miércoles, 28 de marzo de 2012

PUENTES Y SOMBRAS: La última entrega


Hoy cerramos esta pequeña introducción de la novela con un extracto del segundo capítulo.

Entendemos que estas entregas son un poco desesperantes en un libro de suspense como éste (más de uno así me lo habéis dicho), de ahí que demos por cerrado el adelanto de la novela. Sólo me resta agradecer vuestros comentarios y esperar que os haya gustado el primer capítulo, y que os divierta el resto del libro a los que decidan leerlo.

No quería despedir esta serie de entradas sin presentaros a otro personaje fundamental de "Puentes y Sombras": la subinspectora "Sam" Torres, una detective de policía obsesionada por el pasado, que junto a su jefe, el inspector Hidalgo, pronto se hará cargo de los asesinatos.

Aquí tenéis la primera aparición de Sam en la novela:

La noche no pudo ser más dura. Desde luego, si ella lo hubiera sabido, no le habría cambiado el turno al caradura de Solís; el jeta había alargado el puente desde el viernes 29 hasta el miércoles 3. ¿Cómo se las arreglaba para camelar al comisario? El caso es que a ella no le tocaba pringar hasta el jueves, pero Solís la convenció para permutarlo por el martes, justo el día que finalmente resultó ser el peor del año para que te cogieran como jefe de turno. Lamentando su mala suerte, la subinspectora Torres, de la comisaría de distrito Poniente, llegó a la escena del crimen.
Casandra Torres, a la que todos sus compañeros llamaban “Sam”, estaba realmente agotada. No tuvo tiempo ni para ducharse, sólo para quitarse el uniforme y ponerse su ropa de paisano. La guardia había sido de perros. Desde que llamaron del servicio de emergencia anunciando la muerte de un hombre por posible sobredosis, hasta el aviso del crimen en la Barqueta, pasando por el envío de un destacamento al palacio de San Telmo, no había parado para descansar ni un minuto.
El primer caso, el del drogadicto de la calle Trajano, se lo quitó de encima rápido: se lo endosó al grupo de estupefacientes. Con el segundo hubo más problemas. El requerimiento urgente de la Jefatura Superior de Policía de Andalucía Occidental para mandar un grupo que se uniera al dispositivo antidisturbios, tuvo su dificultad por la hora que era y la falta de personal. Al final, consiguió mandarlo pasadas las seis de la mañana.
El último asunto era el que la afectaba directamente. Sólo hacía una hora de la llamada de la policía local. El cadáver de la mujer lo descubrieron a unos cuatrocientos metros del puente de la Barqueta, en el sendero que conduce a los Jardines del Guadalquivir. Sam se puso en marcha enseguida para gestionar las primeras actuaciones. Lo primero que hizo fue avisar al comisario Ramírez. Sabiendo que el caso le iba a dar de lleno se anticipó a la jugada activando el grupo de policía científica, y alertando al juzgado para el levantamiento del cadáver. Hasta abrió un archivo para el comienzo de las diligencias de prevención. Al llegar el comisario, Sam le puso al corriente de todo y confirmó lo que se había imaginado: el jefe nombró al inspector Hidalgo, con Sam de auxiliar, para dirigir la investigación y efectuar el correspondiente atestado. Hidalgo y ella llevaban varios años actuando juntos y, prácticamente, ya era una rutina que les encargaran a ellos los homicidios. Como Rodrigo Hidalgo no había llegado todavía a la comisaría, Sam se adelantó al lugar de los hechos para hacerse cargo de la escena del crimen.
Ya era de día cuando Sam atravesó el camino forestal. Iba en el Citroen Picasso del parque de automóviles, sorteando a las pocas personas que a esas horas estaban haciendo footing o circulaban en bicicleta. Tenía prisa, pero debía andar con ojo al conducir por un camino en principio vetado para los automóviles. Después de pasar una curva muy abierta, y un pequeño cambio de rasante, divisó la zona acotada por la policía local.
Sam aparcó a un lado de la carretera y apagó las luces del todo innecesarias ante un sol que ya se alzaba más de un palmo sobre el horizonte. Con decisión, levantó la cinta amarilla que señalaba el perímetro acordonado, mientras, con la otra mano, enseñaba la placa a uno de los dos agentes que aseguraban el recinto.
—Buenos días. Subinspectora Torres de la policía judicial —dijo Sam con autoridad al agente que la miraba incrédulo.
El aspecto de Sam se encontraba muy lejos del que se esperaba de una funcionaria del cuerpo de policía. Con una rebeca de lana ajada, cargada de bolas y de años, y un pañuelo hippie alrededor del cuello, parecía recién salida de una comuna más que de una comisaría. Se diría que a Sam no le importaba demasiado su imagen, sin embargo, su aparente desidia a la hora de vestir era engañosa. Sam hacía todo lo posible para esconder su figura regordeta y poco afortunada. Nada de vestidos ajustados. Esos anchos jerseys cumplían muy bien su función y, encima, eran muy cómodos. En el mismo sentido, había decidido cortarse su morena melena. Con eso evitaba el efecto negativo que produce un pelo demasiado largo sobre alguien que llega con dificultad al metro sesenta. Todo dentro de un estilo desenfadado, propio de quien no tiene ninguna intención de presumir. La única licencia, digamos elegante, que se permitía era llevar las gafas acorde al color de su ropa. Tenía una extensa colección, que guardaba celosamente, y le gustaba tomarse su tiempo para elegir la más adecuada antes de salir de casa. Ese día llevaba unas lentes estrechas con montura de color negro. Era cierto que su miopía las necesitaba, pero lo que más pesaba era su afán por esconder el rostro tras ellas.
Sam pasó rápidamente a la acción cuando pidió que la llevaran a ver al que estaba al mando. El mismo agente le confirmó que él era el responsable hasta que llegara alguien de la policía nacional.
—Muy bien, entonces quiero hablar con el que descubrió el cadáver —pidió Sam de forma que su deseo era una orden en toda regla.
—Fui yo, subinspectora —respondió el agente de nuevo, todavía sorprendido por aquella Serpico en versión femenina.
—¿A qué hora?
