El puente de las Delicias comenzó a elevarse.
—¡Mierda! —maldijo Merche en
voz alta lamentándose por su mala suerte. Iba a llegar tarde en su primera
entrevista de trabajo con posibilidades. Había salido con el tiempo justo para
la cita, pero no se podía imaginar que con la hora punta superada con creces
hubiera todavía problemas de tráfico. Claro que, precisamente por eso, era el
momento ideal para el tránsito portuario.
Algunos conductores
curiosos, y otros impacientes, se bajaron de sus automóviles para asomarse al
río. Merche, malhumorada, decidió hacer lo mismo. Abajo, en el muelle destinado
para los yates, una goleta de dos palos iniciaba la maniobra de desatraque. Era
un barco precioso donde todo estaba reluciente. El casco blanco, de fibra de
vidrio, y la cubierta de madera, recién calafateada y barnizada, aguantaban la
mayor y el mesana. Las velas arranchadas en las botavaras, la cabuyería nueva y
los elementos metálicos del velero como chigres o pasamanos brillaban
impecables reflejando el suave sol de otoño. En el combés, una persona manejaba
la rueda del timón y los mandos del motor auxiliar. Mientras, en proa, dos
marineros soltaban amarras. Los conductores miraban con envidia como la popa se
despegaba del muelle, y como soltaban la estacha de proa que aún ligaba el
barco con tierra. Muy despacio, el velero inició la virada para poner rumbo a
un punto entre los pilares centrales del puente, e iniciar su travesía hasta la
desembocadura del río.
A pesar de su enfado, Merche
no pudo evitar pensar en los días felices del verano. En aquellas cinco semanas
de Punta Umbría, alejada de todo y de todos. En el ático de la plaza Pérez
Pastor, justo enfrente del Puerto Deportivo; en las salidas a la mar con su
Jeanneau de 8 metros; en el “pescaíto” , y en la marcha nocturna. Sonreía al
recordar los ligues de fin de semana, sin compromiso, como a ella le gustaban:
una cena romántica en la playa del Rompido, unas copas en el pub o la discoteca
y después, si se terciaba, cama. Pero, ante todo, programar la salida con el
“Borinquen Dos”, su barquito. Para ella, era complicado manejar drizas, escotas
y timón a la vez. Necesitaba mano de obra. A ser posible, la misma que luego
utilizaría para compartir la siesta a bordo después de una buena comida en el
fondeadero. Merche se sorprendió de la ligereza con la que se tomaba la vida;
pero eran vacaciones, qué coño. Ya tendría el resto del año para agobiarse.
No se explicaba por qué el
semáforo continuaba en rojo cuando el puente levadizo ya estaba en línea con la
carretera. Necesitaba ese trabajo. A sus veintiocho años estaba todavía en la
fase de demostrar a su padre que se valía por sí misma. Creía que lo había
conseguido cuando se embarcó, junto a dos amigas de la universidad, en el
ilusionante proyecto de crear una revista mensual. La idea era buena. Merche
pondría el capital; bueno, su padre. Isabel y ella se encargarían de la
actualidad política, mientras Elena lo hacía de la económica. No era la primera
vez que trabajaba con Isabel: en la facultad de Ciencias de la Comunicación,
cuando eran alumnas de quinto, lograron sacar adelante el periódico del centro,
abandonado tras varios años de ostracismo. En cuanto a Elena, simplemente era
su mejor amiga de siempre. Elena se decantó por económicas, pero nunca dejaron
de salir juntas. Se veían prácticamente todos los fines de semana y, además, Elena congenió enseguida con Isabel.
Durante el primer año la
cosa funcionó a duras penas. Sin beneficios, pero sin grandes pérdidas.
Soportable. Un pequeño negocio que andaba de puntillas en el sector, defendiéndose
de la competencia con ingenio y buenos reportajes. Pero demasiado verde para
aguantar el tremendo choque de la crisis financiera. Eso sucedió en el segundo
ejercicio, cuando la caída de las ventas fue tan brusca que no pudieron hacer
frente a los pagos que se les acumulaban, sobre todo los de la editorial.
