Pues eso, que mañana me voy de vacaciones.
Un abrazo a todos y a disfrutar.
Nos vemos a la vuelta.
miércoles, 30 de junio de 2010
RIDE AWAY, RIDE AWAY, RIDE AWAY
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Western
viernes, 25 de junio de 2010
A.I. INTELIGENCIA ARTIFICIAL (Steven Spielberg, 2001)
Como lo prometido es deuda, vamos a comentar una de las películas mas discutidas de Steven Spielberg, tanto por la crítica como por el público. Adelantamos que nosotros nos posicionamos del lado de los defensores de esta cinta fantástica de ciencia-ficción, aunque reconocemos algunos errores y desigualdades en el filme. Y es que con A.I. sucede una cosa curiosa: las razones por las que gusta tanto son casi las mismas por las que disgusta.
Puede que lo descompensado de la trama sea como consecuencia de una autoría compartida. Es sabido que A.I. era un proyecto de Stanley Kubrick que nunca llegó a cuajar. Estaba basado en el relato corto “Supertoys last all summer long“ de Brian Aldiss, un autor que colaboró con Kubrick después de venderle los derechos de su obra, pero que finalmente abandonó –al parecer fue despedido- debido a los continuos enfrentamientos con el director de cine. Las diferencias entre Aldiss y Kubrick se concentraban en la insistencia del cineasta por incluir el cuento de hadas del que luego hablaremos. El caso es que el esbozo de película (algunas secuencias estaban muy detalladas) se quedó apartado entre otras cosas porque Kubrick quería que el protagonista fuera un robot de verdad.
Antes de que A.I. fuera a parar definitivamente a las manos de Steven Spielberg (ha heredado todos los proyectos inacabados de Kubrick) ambos realizadores ya tuvieron algunos encuentros y conversaciones acerca de la forma en que debía llevarse a cabo. Spielberg reconoce que su colega siempre había afirmado que la historia encajaba más con la obra del “mago” que con la del creador de 2001.
Antes de que A.I. fuera a parar definitivamente a las manos de Steven Spielberg (ha heredado todos los proyectos inacabados de Kubrick) ambos realizadores ya tuvieron algunos encuentros y conversaciones acerca de la forma en que debía llevarse a cabo. Spielberg reconoce que su colega siempre había afirmado que la historia encajaba más con la obra del “mago” que con la del creador de 2001.
Alentado por esta creencia, y una vez fallecido el genial director, Spielberg reescribió el guión teniendo siempre en mente cómo lo habría hecho su amigo. El resultado es una trama claramente dividida en tres partes. La primera, muy cercana al estilo de Kubrick –quizás la más atractiva- narra como una empresa de robótica crea a David, un niño mecánico (un "meca") diseñado para amar; una revolución en plena era postglacial donde abundan los androides para todo tipo de servicios al ser humano (entre ellos el de gigoló), pero que carecen de sentimientos. Los primeros clientes son un matrimonio desolado por la pérdida de su hijo. Todo va bien hasta que el niño que creían muerto vuelve a la vida. El verdadero hijo hace sentirse inferior al robot que comienza a verse diferente a los demás. Esta primera fase refleja muy bien la intención de Kubrick cuando la madre se siente amenazada por el niño mecánico. Algunas escenas en el interior de la casa recuerdan a El Resplandor (The Shining, 1980) y la cinta parece más un thriller que una película fantástica. Sin embargo, el desasosiego inicial va desapareciendo poco a poco; es un respiro que relaja la tensión hasta que Kubrick vuelve a girar la trama 180 grados: el hijo real vuelve a la vida. Este nuevo personaje ahora intimida al robot y hace que David se torne en víctima; y que la cinta se vuelva todavía más interesante.
Diversos mal entendidos provocan que el matrimonio quiera devolver al meca-niño. Para evitar que la empresa lo destruya, la madre lo abandona a su suerte. Aquí comienza el segundo acto, coincidiendo con el arranque del duro viaje de David para volver a su casa, pero con un paso previo: el de convertir en realidad su sueño de transformarse en ser humano. En su camino le ayudarán diversos personajes como su juguete Teddy, un oso de peluche que es un robot como él, y que su presencia le hace recordar lo diferentes que son a los humanos; y el gigoló artificial encarnado por Jude Law, ideal para el papel. El viaje fantástico, aunque ideado por Kubrick, tiene más de Spielberg; y se nota. La película cambia de la misma forma que lo hace David: de robot inquietante a niño inocente.
De esta fase destaca el episodio de La Feria de la Carne. Una especie de circo donde se destrozan a los meca abandonados. Una referencia clara al Holocausto, donde los robots son perseguidos, encarcelados y exterminados. Y esta vez la interpretación no es producto de nuestra obsesión de exégetas de los guiones de Spielberg, sino que es el propio director quien ha comentado la metáfora. La secuencia se vale del diseño por ordenador, y también de extras discapacitados con miembros amputados (como en Salvar al soldado Ryan) para alcanzar un realismo atroz.