—A eso de las siete de la mañana. Llevamos toda la noche buscándola.
—Entonces sabemos quién es…
—Sí, su nombre es Ana Mateos, vive al otro lado del puente, en Torneo.
Sam anotó en una pequeña libreta la dirección y el nombre de la mujer y siguió preguntando al joven policía local.
—¿Quién denunció su desaparición?
—El marido de la víctima. Ha estado aquí hasta hace un rato. Le convencimos para que se fuera a descansar. Ha participado en la búsqueda y cuando hemos encontrado a su mujer no ha podido soportarlo. Se ha hundido completamente. Nunca he visto a alguien tan destrozado.
—Me lo imagino. —A Sam no le costó nada ponerse en el lugar de aquel hombre que acababa de perder a un ser querido. Ella tenía, por desgracia, su propia experiencia. Y sabía que lo peor estaba por llegar: cuando el marido se diera cuenta del verdadero alcance de la situación.
Al lugar del siniestro comenzaba a llegar más gente: un coche patrulla, con dos agentes más, y algunos curiosos que eran disuadidos de pasar más allá del cordón establecido.
—Por lo visto, avisó a la comisaría cuando su hijo regresó de la calle solo —siguió informando el policía municipal—. La víctima y el niño habían salido juntos por la tarde, como casi todos los días, a dar un paseo por el parque.
—Ya veo… —Sam pensó que lo primero que tendría que hacer era hablar con el marido para acotar tiempos y concretar donde habían estado exactamente la madre y el niño. Además, era inevitable incluirlo en la lista de sospechosos, mientras no tuvieran otra cosa.
—¿Dónde está el cadáver? —preguntó Sam mientras miraba a un lado y otro de la calzada sin más resultado que el de una zapatilla de deportes abandonada, marcada con un número por los técnicos criminalistas.
—Aquí abajo. —El agente señaló un cañaveral situado en la rivera—. Si quiere seguirme…
Los dos policías bajaron con alguna dificultad hasta la orilla del río. Allí, el cuerpo sin vida de una mujer rubia descansaba en una posición poco natural. El cadáver seguía la inclinación del terreno, con la cabeza a un nivel inferior al de las piernas. Llevaba un chándal rosa y una riñonera abierta, con el contenido esparcido alrededor. Tenía el pie derecho descalzo; el izquierdo calzaba la pareja de la zapatilla encontrada arriba. El personal de la policía científica ya se encontraba trabajando gracias a la eficacia de Sam. Con sus batas blancas y los guantes de látex, uno se encargaba de fotografiar los restos y el entorno, mientras el otro examinaba el cuerpo y tomaba notas en una libreta.
—Buenos días, Santi —saludó Sam al que estudiaba el cadáver.
—Hola Sam; de buenos no tienen nada.
Santiago Casal era un tipo meticuloso y efectivo. Sam lo conocía bien y sabía que ya tendría alguna impresión del crimen.
—¿Sabemos la hora del fallecimiento?
—Yo calculo que dejó de respirar hace doce horas como poco, pero te lo diré con más exactitud cuando la examine el forense.
—¿Y la causa de la muerte?
—Ni idea, pero supongo que estas marcas han tenido algo que ver. —Santi señalaba el cuello de la mujer donde destacaban dos hematomas rojizos paralelos y muy bien delimitados—. Quizás estrangulada, aunque tiene una herida en la nuca que quisiera tener más tiempo para estudiarla.
—Ya me han dicho que el marido la ha reconocido… —Sam pensaba en alto.
—Sí, cuando llegábamos él se iba. Estaba bastante afectado —confirmó Santi.
Sam se tomó un momento de respiro. El cansancio le estaba jugando una mala pasada.
—Dime más cosas, Santi —dijo al cabo de unos segundos.
—Aún es pronto, pero, si quitamos las marcas del cuello, no hay otros signos externos de violencia, ni en el cadáver ni en el entorno. Lo que sí hemos podido apreciar es desde dónde pudo venir el asesino. —Santi señalaba una especie de camino, donde los arbustos estaban aplastados y las cañas tronchadas. El rastro discurría paralelo al camino asfaltado, pero por el margen del río.
—Sí. Debió seguirla hasta aquí, esperando su oportunidad para atacarla. —Sam razonaba mientas se aproximaba más al cuerpo. Sintió un escalofrío al ver el rostro azulado, entre desconcertado y compungido, de la víctima—. La deportiva de arriba indica que el asalto se produjo en la carretera. La sorprendió saliendo del cañaveral. Después la arrastró hasta el río. No se molestó en esconder el cuerpo. En tirarlo al agua, por ejemplo. Debía tener prisa.
Sam narraba la posible secuencia como si estuviera rodando una película.
—Podría tratarse de un robo… —dedujo la subinspectora agachándose para observar los restos esparcidos de la cartera que llevaba la mujer a la cintura—. Aunque es pronto para decirlo.
—Eso parece —apuntó el otro técnico.
Sam no supo si se refería al robo o a que era pronto para asegurarlo. Observó como el policía tomaba una instantánea del supuesto contenido de la cartera. Muy cerca del cadáver se hallaba una polvera con el cristal roto, un lápiz de labios, un paquete de clínex y un llavero. “Qué coqueta, hasta para hacer footing se lleva un kit de maquillaje”, pensó Sam al tiempo que no se imaginaba a ella misma haciendo ejercicio ni llevando esos horrorosos bolsitos en la cintura.
—Bueno, te dejo trabajar Santi. Ya me contarás si descubres alguna cosa.
—De acuerdo, pero no creo que adelantemos nada más hasta que el doctor la examine. Espero que el juez autorice a llevar el cuerpo al Instituto Anatómico Forense cuanto antes. Vamos, que no tendrás datos concretos hasta dentro de un par de días.
—OK. Te veo luego —dijo Sam subiendo de nuevo hasta la carretera, acompañada del agente municipal.
Arriba, los policías nacionales ya controlaban la situación.
—Ya tengo aquí a mis hombres —exclamó Sam cuando vio a la pareja de su comisaría vigilando la zona acotada y alejando a los curiosos—. Muchas gracias por todo. —Sam le dio una palmada en la espalda al joven municipal que, aunque se sorprendió del gesto tan poco femenino, le resultó bastante agradable—. Han hecho un buen trabajo. Me gustaría que dejasen un informe escrito con todo lo relevante. Cuando terminen, pueden irse a descansar. A partir de ahora nos hacemos cargo de la situación.

