martes, 27 de marzo de 2012

PUENTES Y SOMBRAS: I- y 7


Enrique acompañó a Merche hasta la salida. Caminaron sin decir una palabra a través del ruido de las conversaciones telefónicas y de las impresoras.
—Me lo imaginaba todo mucho más grande —dijo Merche para romper el hielo.
—Sí. Todo el mundo dice lo mismo al ver la sala de redacción. En realidad, el periódico no es muy ambicioso. Como te habrá dicho Cecilia tenemos sólo tres secciones.
—La verdad es que no me ha contado casi nada.
—¿No? Bueno, de la organización no hay mucho que decir.
—Todo lo que me puedas adelantar me interesa.
—Vale. Pues el diario se divide en cuatro áreas: la de Opinión la lleva personalmente Roberto, por eso no cuenta. Hará un año o así, Nacional se unió con Regional y Local, donde vas a trabajar tú. Cecilia se hizo cargo de todo; a pesar de sus defectos hay que reconocer que es una trabajadora nata. Yo llevo Cultura y Deportes; Internacional lo lleva otra persona...
—Jaime Morales —le interrumpió Merche.
—Vaya, parece que algo sí te han contado.
—Sí, es al primero que he conocido —dijo Merche con muy poco entusiasmo.
—Entonces me ahorraré cualquier comentario. —Parecía que a Enrique tampoco le caía muy bien Jaime.
—Pues eso es casi todo —prosiguió Enrique—. Luego está el personal de cada sección, al que irás conociendo poco a poco; la gente de informática; los de medios gráficos, los de maquetación... En general, hay muy buen ambiente. Ah, se me olvidaba, tu jefa también es la coordinadora, un cargo que suele llevar el más antiguo. Muy importante para darle a todo un mismo enfoque y conseguir un periódico compacto en vez de la suma de muchos periódicos pequeños. —Enrique se estaba poniendo demasiado serio; se dio cuenta—: Esto es la teoría, en la práctica, como has visto, la sala de redacción es lo más parecido al camarote de los Hermanos Marx. Intentamos sacar adelante la edición del día con demasiada prisa. La presión es tan alta que no podemos pararnos a reflexionar si le estamos dando la orientación adecuada.
Merche se sentía como en una nube. Le encantaba formar parte de ese equipo. La ilusión era tremenda. Iba a trabajar como periodista y, aunque su jefa era bastante difícil de tratar, le hubiera dado dos besos cuando le anunció que el puesto era para ella. Aquellos cielos oscuros que antes nublaban su mente se antojaban ya muy lejanos. Y una de las causas por las que el día se había despejado tanto que amenazaba con darle una insolación era el hecho de haber conocido a Enrique. En aquel momento de euforia le pare­cía el hombre más interesante de su vida. Tenía que conocerlo mejor.
Podía invitarle a la fiesta que pensaba dar esa noche. Lo estaba deseando, pero pensó que iba a quedar fatal. ¿Qué iba a pensar de ella? De repente se sorprendió a sí misma con tantos escrúpulos: Ojo, Merche, que este no es uno de esos ligues de verano. Te lo acaban de presentar, y esto no es una discoteca en la que después de sacarle a bailar ya te estás morreando con él y en una hora te lo estás tirando. Las cosas no se hacen así. Va a ser un compañero de trabajo. Lo vas a ver todos los días. Así que ándate con tiento y no lo eches todo a perder.
—No le hagas mucho caso —la despertó Enrique.
—¿Cómo? —Merche dio un respingo.
—A Cecilia. Es así con todo el mundo.
—Ah, bueno… —Despertó del todo—. La verdad es que hoy he llegado tarde. Tiene razón en cabrearse conmigo. No me quejo en absoluto. Al revés, no puedo estarle más agradecida. Estoy…
—¿Encantada? —le ayudó Enrique alzando las cejas. Ambos estallaron en una cómplice carcajada que duró unos segundos.
—Hay que saber tratarla —prosiguió Enrique a medida que iba desapareciendo la sonrisa de sus labios—. Además lleva muy mal lo del embarazo. Por su edad y todo eso. La cosa puede complicarse y debe estar preocupada.
—Claro, la entiendo perfectamente. Yo estaría acojonada. Necesitará los cuidados de su marido… —Mientras decía eso, Merche pensaba que a ella sí que le gustaría rendirse a los cuidados de Enrique. Se ruborizó al imaginárselo, y más aún al pensar que Enrique podría estar dándose cuenta.
—Está separada. En realidad vivían juntos, pero no estaban casados —dijo Enrique negando con la cabeza.
—No tenía ni idea.
Siguieron hablando del periódico de forma tan amena que a Merche se le hizo la conversación muy corta. No se había dado cuenta de dónde estaban hasta que tuvo que atravesar la puerta giratoria del edificio Expo 2. Ya en la calle, Enrique se ofreció a resolverle las dudas que le surgieran en los primeros días de trabajo. Además le confió un secreto: pronto iban a trabajar en la misma sección ya que Cecilia estaba a punto de darse de baja y él iba a sustituirla. La noticia no podía ser mejor. Esta vez no le sorprendieron a Merche los besos de despedida. Fue, precisamente, el recuerdo de ese instante el que la llevó en volandas de vuelta hasta su casa.  