Todo lo que viene a continuación tiene que ver con las discrepancias citadas entre Aldiss y Kubrick, es decir con una versión moderna de "Pinocho". El famoso cuento de Collodi, tantas veces citado en la película, se convierte casi en su trama. Así, podemos identificar los personajes del filme con los de la fábula: el creador (William Hurt como moderno Gepetto), Pepito Grillo (Teddy, el juguete robot, que actúa como conciencia de David y que será clave en la resolución de la cinta), hasta el Hada Madrina, motivo de la búsqueda del niño.
Sólo queda comentar el final tan discutible y discutido; un añadido de Spielberg que se saca de la manga una elipsis tan exagerada como la del propio Kubrick en el inicio de 2001, y que no vamos a desvelar por si algún lector aún no la ha visto.
A pesar de los altibajos señalados A.I., a nuestro parecer, se va perfilando como una de las mejores cintas de Steven Spielberg. Quizás lo haga debido a la estructura comentada, la de presentar tres películas en una. Es cierto que dicha organización ha podido perjudicar al largometraje en la época del estreno, pero creemos que a la larga le puede beneficiar. Nos basamos en la filmografía de Kubrick (pensemos en Barry Lyndon, La Chaqueta Metálica o en la propia 2001) para nuestra predicción. Al director neoyorquino le gustaba dividir en dos (o en tres) sus películas: eso las enriquecía. Steven Spielberg no ha hecho más que seguir el juego que le marcaba su colega, pero sin poder resistirse a rotular la cinta con su sello personal.
Diversos mal entendidos provocan que el matrimonio quiera devolver al meca-niño. Para evitar que la empresa lo destruya, la madre lo abandona a su suerte. Aquí comienza el segundo acto, coincidiendo con el arranque del duro viaje de David para volver a su casa, pero con un paso previo: el de convertir en realidad su sueño de transformarse en ser humano. En su camino le ayudarán diversos personajes como su juguete Teddy, un oso de peluche que es un robot como él, y que su presencia le hace recordar lo diferentes que son a los humanos; y el gigoló artificial encarnado por Jude Law, ideal para el papel. El viaje fantástico, aunque ideado por Kubrick, tiene más de Spielberg; y se nota. La película cambia de la misma forma que lo hace David: de robot inquietante a niño inocente.
De esta fase destaca el episodio de La Feria de la Carne. Una especie de circo donde se destrozan a los meca abandonados. Una referencia clara al Holocausto, donde los robots son perseguidos, encarcelados y exterminados. Y esta vez la interpretación no es producto de nuestra obsesión de exégetas de los guiones de Spielberg, sino que es el propio director quien ha comentado la metáfora. La secuencia se vale del diseño por ordenador, y también de extras discapacitados con miembros amputados (como en Salvar al soldado Ryan) para alcanzar un realismo atroz.
Todo lo que viene a continuación tiene que ver con las discrepancias citadas entre Aldiss y Kubrick, es decir con una versión moderna de "Pinocho". El famoso cuento de Collodi, tantas veces citado en la película, se convierte casi en su trama. Así, podemos identificar los personajes del filme con los de la fábula: el creador (William Hurt como moderno Gepetto), Pepito Grillo (Teddy, el juguete robot, que actúa como conciencia de David y que será clave en la resolución de la cinta), hasta el Hada Madrina, motivo de la búsqueda del niño.
Sólo queda comentar el final tan discutible y discutido; un añadido de Spielberg que se saca de la manga una elipsis tan exagerada como la del propio Kubrick en el inicio de 2001, y que no vamos a desvelar por si algún lector aún no la ha visto.
A pesar de los altibajos señalados A.I., a nuestro parecer, se va perfilando como una de las mejores cintas de Steven Spielberg. Quizás lo haga debido a la estructura comentada, la de presentar tres películas en una. Es cierto que dicha organización ha podido perjudicar al largometraje en la época del estreno, pero creemos que a la larga le puede beneficiar. Nos basamos en la filmografía de Kubrick (pensemos en Barry Lyndon, La Chaqueta Metálica o en la propia 2001) para nuestra predicción. Al director neoyorquino le gustaba dividir en dos (o en tres) sus películas: eso las enriquecía. Steven Spielberg no ha hecho más que seguir el juego que le marcaba su colega, pero sin poder resistirse a rotular la cinta con su sello personal.
Ver Ficha de A.I.
miércoles, 16 de junio de 2010
CINE EN TV: APARTADO DE CORREOS 1001; BAMBÚ; HORIZONTES AZULES
Apartado de Correos 1001 (Julio Salvador, 1950). Conrado San Martín, Elena Espejo, Tomás Blanco. (Popular TV, sábado 19 a las 21:00).
Siempre hemos tenido la convicción de que la superación de la eterna crisis del cine español viene de la mano del cine de género; del de calidad. Los últimos éxitos cinematográficos –aún puntuales- parecen darnos la razón. Esta corriente de opinión dista mucho de ser nueva. Ya en la posguerra, en Barcelona, un productor arriesgaba su dinero y su trabajo en pos de esa idea: Ignacio F. Iquino. Primero en Emisora Films, y más tarde con su propia productora, intentaba realizar un cine distinto al tradicional de folclore, histórico o religioso tan del agrado del régimen, y de casi nadie más.
Si Iquino fue el verdadero impulsor del cine de género, con sabor a la buena serie B que se hacía en Estados Unidos, dos películas, ambas de 1950, fueron las que sirvieron de referencia a los pocos policíacos con tintes negros que se realizaron posteriormente: Brigada Criminal (del propio Iquino) y la cinta que vamos a comentar.