Además, los anunciantes dejaron de acudir a la revista. Las piezas del dominó
iban cayendo una tras otra. Y Merche no quería seguir pidiendo dinero a su
padre, que ya le había pronosticado su fracaso. Eso era lo que más rabia le
daba: tuvieron que cerrar, y darle a él la razón.
Isabel se fue al extranjero
con una beca de estudios para realizar un master en comunicación institucional.
Elena se echó un novio arquitecto de Madrid y desde entonces vivía con él en la
capital mientras opositaba a la administración. ¿Y ella? Se dedicó a la buena
vida como niña de papá. Algo que odiaba, pero que no estaba dispuesta a aguantar
por más tiempo. Reconocía el desahogo económico, el Jeanneau, su apartamento de
Punta Umbría y el ático de la avenida Cardenal Bueno Monreal. Pero haría todo
lo que fuera posible para que su padre no se saliera con la suya: él era
todavía de los que opinaba que la mujer debía casarse, tener hijos, llevar la
casa y olvidarse de trabajar.
El Doctor Ramiro Vallés,
odontólogo de prestigio, con una clínica en la Vía Layetana de Barcelona,
opinaba que su hija debía buscar novio allí, en Cataluña. Él se encargaría de
introducirla en los ambientes más selectos de la ciudad. No dejaba de presionarla,
pero Merche se comportaba como su madre. Eres cabezota e irresponsable. ¿Por
qué no haces como tu hermano? Un día tendrá su propia clínica o se hará cargo
de la nuestra. Vente a vivir con nosotros. Ni de coña.
Su carácter era imposible.
Estaba claro que había salido a Rosita. Para Merche, su madre era el espejo
donde debía mirarse. Natural de Puerto Rico, Rosita Emanuele era una mujer que
sabía lo que quería. Conoció a Ramiro mientras éste se encontraba de viaje de
fin de curso en la isla. El complicado noviazgo, por la lejanía, provocó que se
casaran pronto. Rosita no lo dudó, y pasó con él los años más difíciles. Los
que tocaba sobrevivir con un mísero sueldo, trabajando en una empresa de
calzado en Elche, mientras su marido iba haciéndose una clientela que nunca
llegaba. Con dos hijos pequeños supo salir adelante, pero cuando las cosas
empezaron a irles bien su matrimonio se fue a pique. Algunas infidelidades,
enfermeras demasiado jóvenes, aburrimiento en la cama, todo contribuyó para que
acabaran separándose, incluida la añoranza que sentía por su tierra.
Rosita volvió a San Juan. Su
Borinquen querido. Merche sólo aguantó un año sin ver a su madre, en cuanto
pudo fue a Puerto Rico a visitarla a casa de sus dos tías solteras. Las tres
hermanas vivían como si nunca hubieran dejado de estar juntas. Como si el largo
paréntesis entre la boda y el divorcio de Rosita se hubiera esfumado. Como si
formara parte de la historia de otra persona. Rosita parecía feliz, pero echaba
de menos a su hija.
A Merche se le saltaban las
lágrimas.
Por fin se levantó la
barrera del puente; y el semáforo se tornó verde.
No le gustaba nada el cariz
con el se presentaba el día. Veía su futuro de color oscuro. Negro. Y lo malo
es que su porvenir se limitaba a las próximas horas. Vivía en el presente
inmediato, siempre pendiente de un hilo. Un hilo que, esta vez, amenazaba con
romperse.
Su vida transcurría a ras de
suelo, literalmente. Y no sólo por el hecho de dormir a la intemperie, entre
cartones, tirado en la esquina más inmunda, sino por la perspectiva del mundo
que lo rodeaba. Era como si su campo de visión estuviera limitado a la altura
del contenedor de basura más cercano. Sólo aquellos objetos que se abandonaban
en la calle eran susceptibles de ser observados, el resto carecía de
importancia. Los desechos de la sociedad —él era uno más—, las heces de los
perros, y las pintadas que recordaban que había que recogerlas, eran visión
obligada. Seguramente ayudaba el que caminara encorvado, como si le pesara la
cabeza y no fuera capaz de sujetarla entre los hombros. El Gabacho vivía una mísera existencia. Y lo sabía; pero no tenía
escapatoria: llevaba más de veinte años enganchado a la heroína.