Leer Capítulo I 
Cómo conseguir el libro.


17 comentarios:

  1. Buenas. Sam se me antoja como un gran personaje. Apenas presentado el lector ya intuye que hay mucho debajo de esa apariencia.
    Y creo que es acertado no adelantar mucho, solo para saber qué sabor tiene la novela, y esta ya resulta apetitosa.
    Saludos.

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    1. Es curioso porque al principio no tenía intención de que Sam fuera algo más que la ayudante del inspector que lleva la investigación, pero la detective se me fue de las manos jajaja. Ahora es la culpable de que haya una continuación en la que estamos trabajando.
      Saludos!

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  2. La verdad Ethan, pinta muy bien tu novela. Me hará mucha ilusión encontrármela en alguna librería. Si no es así la pediremos, qué caray!!

    Enhorabuena nuevamente!!

    Un saludo

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    1. Muchas gracias, espero que te diviertas leyéndola, ese es el objetivo.
      Un saludo

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  3. En breve me hago con él; que ya va siendo hora.

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  4. Atrayente. ¿Sam es un homenaje a Bogart? ;)

    Un saludo :)

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    1. Sam es un representante de todos esos personajes del cine negro que tanto nos gustan.
      Un saludo

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  5. Espero que te vaya de cine amigo.
    Un saludo

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  6. ¿Sabes que te digo? Pues que yo soy muy mayor para seguir leyendo una novela en estas condiciones, a pesar de que esta sea la última entrega que pones en el blog. Yo soy más afín a la celulosa (así como al celuloide). ¡Qué le vamos a hacer!
    No te enfades, ¿vale?
    Saludos.

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    1. No sólo no me enfado sino que te doy toda la razón: la mejor manera de leer el libro es en papel, de ahí que hayamos decidido dar por terminada esta introducción. Creo que es suficiente para hacerse una ídea.
      Saludos!

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    2. Ahora entiendo jajaja. A ver si nos vemos y te la puedo dedicar!

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  7. Felicidades, Ethan. He sabido lo de tu novela por el blog de Licantropunk. Lo que he leído me parece muy interesante y será un libro muy adecuado para mis semi-vacaciones de Semana Santa. Abrazos. Borgo.

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    1. Creo que sí, que un libro como éste, que lo único que pretende es entretener al lector, puede ser muy adecuado para llevárselo en vacaciones.
      Un abrazo.

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  8. Enhorabuena por la publicación y mucha suerte. Un abrazo.

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