viernes, 23 de marzo de 2012

PUENTES Y SOMBRAS: I-6 y Entrevista en Punto Radio.

Merche siguió los pasos de Cecilia; su jefa, a partir de ahora. No se lo podía creer: ¡tenía trabajo! Mientras caminaba decidió que esa noche lo iba a festejar. Tenía que llamar a algunos amigos y encargar comida a la taberna de la esquina. Cuánto le gusta­ría poder celebrarlo con Elena e Isabel. Tenía que contárselo a su madre. Y al doctor Vallés. ¿Ves como me puedo ganar la vida? No necesito ni tu dinero ni tus influencias. Y, lo siento, pero tengo intención de vivir aquí mucho tiempo.
Cecilia la guiaba por un camino libre de papeleras, cables de impresoras y mesitas plegables que soportaban teléfonos y todo tipo de periféricos. Ambas se dirigieron al despacho acristalado que había al fondo de la sala de redacción. Sin llamar a la puerta, Cecilia abrió bruscamente y se precipitó dentro de la habitación. Merche solamente se asomó. 
—Perdonad si interrumpo. —Cecilia anunciaba su llegada dando por sentado que interrumpía la conversación. Los dos hombres la miraron con sorpresa—. Acaba de llegar la nueva.
Cecilia se apartó y giró la cabeza en dirección a Merche que se escondía detrás de ella. 
—Roberto, te presento a Mercedes Vallés. Se va a encargar de las noticias locales.
Roberto se acercó a las dos mujeres con el brazo derecho extendido y enseñando la palma de la mano.
—Te esperábamos como agua de mayo.
—Encantada —dijo Merche estrechando la fuerte mano de Roberto. “Qué diferencia de saludo”, pensó al compararlo con el de Jaime.
Mientras Roberto y Merche se saludaban, el otro hombre se adelantó ligeramente y miró a Cecilia con la intención de unirse a la ronda de presentaciones.
—Y este es Jarque, el responsable de Cultura —señaló Cecilia con desgana.
Merche alargó de nuevo el brazo, pero el hombre tomó la iniciativa y le plantó dos besos en las mejillas que la desconcertaron por un momento, pero que no tardaron en provocarle la mejor de sus sonrisas. 
—Me llamo Enrique —se presentó.
—Encantada —volvió a decir, aunque esta vez sus palabras estaban cargadas de literalidad—. Casi todo el mundo me llama Merche.
Cecilia no fue ajena a la indirecta, pero le dio exactamente igual. 
—Pues bienvenida, Merche. —Enrique señaló la ovalada mesa de reuniones donde había una jarra de cristal medio llena de café y varias tazas, algunas usadas, otras vacías. 
—¿Café? Aún está caliente.
—No, gracias
—¿Té?
—No.
—¿Agua?
Merche negó con un ligero cabeceo, sonriendo ante la insistencia.
—El whisky no te lo puedo ofrecer porque Roberto lo tiene escondido.
Aquel comentario amplificó la sonrisa de Merche, que dejó ver su blanca dentadura y la graciosa distancia que separaba sus dos incisivos. También hicieron su aparición dos nuevos personajes: unos hoyuelos en las mejillas que terminaron por encandilar a Enrique. 
A Merche le sorprendió la espontaneidad de Enrique que hacía uso del despacho como si fuera suyo. Ese hombre alto de unos treinta y tantos años la estaba impresionando de verdad.Tenía el pelo moreno, corto, con una barba incipiente cuidadosamente descuidada. Vestía informal, como todo el mundo allí, con un jersey de pico morado y unos vaqueros Levis que “le sentaban de maravilla”, pensó Merche. Todo lo contrario que Roberto: mucho mayor que Enrique, parecía que estaba a medio peinar, a medio afeitar y a medio vestir, con la camisa por fuera. ¿Nadie le iba a decir que tenía una mancha en el bolsillo?
—Tienes una mancha de tinta.—Cecilia parecía que estaba leyéndole el pensamiento a Merche. La información se la dio a Roberto con cierta sorna. Cecilia señalaba con su dedo índice el fatídico cerco azulado que se iba extendiendo poco a poco por la camisa. Roberto se vació el bolsillo de bolígrafos, rotuladores y papeles mientras le dirigía una mirada asesina a Enrique.
—Bueno, me voy que tengo mucho que hacer —se quitó de en medio Enrique sin disimular una sonrisa que amenazaba convertirse en carcajada.
—Cecilia, quédate por favor—dijo Roberto cuando vio que su coordinadora también se marchaba—, tengo que hablar contigo de un par de cosas.
Merche se había quedado entierra de nadie, pero Enrique, muy atento, se dio cuenta enseguida.
—¿Vienes? —Enrique le ofreció la salida a Merche.
—Sí. Gracias. —Merche se volvió hacía Cecilia y Roberto antes de abandonar la sala—. Bueno, encantada…—¡otra vez! Era como si su vocabulario se hubiera reducido únicamente a esa palabra. Lo último que quería era parecer tonta.
—Nos vemos mañana —atajó Cecilia—. A las ocho —dijo marcando las palabras y alzando las cejas para dar a entender que no iba a permitir que llegara otra vez tarde.
—Seré puntual —prometió Merche. 
Cuando Merche salió con Enrique aún pudo oír como Roberto le decía a Cecilia algo sobre un desalojo de chabolas.