Apartado de Correos 1001, parte de una historia de Julio Coll y un guión de Antonio Isasi-Isasmendi (otro nombre propio del cine de género, futuro productor y director, y se puede decir que continuador de la labor de Iquino) para contar una trama con un formato muy parecido al de Brigada Criminal. En ambas cintas, los protagonistas son inspectores noveles de la policía que se enfrentan a su primer caso importante. Mientras en 1001 Conrado San Martín es un novato al que le dan la oportunidad de trabajar en un caso de asesinato, en el largometraje de Iquino es José Suárez el agente recién salido de la Academia que también aspira a resolver un delito mayor. Ambos son supervisados por inspectores experimentados que seguirán su labor muy de cerca. También, en las dos cintas, una mujer es la clave de todo el misterio, que además se enamorará inevitablemente del flamante detective.
Otra similitud es la forma de documental que se le quiere dar a los dos filmes. Primero, por estar rodados en exteriores, con unas muy atractivas imágenes de Barcelona, reportaje impagable de la ciudad a primeros de los cincuenta; y segundo, por la voz en off que quiere ser un informe cronológico y exacto de las pesquisas, a semejanza de otras obras importantes del género (pensemos en Atraco Perfecto de Kubrick, La Ciudad Desnuda de Dassin, o La Brigada Suicida de Mann).
La diferencia fundamental entre Apartado de Correos 1001 y Brigada Criminal es que la primera desarrolla la trama -y la resuelve- más como un thriller que como una película negra. Una diferencia que no supone ninguna merma en su calidad, más bien todo lo contrario cuando dos de las secuencias rodadas pueden ser de lo mejor de toda la década: el director, Julio Salvador, emula a Hitchcock -pero, ojo, un año antes de Extraños en un tren- y presenta la escena del partido de frontón donde las miradas de victima, detective y asesino se cruzan, mientras el público permanece ajeno al drama moviendo sus cabezas al compás de la pelota; y la de la persecución final en una atracción de feria, con una conclusión espectacular. Esta demostración de habilidad por parte de Salvador, y de Isasi-Isasmendi que también se ocupa del montaje, hacen que Apartado de Correos 1001 se sitúe muy arriba en nuestro cine clásico.
Bambú (José Luis Sáenz de Heredia, 1945). Imperio Argentina, Luis Peña, Fernando Fernán-Gómez, Sara Montiel. (Popular TV, viernes 18 a las 17:00)
Película delirante, pero por momentos atractiva, mezcla de comedia, musical, tragedia y aventura colonial. Todo para el lucimiento de Imperio Argentina que hace un papel de nativa (Bambú) con voz de ángel, pero con una vida miserable. La explotación a la que se ve sometida por parte de su padre se presenta con una crudeza poco habitual en el cine de la época. Sólo la llegada de dos soldados españoles a la Cuba de finales de siglo (Luis Peña y Fernando Fernán-Gómez), van a propiciar la liberación momentánea de Bambú, pero también la lucha por conseguir su amor.
Lo mejor de la película viene de la mano de uno de los directores señeros del franquismo (Sáenz de Heredia) cuando, paradójicamente, se atreve a criticar a la aristocracia en una secuencia memorable: los nobles de las colonias echan unas monedas a los nativos para que les entretengan, mientras comentan de forma relajada que es como echar de comer a los perros. El racismo es tan natural que aumenta el tono de denuncia de la escena.
Tampoco están mal algunos números de la diva, y la siempre efectiva interpretación de Fernando Fernán-Gómez que contrasta con la más sobria de Luis Peña, un amargado músico que intenta olvidar su fracaso y mantiene la esperanza de acabar con su vida en la guerra. Y, desde luego, no hay que perderse a una jovencísima Sara Montiel. La actriz ya exhibía su característica personalidad y su interés por robar protagonismo al resto de actores en todos los planos donde aparece, sin importarle caer en la sobreactuación. Sarita no se conformaba con su rol de secundaria. Pronto le llegaría el estrellato.
El final quiso ser apoteósico, pero Saenz de Heredia cae en varios errores de bulto que perjudican a la propia Imperio Argentina y dejan un mal recuerdo al espectador. Y es que el número musical casi no se aprecia entre tanta liana de un decorado espeso, donde tampoco ayuda una cámara pésimamente situada.
Horizontes Azules (The Far Horizons de Rudolph Maté, 1955). Charlton Heston, Fred MacMurray, Dona Reed, Barbara Hale. (Castilla- La Mancha TV, lunes 21 a las 18:30)
La película narra el famoso viaje de Lewis y Clark, a principios del siglo XIX, para explorar la nueva región de Lousiana. Dicha extensión de terreno fue hábilmente comprada a los franceses por Jefferson, y casi duplicaba el territorio de Estados Unidos. La expedición, además del estudio científico y cartográfico, tenía como misión comprobar la existencia de un río navegable hasta el Pacífico. Esto último, de ser cierto, haría extensible todo ese territorio a lo ya adquirido por el presidente… leer más
Siempre hemos tenido la convicción de que la superación de la eterna crisis del cine español viene de la mano del cine de género; del de calidad. Los últimos éxitos cinematográficos –aún puntuales- parecen darnos la razón. Esta corriente de opinión dista mucho de ser nueva. Ya en la posguerra, en Barcelona, un productor arriesgaba su dinero y su trabajo en pos de esa idea: Ignacio F. Iquino. Primero en Emisora Films, y más tarde con su propia productora, intentaba realizar un cine distinto al tradicional de folclore, histórico o religioso tan del agrado del régimen, y de casi nadie más.