Fin. Ana pasó la última página del libro miniatura. Agradecimientos. Se acabó la novela. Justo a tiempo porque el crepúsculo estaba agotando sus últimos minutos.  Esos nuevos ejemplares, literalmente de bolsillo, eran ideales para ella. Los fabricaban las editoriales que se especializaban en misales y biblias. Dieron con el invento del siglo gracias a ese papel tan fino y a la forma vertical en la que se disponían las páginas. Mucho mejor que los e-book. Pasas las hojas como si estuvieras manejando un calendario. Las letras no son tan pequeñas y puedes guardarlo en el bolso o en la riñonera. Ideal para leer en el metro o en el autobús. O para llevárselo al parque mientras Nacho juega en los columpios. ¿Dónde está Nacho? El corazón le dio un vuelco. Ensimismada con los capítulos finales, no se había dado cuenta del paso del tiempo. Tampoco existía rastro de la niñera sudamericana que jugaba con los gemelos pelirrojos; ni de la mujer del moderno cochecito de bebé. Se encontraba sola.
Nada más salir del parque infantil se tropezó con la bicicleta de montaña de Nacho que estaba tumbada en el suelo. Se asomó a la plaza del Auditorio, pero tampoco quedaba nadie. Volvió a bajar al parque infantil y se dirigió hacia el jardín botánico. Entonces vio a Nacho. Su pelo rubio flotaba en el aire cada vez que daba un salto. Estaba jugando en los islotes artificiales del Jardín Americano; pasando por encima de los estrechos canales que daban al río. ¿Por qué siempre elegía los lugares más peligrosos para jugar? ¡Nacho ven aquí! Las pequeñas cascadas y los estanques rodeados de verdina atraían al niño mucho más que los columpios. ¡Quédate quieto, ahora me acerco yo!
Ana lo sujetó por el brazo y lo arrastró hacia el huerto de cactus. A regañadientes, Nacho consintió en esquivar las piscinas donde ya compartían hábitat algas de agua dulce y nenúfares. Pasaron cerca del pabellón de la Naturaleza y atravesaron el curioso parque de los arbustos tropicales, las chumberas, las pitas y los árboles de la familia de las leguminosas. Pronto llegaron a la zona de ocio para los pequeños, donde aguardaba la bici de Nacho. Ana agarró con una mano el manillar, mientras mantenía sujeto al protestón de Nacho con la otra. ¡Déjame montar! No, que no me fío. Pero si es todo recto, cuando llegue al puente te espero. De acuerdo, pero más vale que estés allí, si no olvídate de la consola en un mes.
Siempre hacían lo mismo: él se adelantaba, mientras ella se relajaba paseando por la ribera, pensando en sus cosas. Nacho pedaleó con fuerza y se alejó por el sendero asfaltado que conducía al puente de la Barqueta. Ana vio como desaparecía por el cambio de rasante. Aún seguía algo intranquila. Y no sabía por qué. Por allí no podían circular automóviles. Además, no había pérdida posible: el camino era recto, con curvas muy suaves, y terminaba al pie del puente. La cuneta casi no existía. En el lado derecho, la vegetación subía desde el río hasta la calzada; en el izquierdo, el límite lo fijaba un talud de arbustos y cañas que se elevaba hasta el recinto de la Expo. Sin embargo, sintió un escalofrío.
Estaba bastante oscuro y la última persona haciendo footing había pasado como una exhalación en sentido contrario. Ana sopesó la posibilidad de hacer lo mismo: salir corriendo para alcanzar a Nacho antes de que llegara al puente. Llevaba su chándal Nike de color rosa y sus zapatillas de deportes, pero estaba realmente cansada. Ya había hecho bastante ejercicio a la ida, cuando vinieron por el mismo camino haciendo carreras, él con su pequeña Totem de montaña y ella con la lengua fuera casi todo el rato.
No, no podía quitarse de encima la sensación de desasosiego. Podía deberse a la existencia del asentamiento de chabolas en el Puente de Chapina, no lejos de allí. La verdad es que nunca los habían molestado. ¿Eran gitanos o rumanos? Qué más daba. Ella no los había visto nunca en la zona de los jardines del Guadalquivir. Los indigentes se limitaban a mirar con indiferencia a los pescadores ocasionales que lanzaban sus anzuelos en los márgenes del río
Ana pensaba en lo rápido que habían pasado los últimos cinco años desde el traslado al nuevo apartamento de Torneo. En lo lejos que quedaban los malos tiempos, cuando Vicente y ella estuvieron a punto de la separación. La frustración por la pérdida del primer hijo dio paso a la desesperación por no quedarse embarazada de nuevo. Luego llegó el infierno de los reproches. Sólo el anuncio de la llegada de Nacho pudo salvar la situación.
¿Estará ya en el puente? Seguro que sí. Lo que ha crecido Nacho, todo le está pequeño. Ana estaba pensando que tendrían que aprovechar las rebajas para comprarle ropa cuando oyó un ruido. Se volvió instintivamente pero no vio a nadie. El sendero se encontraba vacío. Estaba segura de haber oído algo, pero no sabía con certeza de donde provenía el sonido. Lo más seguro es que fuera un pájaro remolón que aún estaba localizando el lugar donde pasar la noche; o algún roedor buscando comida entre las cañas.
El río parecía un espejo. La última piragua hacía ya media hora que pasó por allí, y los barcos de turistas habían desaparecido. Pues estamos en temporada alta, pensó Ana más tranquila. Hay que ver lo infrautilizado que está el río. Otras capitales en la misma situación, y con esta temperatura, estarían saturadas de cruceros. Debe ser cosa de la crisis.
Alzó la vista y pudo observar como Venus brillaba ya con fuerza. La claridad de las luces de la ciudad impedía que el resto de estrellas acompañara al planeta. Los días son cada vez más cortos. Y más desde que funciona el horario de verano. ¿Es una hora más o una menos? Soy disléxica hasta en eso. Ese fue el último pensamiento de Ana antes de que un golpe seco en la garganta la detuviera bruscamente.



