El primero se titula Una voz humana y está basado en la obra de teatro de Jean Cocteau. Es un monólogo a cargo de la actriz, donde demuestra lo que era capaz de hacer ante la cámara. Aquí Rossellini se deja llevar por el amor que sentía sobre Anna Magnani y nos regala sucesivos primeros planos de un rostro potente, de rasgos mediterráneos, de perfil griego inconfundible. La interpretación parece improvisada y da la impresión de que el operador ha recibido la orden de seguir a la actriz, que se mueve a su antojo por el decorado.
El riesgo de caer en la monotonía, que provoca el diálogo a cargo de un solo personaje hablando por teléfono con su ex-pareja, y el hecho de contar con un solo interior: su propia habitación, lo soluciona Rossellini estructurando el corto en tres fases. Cada una corresponde a una llamada telefónica: la primera sirve de introducción; la segunda desarrolla la historia y es reveladora en cuanto a su contenido; y la última resuelve el drama. También el decorado se aleja de la redundancia al alternar secuencias con la actriz en la cama - agarrada al auricular y al hilo telefónico, como si su vida dependiera de la continuidad del cable- con otras transitando por la habitación. La falta de personajes también se ve solventada cuando el genial director, en un momento determinado, hace que Anna Magnani se desdoble, gracias a la utilización estratégica de espejos en el decorado.
La segunda parte, titulada El Milagro, tiene un claro parentesco con el cine religioso y anticipa el estilo que vendrá de la mano de Pasolini. Aquí, la actriz encarna a Nanni (un guiño a la propia Magnani, ya que el nombre por el que se le conocía cariñosamente era el de Nannarella) una indigente que se queda embarazada y culpa de ello a lo que cree ha sido un milagro de San José –interpretado por el propio guionista: Federico Fellini-. Las referencias al Nuevo y Viejo Testamento son continúas. El Pecado Original, La Anunciación, El Nacimiento, El Domingo de Pascua o La Pasión de Cristo son algunas de las simbologías que pueden apreciarse de forma directa; sin apenas disimulo. Esto provocó un debate acalorado en Estados Unidos, donde tacharon a la película de blasfema. La polémica se resolvió con un dictamen de la Corte Suprema a favor de la cinta y de la libertad de expresión; fue una decisión histórica ya que a partir de El Amor, en Estados Unidos, las películas son amparadas por la Primera Enmienda, igual que los libros o la prensa.
Si el amor del personaje de la primera historia es evidente –y de ahí el título genérico del filme- el enamoramiento al que se refiere la segunda parte puede verse en un doble sentido: en el ya comentado espiritual y religioso; o en el sentimiento a cargo del propio director por su amante en esa época. De hecho hay un subtítulo en los créditos que dice algo así:”En homenaje al arte de Anna Magnani”. La relación apasionada entre el cineasta y la actriz sólo finalizó por causa mayor: por la aparición de Ingrid Bergman en la vida de Rossellini. Anna Magnani nunca se repuso del desengaño y hasta se sacó de la manga un largometraje (Vulcano de William Dieterle, 1950), celosa por la interpretación de su rival en Stromboli (Stromboli, Terra di Dio de Roberto Rossellini, 1949). Y eso que ganó el cine: hoy tenemos dos películas con los famosos volcanes como telón de fondo –la de Rossellini es sensiblemente mejor-; todo gracias a un despecho amoroso.
Así era el carácter de una actriz que marcaba a los personajes que interpretaba; que les entregaba tanta fuerza que traspasaba la pantalla. Una estrella que se mantendrá cien años más en el recuerdo de las generaciones futuras. Nannarella: no te olvidamos.
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Antes de finalizar me gustaría aprovechar las referencias a la Semana Santa de L'Amore para despedirme momentáneamente por motivos vacacionales, y para desearos que paséis unos merecidos días de descanso. Un abrazo y hasta la vuelta.
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