Si Iquino fue el verdadero impulsor del cine de género, con sabor a la buena serie B que se hacía en Estados Unidos, dos películas, ambas de 1950, fueron las que sirvieron de referencia a los pocos policíacos con tintes negros que se realizaron posteriormente: Brigada Criminal (del propio Iquino) y la cinta que vamos a comentar.
Apartado de Correos 1001, parte de una historia de Julio Coll y un guión de Antonio Isasi-Isasmendi (otro nombre propio del cine de género, futuro productor y director, y se puede decir que continuador de la labor de Iquino) para contar una trama con un formato muy parecido al de Brigada Criminal. En ambas cintas, los protagonistas son inspectores noveles de la policía que se enfrentan a su primer caso importante. Mientras en 1001 Conrado San Martín es un novato al que le dan la oportunidad de trabajar en un caso de asesinato, en el largometraje de Iquino es José Suárez el agente recién salido de la Academia que también aspira a resolver un delito mayor. Ambos son supervisados por inspectores experimentados que seguirán su labor muy de cerca. También, en las dos cintas, una mujer es la clave de todo el misterio, que además se enamorará inevitablemente del flamante detective.
Otra similitud es la forma de documental que se le quiere dar a los dos filmes. Primero, por estar rodados en exteriores, con unas muy atractivas imágenes de Barcelona, reportaje impagable de la ciudad a primeros de los cincuenta; y segundo, por la voz en off que quiere ser un informe cronológico y exacto de las pesquisas, a semejanza de otras obras importantes del género (pensemos en Atraco Perfecto de Kubrick, La Ciudad Desnuda de Dassin, o La Brigada Suicida de Mann).
La diferencia fundamental entre Apartado de Correos 1001 y Brigada Criminal es que la primera desarrolla la trama -y la resuelve- más como un thriller que como una película negra. Una diferencia que no supone ninguna merma en su calidad, más bien todo lo contrario cuando dos de las secuencias rodadas pueden ser de lo mejor de toda la década: el director, Julio Salvador, emula a Hitchcock -pero, ojo, un año antes de Extraños en un tren- y presenta la escena del partido de frontón donde las miradas de victima, detective y asesino se cruzan, mientras el público permanece ajeno al drama moviendo sus cabezas al compás de la pelota; y la de la persecución final en una atracción de feria, con una conclusión espectacular. Esta demostración de habilidad por parte de Salvador, y de Isasi-Isasmendi que también se ocupa del montaje, hacen que Apartado de Correos 1001 se sitúe muy arriba en nuestro cine clásico.
Bambú (José Luis Sáenz de Heredia, 1945). Imperio Argentina, Luis Peña, Fernando Fernán-Gómez, Sara Montiel. (Popular TV, viernes 18 a las 17:00)
Película delirante, pero por momentos atractiva, mezcla de comedia, musical, tragedia y aventura colonial. Todo para el lucimiento de Imperio Argentina que hace un papel de nativa (Bambú) con voz de ángel, pero con una vida miserable. La explotación a la que se ve sometida por parte de su padre se presenta con una crudeza poco habitual en el cine de la época. Sólo la llegada de dos soldados españoles a la Cuba de finales de siglo (Luis Peña y Fernando Fernán-Gómez), van a propiciar la liberación momentánea de Bambú, pero también la lucha por conseguir su amor.
Lo mejor de la película viene de la mano de uno de los directores señeros del franquismo (Sáenz de Heredia) cuando, paradójicamente, se atreve a criticar a la aristocracia en una secuencia memorable: los nobles de las colonias echan unas monedas a los nativos para que les entretengan, mientras comentan de forma relajada que es como echar de comer a los perros. El racismo es tan natural que aumenta el tono de denuncia de la escena.
Tampoco están mal algunos números de la diva, y la siempre efectiva interpretación de Fernando Fernán-Gómez que contrasta con la más sobria de Luis Peña, un amargado músico que intenta olvidar su fracaso y mantiene la esperanza de acabar con su vida en la guerra. Y, desde luego, no hay que perderse a una jovencísima Sara Montiel. La actriz ya exhibía su característica personalidad y su interés por robar protagonismo al resto de actores en todos los planos donde aparece, sin importarle caer en la sobreactuación. Sarita no se conformaba con su rol de secundaria. Pronto le llegaría el estrellato.
El final quiso ser apoteósico, pero Saenz de Heredia cae en varios errores de bulto que perjudican a la propia Imperio Argentina y dejan un mal recuerdo al espectador. Y es que el número musical casi no se aprecia entre tanta liana de un decorado espeso, donde tampoco ayuda una cámara pésimamente situada.
