De Finlandia viene esta correcta película del casi
debutante en el largometraje, Juho Kuosmanen. Un biopic
acerca de la figura legendaria del boxeo finés, Olli Mäki, que no nos cautivó
demasiado quizás debido al fulgurante arranque del festival de cine europeo de Sevilla y a otra cinta escandinava
que pudimos ver antes: A War, de la que hablaremos en su
momento.
Olli es un panadero, un joven de pueblo que triunfa en el
boxeo amateur y que acaba de dar el salto al deporte profesional. Disputar el
campeonato del mundo es la propuesta que le acaban de hacer y todavía no se lo
puede creer. Eso significa tener que trasladarse a la capital, entrenar mucho y
perder peso. Olli está dispuesto a todo siempre que en su aventura le acompañe Raija,
la mujer de la que acaba de enamorarse.
Casi todos los tópicos del boxeo: el afán de superación, el
sacrificio, la competencia y los oscuros asuntos financieros, aparecen en una película
poco original en ese sentido. Un filme que, no obstante, se sostiene gracias al
contraste entre el entrenamiento de un deporte tan violento, y la evolución de
una tierna y hasta bucólica historia de amor entre dos jóvenes. La colisión
entre ambos mundos será inevitable: Olli se debate entre aislarse de su novia
si quiere estar en condiciones de disputar el combate con ciertas garantías de éxito,
o seguir con ella a pesar de la prohibición explícita de su entrenador.
La mayor virtud de la película, a nuestro entender, es el
aspecto formal y la ambientación, ambos elementos muy unidos, todo un acierto
del director. La trama, como se ha dicho, se encuentra basada en una historia
real que transita por el año 1962 y todo, el vestuario, el atrezzo, los
peinados, el maquillaje, etc., son los de la época. Tan conseguido está el diseño
de producción, que nadie diría que no se trata del propio documental que se
rueda dentro de la cinta (un buen ejemplo de “cine dentro del cine”, estilo felliniano).
Pero si la
ambientación es de diez, la puesta en escena y la forma de rodar, en blanco y
negro, con una cámara en permanente movimiento, casi subjetiva, siguiendo al protagonista,
es maravillosamente engañosa. Sabemos que la cinta se ha rodado en 2016, pero
posee todo el encanto de los largometrajes de las nuevas olas que surgieron en Europa
en los sesenta. Parece extraído de la filmografía del primer Polanski, o más
bien —por la temática pugilística— de su compañero Jerzy Skolimowski. La nostálgica
frescura que destila la película nos hace situarnos en los cine clubes de esos
años donde directores disidentes con los regímenes autoritarios soviéticos se
jugaban sus carreras.
Quizás esto último sea lo que no cuadre del todo. Finlandia
fue un país que a pesar de las concesiones que tuvo que hacer a la URSS al
final de la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo neutral en la Guerra Fría. Es
verdad que algo de política hay en la cinta, pero es más la denuncia hacia los
sectores capitalistas que organizan el combate, que a otra cosa.
Si lo que pretendía el director era emular no solo la forma
sino también la combatividad de los realizadores de la Europa Oriental en los
años sesenta, entonces ha fallado en su intento. Si su objetivo era mucho más
sencillo —y es lo que creemos—, es decir simplemente mostrar una historia de
amor donde para el protagonista el triunfo sentimental es más importante que el
deportivo, entonces el director ha acertado; aunque su acierto, eso sí, haya
sido más con el envoltorio que con el contenido.
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