Regresamos
de nuevo a la sección oficial y como no hay dos sin tres, después de El Gran Cuaderno e In Bloom, volvemos a otra cinta rodada bajo el punto de vista de unos
niños, algo que parece ser la especialidad de este año en el festival de cine
europeo de Sevilla.
Con The
Selfish Giant, la directora británica Clio Barnard presenta a concurso el primer largometraje de ficción después de su incursión por el corto y el
documental. El guión escrito por la propia cineasta relata la vida de dos
amigos, Arbor y Swifty, muy contrastados (el primero nervioso, delgado, interesado
en ganar dinero como sea; el segundo más pausado, gordito, amante de los caballos)
que viven en los suburbios de una gran ciudad, en el seno de dos familias rotas
por la miseria y las drogas. Arbor es el único que no se mete con Swifty,
objeto de las burlas en el colegio; mientras Swifty es el único amigo de Arbor,
un niño problemático con tratamiento por hiperactividad. Ambos se saltan
las clases en cuanto pueden para ir a recoger chatarra (otro tema recurrente en el festival). Arbor se somete a la explotación de
Kitty, mafioso propietario de un desguace, y no duda en robar cables de cobre
para conseguir unas libras de la forma más rápida posible; rápida, sí, pero
peligrosa por el alto voltaje de los conductores; Swifty, mientras
tanto, sigue a Arbor en sus actividades delictivas, en parte para disfrutar de
los paseos en los caballos de Kitty.
Cine
social, muy del estilo de las islas, descubierto por los jóvenes del Free Cinema y continuado por los Loach, Leigh,
Frears o Winterbottom. De hecho, esta historia de malos estudiantes amantes de
los animales la han comparado en Inglaterra con aquella maravilla que fue Kes
(Ken Loach, 1970), el filme que dio el pistoletazo de salida al nuevo cine
social británico. Allí, el joven cuyo nombre daba título a la película era un
amante de la cetrería; aquí, Swifty sueña con participar como jinete en las carreras que organiza Kitty destinadas a las apuestas ilegales.
Las
comparaciones entre ambas cintas se acaban en la superficie de la trama, en la
denuncia social, porque el desarrollo de la historia y el aspecto formal son
bastante diferentes. Ambos se deben a que The Selfish Giant se narra bajo el
punto de vista de Arbor y no de Swifty. La realizadora rueda con una cámara nerviosa
la mayor parte del metraje, todo el que se desarrolla cuando Arbor se encuentra
presente y dirige la acción. La hiperactividad del niño se ve reflejada, no
tanto en el movimiento del objetivo como en el rápido montaje que provoca la
falsa sensación de que lo que se mueve es la cámara. Sólo en planos de transición
o en aquellos protagonizados por Swifty, Clio Barnard se permite alguna
licencia para la fotografía o el encuadre fijo: planos de gran belleza, presididos
la mayoría por una niebla permanente desde la que se adivinan amenazadoras chimeneas
que recuerdan el peligro al que se enfrentan los dos amigos.
Película
dura, comprometida con la realidad social de los suburbios, nacida de la
experiencia de la propia directora cuando rodaba en Bradford su anterior trabajo,
un documental sobre la vida del dramaturgo Andrea Dunbar. Mientras filmaba The
Arbor (2010), que así se llamó finalmente el filme, Clio Barnard observó
a dos muchachos que vivían de la recogida de chatarra...
Ver Ficha de The Selfish Giant.
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