Horizontes Azules (The Far Horizons de Rudolph Maté, 1955). Charlton Heston, Fred MacMurray, Dona Reed, Barbara Hale. (Castilla- La Mancha TV, lunes 21 a las 18:30)
La película narra el famoso viaje de Lewis y Clark, a principios del siglo XIX, para explorar la nueva región de Lousiana. Dicha extensión de terreno fue hábilmente comprada a los franceses por Jefferson, y casi duplicaba el territorio de Estados Unidos. La expedición, además del estudio científico y cartográfico, tenía como misión comprobar la existencia de un río navegable hasta el Pacífico. Esto último, de ser cierto, haría extensible todo ese territorio a lo ya adquirido por el presidente… leer más
martes, 8 de junio de 2010
CINE EN DVD: SALVAR AL SOLDADO RYAN (Saving Private Ryan de Steven Spielberg, 1998)
Nos salimos de los límites habituales de esta sección (no será la única vez que lo hagamos) para adentrarnos en las nuevas tecnologías, en la alta definición y en el Blu-ray, un formato de video que parece estar suficientemente extendido (¿alguien lo tiene?). Y creemos que ninguna película es más adecuada para visionarla con esta configuración que la oscarizada cinta de Steven Spielberg.
El pasado día 26, la Paramount anunciaba su lanzamiento con una edición especial de dos discos, donde se incluyen extras que suenan tan jugosos como el documental presentado por Tom Hanks, Rodando Guerra, acerca de los fotógrafos de combate de la Segunda Guerra Mundial. Pero vayamos al filme donde el capitán Miller (Hanks) y su pelotón de Rangers tienen una misión muy particular: encontrar al soldado Ryan (Matt Damon) y traerlo sano y salvo a retaguardia para que el Tío Sam pueda devolvérselo a su familia y así evitar que fallezca como el resto de sus hermanos.
Podríamos comenzar con los posibles defectos de esta importante cinta, como son la excesiva longitud del metraje, la irregularidad de la historia y el discurso descaradamente patriótico. Del primero nada que objetar, tres horas son demasiadas para cualquier película; del resto se podría hablar largo y tendido. Sólo apuntar que nos alegramos de lo que muchos han criticado: lo desigual de la trama. No me parece un error enmarcar la cinta con dos tremendas secuencias de combate, de más de 20 minutos cada una, y dejar el resto del tiempo al pelotón divagando sobre la conveniencia de poner en peligro sus vidas a cambio de una sola, más algunos puntos de impulso salpicados de acción. No me lo parece si lo que se pretende es que el espectador sienta en sus carnes la batalla cuando ésta se presenta, con toda su crudeza y con el mayor realismo posible, y permanezca en tensión el resto del tiempo. Así es la guerra.
Y la polémica sobre el mensaje. Es cierto que las cintas –yanquis- de este corte chirrían con su machacón patriotismo, pero también lo es que el tiempo suele jugar a su favor. Si no fuera así rechazaríamos filmes como Objetivo Birmania, Arenas Sangrientas o Fuego en la Nieve, por poner unos pocos ejemplos, sólo por su contenido propagandístico. Es decir, pasados los años, lo cinematográfico supera al mensaje inicial, por muy espurio y falso que sea, y hace que se desvanezca hasta casi desaparecer. ¿A quién le importa si el general Custer era un héroe o un psicópata? Sólo sabemos que Murieron con las botas puestas es una obra de arte.
De las bondades de la película es más fácil hablar. Las dos secuencias citadas (el Desembarco de Normandía y la defensa de Ramelle) son tan importantes que han sentado las bases de una nueva forma de verismo fílmico. Y todo gracias a la manera de narrar del realizador, al montaje y, sobre todo, a la habilidad de Janusz Kaminski, el habitual director de fotografía de Spielberg. El operador polaco se emplea a fondo para conseguir unas imágenes tan reales que el espectador se siente dentro de la batalla. El manejo del obturador, la poca saturación de color y el empleo de toda suerte de artilugios, como el Image Shaker que consigue sincronizar el movimiento del objetivo con las explosiones, logran el milagro. Un estilo a imitar a partir de entonces (Black Hawk derribado, el díptico de Eastwood sobre Iwo Jima, etc.) que certifica la pertenencia de la cinta al mundo de los clásicos.
La trama inspirada en la historia de los hermanos Niland tiene el toque personal de Spielberg. Reconocemos que uno de nuestros pasatiempos preferidos cuando nos enfrentamos a una cinta del “mago” es la de interpretar o descubrir el transfondo religioso que casi siempre tienen la mayoría de las películas del director.
En efecto, esa simbología cristiana aquí se deja ver con más fuerza si cabe que en E.T., El Diablo sobre ruedas, A.I. o Munich. Así, observamos como el eje central de la película descansa en el hecho de dar la vida por los demás (el capitán Miller da su vida para salvar la de Ryan). En su calvario particular le exige al soldado que sea merecedor de esa salvación, que lleve una vida digna. Al final el viejo Ryan, ante la tumba del capitán, y acompañado de toda su familia, confirma que ha sido merecedor de la salvación.