La jeringuilla seguía clavada en el brazo de Charlie, como si el tiempo se hubiera detenido en el momento en que el camello expiró. El Gabacho volvió a correr la improvisada cortina. Sus ojos ya estaban acostumbrados a la poca luz que aún llegaba de la otra habitación. El instinto de supervivencia logró el milagro: su vista se fijó en los blanquecinos restos de heroína que quedaban esparcidos por el suelo, al lado del cadáver. El cuerpo descansaba desmadejado en el terrazo, parcialmente apoyado en la pared, en una posición antinatural con la cabeza ladeada y el tronco inclinado exageradamente. La lividez de su rostro era la mejor certificación del fallecimiento. Allí, en la penumbra, la cara de Charlie parecía como si estuviera alumbrada por la luz mortecina de una linterna con las baterías a punto de agotarse. 
El Gabacho arrancó la hoja de un inútil calendario de un año pretérito que había colgado en la pared. La utilizó como recogedor improvisado mientras con la otra mano iba barriendo la preciada droga. Una maniobra poco efectiva que provocó que se dejara la mitad por el camino. La cantidad recogida era inferior a la dosis diaria, pero menos daba una piedra. En su delirio se dio cuenta de que le estaba prestando más atención al caballo que a Charlie. Su pobre amigo falleció de una sobredosis. Lo sabía porque no era el primer caso que veía. Sin embargo, una sombra de duda le recorrió el cuerpo;  y le hizo estremecer. Se acordó de los gritos y amenazas del día anterior: podían haberle ajustado las cuentas al camello y hacer que su muerte pareciera un accidente o un suicidio.
En cualquier caso tenía que salir de allí enseguida. No quería tener nada que ver con el asunto. Al menos disponía de algo de heroína para aguantar algunas horas. Pero sabía que no era suficiente. Bajó las escaleras todo lo rápido que pudo. Estuvo a punto de caerse dos veces antes de llegar al zaguán y salir a la calle. Ahora tenía que alejarse de allí para no volver nunca más; encontrar un sitio tranquilo donde chutarse era su prioridad número uno. Luego, debía conseguir algo de pasta antes de que volviera el mono. Aún quedaban varias horas de luz.

Continuar leyendo: I-7
Leer Capítulo I desde el principio
Cómo conseguir el libro.

Mientras llega la siguiente entrega os dejo con la entrevista que me hizo Punto Radio el pasado miércoles:

8 comentarios:

  1. He estado un poco ausentillo y reconozco que tengo Puentes Y Sombras en el aire. En cuanto pueda me pongo al día.

    Oye menudo currículum tienes!!!

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    1. Sí, pero eso sólo quiere decir que soy ya bastante viejo jajaja

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  2. Ya tengo la novela, afectuosamente dedicada. Gracias.
    La tengo mirándome desde la cima del montón de lectura pendiente, mirándome con ojos de seducción, mirándome para que le de la oportunidad de reivindicarse frente a tanto nombre conocido y tanto marketing. ¿Quien puede negarse a esa caída de ojos?

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    1. No te resistas, jajaja. Sólo espero que te guste.
      Un abrazo!!

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  3. Hace tiempo queno paso, la mia me tiene algo absorvida.
    Vengo a decirte que me alegro mucho de tus éxitos.
    Buen día.

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    1. Y yo me alegro de que te hayas puesto en serio con tu novela. Ánimo!!

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  4. Cuanto más te leo más árido suenas, me gusta.

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    1. Este primer capítulo es poco ameno con tanta presentación de personajes, pronto se pone la cosa más interesante.
      Saludos!

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