett o Raymond Chandler; o el ambiente de pesimismo que inundaba a la sociedad, embarcada en el conflicto armado más sangriento de la historia. Si además incluimos en la lista de factores a que hubo estudios de producción que se especializaron en ese tipo de historias (la Warner, por ejemplo), pues el resultado no podía ser otro: El Halcón Maltés, Perdición, La Jungla de Asfalto, The Force of Evil, El Sueño Eterno, La Dalia Azul, y un larguísimo etcétera.

Con la llegada de nuevos tiempos, los años setenta y ochenta, se recupera parte del prestigio perdido gracias a la aparición de directores que, o bien homenajeaban al género o bien daban su moderno punto de vista. Así, Roman Polanski, Martin Scorsese o Brian De Palma le dieron una vuelta de tuerca al Cine Negro, mientras Lawrence Kasdan o Dennis Hopper hacían una especie de excelente revival. En los noventa, Curtis Hanson, Quentin Tarantino y, en mayor -y mejor- medida, los hermanos Coen, se han encargado de resucitar al género que sigue evolucionando, que ha pasado a ser más violento, si se quiere más duro, pero que continúa con la mayoría de los elementos que le hicieron triunfar y que nos hicieron amar el cine sobre todas las cosas.


viernes, 28 de marzo de 2008
EL BESO DE LA MUERTE (Kiss of Death de Henry Hathaway, 1947)

El sólido guión es de Ben Hecht y Charles Lederer, toda una garantía. Las tomas de Nueva York son reales, así se anuncia en los créditos. Esto da más credibilidad a una trama que en su inicio parece algo manida: un ex-convicto (Victor Mature), presionado por el fiscal, delata a sus compañeros. Su retirada de la vida delictiva no va a ser nada cómoda; sobre todo a partir del momento en que los criminales quieran saldar la deuda contraída con él. Los paralelismos con obras clave del género policíaco como Forajidos (The Killers de Robert Siodmak, 1946) o Retorno al Pasado (Out of The Past de Jacques Tourneur, 1947) son mínimos gracias a dos elementos: la actuación de los protagonistas y el personal tratamiento del guión, por parte del director.
De los actores destaca uno: nuestro homenajeado. Pocos profesionales tuvieron un inicio tan sonado. Widmark consiguió en su debut la nominación al oscar al mejor actor secundario, amén de otros premios importantes de la crítica. Y es que el papel de Tommy Udo es de aquellos que perduran en nuestra memoria cinéfila. Se unen al que interpretara Robert Mitchum en La Noche del Cazador (The Night of The Hunter de Charles Laughton, 1955) o al de Joe Pesci en Casino (de Martín Scorsese, 1995), por poner dos ejemplos –uno clásico, otro moderno- de los muchos asesinos maravillosos que ha dado el cine.

El Tommy Udo de Widmark provoca escalofríos. Su risa de hiena es verdaderamente terrorífica y hiela la sangre si se escucha en versión original. Y además es un aviso. Algo -nada bueno- va a suceder a continuación. Hay una secuencia, muy conocida, que no por verla muchas veces deja de impresionar: aquella en la que Udo arroja por las escaleras, sin compasión, a una inválida, con silla de ruedas incluido. Aún no me explico como consiguió pasar la censura imperante en el Hollywood de los años cuarenta.
La cinta es de Henry Hathaway, un director siempre en alza al que habrá que considerar muy cercano a los grandes, e incluso pertenecer a ese selecto grupo. El realizador consigue crear una atmósfera inquietante a lo largo de toda la trama; incluso en las escenas donde la vida transcurre con cierta alegría, hay una especie de amenaza permanente que no deja respirar tranquilo al protagonista –ni al espectador-. Es clara la pertenencia del filme al género negro, pero gracias al buen hacer de Hathaway la película se convierte en un thriller que roza por momentos el cine de terror.
El Beso de la Muerte ha sido objeto de remakes en clave de western o dentro del mismo género policiaco, pero, como suele pasar, ninguno ha llegado a la altura del original. En parte porque ninguno incluía en el reparto a un actor excepcional: a Richard Widmark.
Ver Ficha de El Beso de la Muerte
miércoles, 27 de febrero de 2008
UNA VIDA MARCADA (Cry of The City de Robert Siodmak, 1948)
Ese es el confuso argumento -típico del género-, que propone el excelente guión de Richard Murphy (con el reputado Ben Hetch a la sombra) y que resuelve con maestría Robert Siodmak. Y lo hace desde el principio: una música envolvente de Alfred Newman acompaña a personajes desconocidos, que sufren por la pérdida de un ser querido o que lloran por las heridas de otro que se encuentra al borde de la muerte. Ese llanto acompaña los créditos y sirve para enmarcar de poesía al filme.


En Cry of the City, no podía faltar el mensaje socialmente correcto; peaje obligado al código ético imperante en Hollywood: dos muchachos que provienen de los barrios bajos, y en igualdad de oportunidades, eligen caminos distintos; uno opta por el bien y se convierte en agente de la ley; el otro se tuerce hacia el lado equivocado, y así le va... Sin embargo, Siodmak -y sus guionistas- sortean el tratamiento moralizante del filme y nos sorprenden con una atractiva ambigüedad. Y es que los dos protagonistas (Marty/Conte y Candella/Mature) no son tan distintos. Y no porque el ladrón y el policía pertenezcan al Lower East Side de Nueva York, si no porque ambos manipulan a los mismos personajes para conseguir sus propósitos: a la madre, al hermano pequeño y a la novia de Marty.