Pero hay más simbolismos. Podemos recordar la noche donde los soldados del pelotón, refugiados en una casa en ruinas, se confiesan entre ellos y ante el capitán. Éste vela sus sueños, incapaz de dormir, como Jesús en el monte de Los Olivos. ¿Alguien ve más paralelismos entre la película y la vida de Jesús? Puede ser un interesante ejercicio cinéfilo descubrirlos. Alguno de mente retorcida (y estaríamos de acuerdo con él) podría considerar el propio Desembarco, de donde arranca todo, como una metáfora del bautizo de Jesús y los Apóstoles. Por supuesto la constante amenaza de los alemanes equivaldría a la correspondiente de los romanos; o incluso de los judíos en el Nuevo Testamento. Terrible paradoja ¿no?
Ver Ficha de Salvar al Soldado Ryan.
El pasado día 26, la Paramount anunciaba su lanzamiento con una edición especial de dos discos, donde se incluyen extras que suenan tan jugosos como el documental presentado por Tom Hanks, Rodando Guerra, acerca de los fotógrafos de combate de la Segunda Guerra Mundial. Pero vayamos al filme donde el capitán Miller (Hanks) y su pelotón de Rangers tienen una misión muy particular: encontrar al soldado Ryan (Matt Damon) y traerlo sano y salvo a retaguardia para que el Tío Sam pueda devolvérselo a su familia y así evitar que fallezca como el resto de sus hermanos.
Podríamos comenzar con los posibles defectos de esta importante cinta, como son la excesiva longitud del metraje, la irregularidad de la historia y el discurso descaradamente patriótico. Del primero nada que objetar, tres horas son demasiadas para cualquier película; del resto se podría hablar largo y tendido. Sólo apuntar que nos alegramos de lo que muchos han criticado: lo desigual de la trama. No me parece un error enmarcar la cinta con dos tremendas secuencias de combate, de más de 20 minutos cada una, y dejar el resto del tiempo al pelotón divagando sobre la conveniencia de poner en peligro sus vidas a cambio de una sola, más algunos puntos de impulso salpicados de acción. No me lo parece si lo que se pretende es que el espectador sienta en sus carnes la batalla cuando ésta se presenta, con toda su crudeza y con el mayor realismo posible, y permanezca en tensión el resto del tiempo. Así es la guerra.
Y la polémica sobre el mensaje. Es cierto que las cintas –yanquis- de este corte chirrían con su machacón patriotismo, pero también lo es que el tiempo suele jugar a su favor. Si no fuera así rechazaríamos filmes como Objetivo Birmania, Arenas Sangrientas o Fuego en la Nieve, por poner unos pocos ejemplos, sólo por su contenido propagandístico. Es decir, pasados los años, lo cinematográfico supera al mensaje inicial, por muy espurio y falso que sea, y hace que se desvanezca hasta casi desaparecer. ¿A quién le importa si el general Custer era un héroe o un psicópata? Sólo sabemos que Murieron con las botas puestas es una obra de arte.
De las bondades de la película es más fácil hablar. Las dos secuencias citadas (el Desembarco de Normandía y la defensa de Ramelle) son tan importantes que han sentado las bases de una nueva forma de verismo fílmico. Y todo gracias a la manera de narrar del realizador, al montaje y, sobre todo, a la habilidad de Janusz Kaminski, el habitual director de fotografía de Spielberg. El operador polaco se emplea a fondo para conseguir unas imágenes tan reales que el espectador se siente dentro de la batalla. El manejo del obturador, la poca saturación de color y el empleo de toda suerte de artilugios, como el Image Shaker que consigue sincronizar el movimiento del objetivo con las explosiones, logran el milagro. Un estilo a imitar a partir de entonces (Black Hawk derribado, el díptico de Eastwood sobre Iwo Jima, etc.) que certifica la pertenencia de la cinta al mundo de los clásicos.
La trama inspirada en la historia de los hermanos Niland tiene el toque personal de Spielberg. Reconocemos que uno de nuestros pasatiempos preferidos cuando nos enfrentamos a una cinta del “mago” es la de interpretar o descubrir el transfondo religioso que casi siempre tienen la mayoría de las películas del director.
En efecto, esa simbología cristiana aquí se deja ver con más fuerza si cabe que en E.T., El Diablo sobre ruedas, A.I. o Munich. Así, observamos como el eje central de la película descansa en el hecho de dar la vida por los demás (el capitán Miller da su vida para salvar la de Ryan). En su calvario particular le exige al soldado que sea merecedor de esa salvación, que lleve una vida digna. Al final el viejo Ryan, ante la tumba del capitán, y acompañado de toda su familia, confirma que ha sido merecedor de la salvación.
Pero hay más simbolismos. Podemos recordar la noche donde los soldados del pelotón, refugiados en una casa en ruinas, se confiesan entre ellos y ante el capitán. Éste vela sus sueños, incapaz de dormir, como Jesús en el monte de Los Olivos. ¿Alguien ve más paralelismos entre la película y la vida de Jesús? Puede ser un interesante ejercicio cinéfilo descubrirlos. Alguno de mente retorcida (y estaríamos de acuerdo con él) podría considerar el propio Desembarco, de donde arranca todo, como una metáfora del bautizo de Jesús y los Apóstoles. Por supuesto la constante amenaza de los alemanes equivaldría a la correspondiente de los romanos; o incluso de los judíos en el Nuevo Testamento. Terrible paradoja ¿no?