Criado en el Polígono Sur de
la ciudad, probó la droga con dieciséis años. Ocurrió en el verano del 88, en
la década en la que la heroína hizo estragos entre la juventud. Un viernes por
la tarde, sus colegas le invitaron al primer chute de su vida. Al principio le
resultó muy desagradable, pero pronto empezó a sentirse de maravilla. El sábado
repitió. El lunes, mientras ayudaba a un maestro albañil en la obra donde
trabajaba de aprendiz, comenzó a encontrarse mal; muy mal. No sabía que le
ocurría; creía que tenía una indigestión, o que la resaca del fin de semana
duraba más de lo habitual. Lo único que tenía claro era que si volvía a picarse
caballo seguro que iba a mejorar. Y eso fue lo que hizo. A partir de ahí todo
fue cada vez peor.
Cuando se le acabó el
dinero, comenzó a robar en casa, a vender todo lo que encontraba de valor para
poder drogarse cada vez con mayor frecuencia. Su madre intentó que lo dejara,
pero fue él quien la dejó a ella. De hecho, ya no se acordaba de la última vez
que habló con ella. Igual ya estaba muerta; como su padre. Para él ambos
estaban muertos.
El resto de los años
transcurrieron entre la calle y la cárcel. Sólo se acordaba con claridad de la
primera vez que lo enchironaron. Fue cuando asaltó aquella farmacia donde la
encargada, como si lo tuviera todo preparado, reaccionó con rapidez: la hija de
puta se encerró en la botica. En realidad, fue él quien se quedó atrapado ya
que el control de la puerta de la calle estaba situado en la oficina donde se
guarecía la espabilada. Desesperado, con el mono haciendo de las suyas,
arrambló contra todo lo que veía: cajas de medicamentos, muestrarios de gafas
de sol, cremas para la piel o tratamientos milagrosos para adelgazar y, en fin,
todo aquello susceptible de ser arrancado, empujado o tirado al suelo.
Mientras, en el refugio improvisado, la farmacéutica llamaba al 091. Pronto,
llegó la policía. Los maderos lograron reducirle sin muchos esfuerzos debido al
cansancio propio de su estado de ansiedad y a la resignación del que ha caído
en una trampa de la que es imposible salir.
Fue en presidio cuando
comenzó a arrastrar ese mote despectivo. Le llamaban El Gabacho por su
apariencia de guiri. Es verdad que antaño, cuando todavía no era un muerto viviente,
tenía la tez más blanca y sonrosada. Eso, unido a los ojos claros y el pelo
rubio, le daban un atractivo semblante de extranjero. No obstante, lo que
definitivamente motivó el apodo fue la dificultad que tenía al pronunciar la
erre, y la naturalidad con que su frenillo la sustituía por una ge. El alias le
desagradó al principio, pero ya hacía tiempo que se divertía con él. Le
gustaba alimentar su particular leyenda inventando historias y asegurando que
era francés de nacimiento, cuando, en realidad, nunca había pasado más allá de
Dos Hermanas. Sin embargo, su aspecto ahora no acompañaba. Era el de una
persona que rondaba los cuarenta, pero aparentaba más de sesenta. Su piel era
extremadamente morena, seca y ajada; se estiraba por la presencia de los huesos
de la cara que configuraban su cadavérico rostro. Las sucias greñas ya no
brillaban al sol, y la delgadez extrema de su cuerpo enjuto se confirmaba
cuando brazos y piernas asomaban por la desaliñada vestimenta. Sólo sus ojos
azules se aferraban a la vida anterior; aunque la mirada era diferente. Tenía
la misma expresión que la de aquellos judíos, diezmados por el Holocausto en
los campos de concentración, el día en que fueron liberados.
Ahora caminaba con ansiedad.
Temblando, febril por el efecto de la abstinencia, su cuerpo encorvado avanzaba
por la Plaza del Museo. No, las cosas no iban nada bien. Y todo parecía indicar
que alguien estaba empeñado en joderle. No tenía más remedio que volver al piso
de la calle Trajano. No debía preocuparse tanto. Era poco lo que se jugaba:
solamente su vida.