11 comentarios:

  1. Tienes un estilo muy ágil y ameno, Ethan. Te deseo todos los éxitos. Un abrazo

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  2. Muy bonito y bien relatado, no hay nada como lo que sale del alma.
    Un abrazo.

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    1. Gracias, Susan. La verdad es que, independientemente del resultado, hemos puesto empeño en ello.
      Un abrazo!

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  3. Hola Ethan, te has embarcado en un proyecto interesante y realmente ambicioso, te deseo mucha suerte! Coincido en la opinión de estilo de los comentarios, la verdad es que la lectura es amena. Por mi parte, he estado desconectada un par de meses, pero ahora que tengo ya un poquito más de tiempo puedes contar conmigo entre tus lectores. A ver qué depara esto que en principio pinta muy bien...
    Un saludo ;)

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    1. Hola Babel:

      Me alegra verte de nuevo por esta casa. Ya veremos cómo resulta el proyecto, pero haber logrado publicar la novela ya me llena de satisfacción.

      Un saludo!

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  4. Espero hacerme con un ejemplar, Ethan porque así en capitulos sabe a poco.

    ¡Muchas suerte, un abrazo !

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  5. Dejé un comentario ésta tarde pero me temo que no ha te ha llegado.
    Decia que esperaba hacerme con un ejemplar porque por capitulos nos puede la impaciencia.

    Suerte y saludos

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    1. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Acabo de publicar la última entrega. Un abrazo!

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  6. Oiga tío Ethan, pues nada, que nos deja usted con la intriga... buena suerte con la novela y a ver si le vemos pronto en las listas de los más vendidos. Saludos!

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    1. Muchas gracias, esperemos que se distribuya bien y mucha gente pueda hacerse con ella.
      Saludos!

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