Ver Ficha de Salvar al Soldado Ryan.
martes, 1 de junio de 2010
CINE EN TV: MI CALLE; BUENOS DÍAS, TRISTEZA
Mi Calle (Edgar Neville, 1960). Conchita Montes, Rafael Alonso, Antonio Casal. (Telemadrid y La Otra, domingo 6 a las 00:00, y jueves 10 a las 22:30, respectivamente).
Filme coral, centrado en una calle de Madrid, que narra el devenir de sus residentes desde comienzos del siglo XX hasta los años cincuenta. Escrita y dirigida por Edgar Neville, la cinta hace un repaso de la historia contemporánea de España desde el punto de vista del ciudadano. Para lograrlo, el director procura no salir de las cuatro manzanas que componen la vía. Así, los cambios que el país experimenta apenas afectan al comportamiento y la rutina de los protagonistas. Son los acontecimientos domésticos los que realmente alteran y conforman la verdadera crónica de la vecindad. Un niño que va a nacer, una pareja de novios que se separa, dos golfillos que pierden a su perro o una nueva obra en la calzada son, entre otros, los verdaderos puntos de impulso del guión de Mi Calle. Al menos esta es la intención del cineasta cuando una voz en off así lo manifiesta, justo después de los créditos. Y sigue fiel a ese objetivo cuando sale del plató para insertar imágenes reales, extraídas de documentales. El contraste de dichas secuencias con las propias de la trama consigue el curioso efecto de alejar aún más el documento de la vida cotidiana. Cosa que no ocurre, por ejemplo, con los sueños de los vecinos (incluidos los del ¡perro!).
Sólo la llegada de la Guerra Civil alterará inevitablemente la estructura de la película. Es cuando Neville contagia de los hechos que suceden en el exterior a algunos personajes. Sus acciones, más las propias de la Guerra como el exilio, los fusilamientos, las desapariciones y el hambre, harán mella en todos el vecindario: la niña reprimida (Gracita Morales, de lo mejor de la cinta) se refugiará en el burdel y volverá “ligeramente” cambiada; su padre cambiará varias veces los lomos de los libros de las estanterías, de las obras completas de Marx a las de Santa Teresa; o los hijos de dos de los protagonistas se liarán a tiros, rompiendo la relación cordial que había entre sus mayores a pesar de la diferencia de clase social y de ideas. En este sentido, es de destacar la insistencia del Neville pacifista y civilizado, cuando de su elegante pluma salen dos personajes como el paragüero republicano –no perderse a su loro cantando el himno de Riego- y el marqués monárquico que vive enfrente; ambos se respetan y se quieren hasta el punto de dar la vida el uno por el otro.
La cinta está repleta de caracteres interesantes, muy bien descritos por Neville con su simpático estilo literario (ver el arranque, con la presentación guiada por Blas, el sereno, “un nombre corto que suena a aplauso”). Para conducir el resto de la trama, el realizador se vale de la chismosa peluquera. Una mujer soltera que opina de todo y de todos y da pie a que arranquen las distintas secuencias. Es la cómplice de Neville dentro de la película. Y no podía ser otra que su compañera sentimental y actriz fetiche, Conchita Montes. Además de hacer los coros, Conchita sirve como ideal referencia elíptica cuando vemos como los años van pasando por ella. Neville vuelve al mismo elemento narrativo utilizado en El Baile (su famosa obra de teatro, adaptada en 1959 a la gran pantalla).
El director regresa a sus temas preferidos en cuanto puede. En primer lugar está la capital. La ciudad donde nació es protagonista desde el comienzo cuando suena la “Balada de Madrid”, cantada por Nati Mistral. Sus calles son nombradas a la menor oportunidad y la acción transcurre en un típico barrio madrileño. Incluso, el mejor de los escasos números musicales que salpican la acción es un cuplé castizo, sucesivamente cantado por mujeres asomadas al balcón en un patio de vecinos. Y es que la música es otra de sus aficiones. Además de lo citado, Neville deja caer algo de flamenco - recordemos que su película Duende y Misterio del Flamenco (1952) es uno de los mejores documentales que se han hecho nunca sobre el cante hondo y el baile-. Por último, siguiendo con los temas que le interesan, destacar la nostálgica escena donde se produce el relevo entre los coches de caballos y los automóviles; en la línea de su excelente El Último Caballo.
Con Mi Calle, Edgar Neville finalizó su carrera cinematográfica. Nada mejor para un autor como él que terminar con una película que recupere un período histórico que coincide con el de su propia vida. Que transcurre en su ciudad natal, y que intenta, a pesar del régimen y de la proximidad en el tiempo con la Guerra Civil, huir de lo radical y subrayar los aspectos civilizados de las relaciones humanas.