Bien, lo del dia a dia de esas dos personas, habrá que ver que pasa con ellos y en que se relacionan, está ágil y entendible. Saludos.
ResponderEliminarDos mundos opuestos como dicen más abajo. Serán protagonistas de este drama negro.
EliminarSaludos!
Será que el Gabacho es y son muchos. Que "sólo" se juegan la vida. En negro.
ResponderEliminarSaludos.
Es lo único que tienen y por tanto lo único que pueden perder. La vida es en blanco y negro.
EliminarSaludos!
Ahora comprendo que se lea del tirón y que al enfrentarte a dos historias sea una novela larga.
ResponderEliminarSigo con interés.
Imposible colgar la novela de una vez. Habrá que esperar a que salga en papel.
EliminarGracias por el interés. Un abrazo!
Mundos opuestos..uhm..vidas al límite, bueno bueno..¡ nos tienes en ascuas! :-)
ResponderEliminarSaludos
Pronto veremos algo más de estos personajes.
EliminarSaludos!
Hoy he leído seguidas estas dos primeras entregas. Me gustan los personajes, el arranque de cada uno de ellos, dejando varias puertas totalmente abiertas.
ResponderEliminarHe decidido esperar a la publicación y así poderlo disfrutar al completo. Aquí ya tienes una futura lectora. Estaré atenta.
Buen comienzo, FELICIDADES!!!
Biquiños
Gracias, LU.
EliminarUn abrazo!
Muy bueno. Qué bien escribes. Y qué dominio del lenguaje marinero, ¡ni Pérez-Reverte, je, je!
ResponderEliminarA ver qué pasa con Merche y el gabacho.
Saludos.
Algo sé de esa parte naval. A ver que pasa...
EliminarSaludos!
Si, apenas se juega nada. Me gusta ese humo caracteristico del genero, mezclado con cierta fatalidad, te queda genial.
ResponderEliminarAdelante. Un abrazo :)
Falta algo de niebla en el ambiente ¿no? jajaja
EliminarUn abrazo!
Junto con los fragmentos anteriores, nos haces una detallada presentación de personajes dispares que desde luego estimula la intriga por saber en qué momento y por qué razones sus caminos habrán de cruzarse. (Yo soy un conductor más que desde el pretil del texto miro con envidia cómo la popa de ese velero se despega del muelle. Cómo me gustaron siempre las historias donde se usaban esos términos propios de la navegación...). Un saludo desde la sombra del puente.
ResponderEliminarA dónde irán esos barcos que despiertan tanta envidia?
EliminarUn saludo.
Pues nada....ya nos ha picado el gusanillo! Mis más sinceras felicitaciones. Una vez leídos los dos primeros capítulos puedo decir que el arranque de tu novela me parece muy bueno, fomenta esas ganas de seguir leyendo tan necesarias y, además ¡¡¡qué bien escribes!!!. Plas, plas, plas!
ResponderEliminarLo publicado hasta ahora son dos entradas correspondientes al primer capítulo. Aún me dejan colgar más: hasta ocho entradas del primero y las que salgan del segundo.
EliminarTremendo contraste entre las dos historias. Me gustó la agilidad con la que está hecha la narración. Enhorabuena, ethan, la verdad es que escribes muy bien…
ResponderEliminarMucho contraste, eso pretendía, me alegro haber despertado el interés.
EliminarUn saludo!
Muy intrigante todo. Me apetece saber más de Rosita, me cae bien. Un abrazo
ResponderEliminarPrimero algo de Chabrol y luego seguimos con la novela. Un abrazo, Elvira!
EliminarHola!
ResponderEliminarYo también escribo un blog... bueno, en realidad 2...
Lo mío son dos intentos de novelas..
Si te apetece.. Pásate por los 2 y deja tu comentario..
Y si te gustan las historias... Sígueme! y comenta capítulo tras capítulo la historia de Candy y Katie!
Graciaas(:
http://invisible12.blogspot.com/
http://imaddicted-2u.blogspot.com/
Muy bien! dos novelas mejor que una...
EliminarBienvenida, Andrea!
Muy bueno el relato y las descripciones marineras. Animo y a seguir escribiendo para disfrute de los que nos dedicamos a otros menesteres.
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