Buenos días, Tristeza (Bonjour Tristesse de Otto Preminger, 1957). Deborah Kerr, David Niven, Jean Seberg. (Canal Extremadura TV, domingo 6 a las 21:50)
Adaptación de la novela homónima de Françoise Sagan que trata de la vida vacía de la joven Cécile (Jean Seberg) y de su padre Raymond (David Niven), un viudo mujeriego que va de fiesta en fiesta. Su insulsa existencia se refleja en la expresión desdramatizada de sus rostros y, mientras anodinos personajes desfilan con una copa en la mano o bailan como si de fantasmas se tratara, ellos, hija y padre, añoran el último verano en la Costa Azul. El verano en el que convivieron con una antigua amiga de la familia: Anne Larsen … leer más
Filme coral, centrado en una calle de Madrid, que narra el devenir de sus residentes desde comienzos del siglo XX hasta los años cincuenta. Escrita y dirigida por Edgar Neville, la cinta hace un repaso de la historia contemporánea de España desde el punto de vista del ciudadano. Para lograrlo, el director procura no salir de las cuatro manzanas que componen la vía. Así, los cambios que el país experimenta apenas afectan al comportamiento y la rutina de los protagonistas. Son los acontecimientos domésticos los que realmente alteran y conforman la verdadera crónica de la vecindad. Un niño que va a nacer, una pareja de novios que se separa, dos golfillos que pierden a su perro o una nueva obra en la calzada son, entre otros, los verdaderos puntos de impulso del guión de Mi Calle. Al menos esta es la intención del cineasta cuando una voz en off así lo manifiesta, justo después de los créditos. Y sigue fiel a ese objetivo cuando sale del plató para insertar imágenes reales, extraídas de documentales. El contraste de dichas secuencias con las propias de la trama consigue el curioso efecto de alejar aún más el documento de la vida cotidiana. Cosa que no ocurre, por ejemplo, con los sueños de los vecinos (incluidos los del ¡perro!).
Sólo la llegada de la Guerra Civil alterará inevitablemente la estructura de la película. Es cuando Neville contagia de los hechos que suceden en el exterior a algunos personajes. Sus acciones, más las propias de la Guerra como el exilio, los fusilamientos, las desapariciones y el hambre, harán mella en todos el vecindario: la niña reprimida (Gracita Morales, de lo mejor de la cinta) se refugiará en el burdel y volverá “ligeramente” cambiada; su padre cambiará varias veces los lomos de los libros de las estanterías, de las obras completas de Marx a las de Santa Teresa; o los hijos de dos de los protagonistas se liarán a tiros, rompiendo la relación cordial que había entre sus mayores a pesar de la diferencia de clase social y de ideas. En este sentido, es de destacar la insistencia del Neville pacifista y civilizado, cuando de su elegante pluma salen dos personajes como el paragüero republicano –no perderse a su loro cantando el himno de Riego- y el marqués monárquico que vive enfrente; ambos se respetan y se quieren hasta el punto de dar la vida el uno por el otro.
La cinta está repleta de caracteres interesantes, muy bien descritos por Neville con su simpático estilo literario (ver el arranque, con la presentación guiada por Blas, el sereno, “un nombre corto que suena a aplauso”). Para conducir el resto de la trama, el realizador se vale de la chismosa peluquera. Una mujer soltera que opina de todo y de todos y da pie a que arranquen las distintas secuencias. Es la cómplice de Neville dentro de la película. Y no podía ser otra que su compañera sentimental y actriz fetiche, Conchita Montes. Además de hacer los coros, Conchita sirve como ideal referencia elíptica cuando vemos como los años van pasando por ella. Neville vuelve al mismo elemento narrativo utilizado en El Baile (su famosa obra de teatro, adaptada en 1959 a la gran pantalla).
El director regresa a sus temas preferidos en cuanto puede. En primer lugar está la capital. La ciudad donde nació es protagonista desde el comienzo cuando suena la “Balada de Madrid”, cantada por Nati Mistral. Sus calles son nombradas a la menor oportunidad y la acción transcurre en un típico barrio madrileño. Incluso, el mejor de los escasos números musicales que salpican la acción es un cuplé castizo, sucesivamente cantado por mujeres asomadas al balcón en un patio de vecinos. Y es que la música es otra de sus aficiones. Además de lo citado, Neville deja caer algo de flamenco - recordemos que su película Duende y Misterio del Flamenco (1952) es uno de los mejores documentales que se han hecho nunca sobre el cante hondo y el baile-. Por último, siguiendo con los temas que le interesan, destacar la nostálgica escena donde se produce el relevo entre los coches de caballos y los automóviles; en la línea de su excelente El Último Caballo.
Con Mi Calle, Edgar Neville finalizó su carrera cinematográfica. Nada mejor para un autor como él que terminar con una película que recupere un período histórico que coincide con el de su propia vida. Que transcurre en su ciudad natal, y que intenta, a pesar del régimen y de la proximidad en el tiempo con la Guerra Civil, huir de lo radical y subrayar los aspectos civilizados de las relaciones humanas.
Buenos días, Tristeza (Bonjour Tristesse de Otto Preminger, 1957). Deborah Kerr, David Niven, Jean Seberg. (Canal Extremadura TV, domingo 6 a las 21:50)
Adaptación de la novela homónima de Françoise Sagan que trata de la vida vacía de la joven Cécile (Jean Seberg) y de su padre Raymond (David Niven), un viudo mujeriego que va de fiesta en fiesta. Su insulsa existencia se refleja en la expresión desdramatizada de sus rostros y, mientras anodinos personajes desfilan con una copa en la mano o bailan como si de fantasmas se tratara, ellos, hija y padre, añoran el último verano en la Costa Azul. El verano en el que convivieron con una antigua amiga de la familia: Anne Larsen … leer más
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