Fue rodada en sólo veintiún días para demostar a los jerifaltes de Hollywood que el enfant terrible no lo era tanto; que también era capaz de cumplir con los tiempos de contrato y no derrochar dinero como sucedió con anteriores producciones suyas. De hecho aprovechó decorados de los western que se hacian para los programas de sesión doble. Además fue realizada bajo el patrocinio de La Republic, productora especializada en filmes de serie B, pero que ha ofrecido al mundo obras maestras del calibre de El Hombre Tranquilo (The Quiet Man de John Ford, 1952).
La fotografía en blanco y negro es impresionante y tétrica, reflejando muy bien esos años oscuros de la postguerra, y muy influenciada por el expresionismo alemán. La interpretación (sobre todo la de Welles y Jeanette Nolan) inmensa, como inmenso era el propio Orson. La película se identifica claramente con su director: la puesta en escena es inconfundible; con unas angulaciones de cámara y encuadres muy típicos de Welles.
De la misma obra de Shakespeare se han realizado diferentes versiones, quizás las mejores hayan sido, a parte de la de Welles, la de Roman Polanski (Macbeth, 1971) y la de Akira Kurosawa (El Trono de Sangre, Kimonosu-jo, 1957). Si la del director japonés es la versión más libre y la de Polanski la mejor adaptada, cinematográficamente hablando, la de Welles se me antoja la más personal y original. Y la más moderna; a pesar de ser la que se estrenó antes. Y es que los futuristas decorados y el vestuario parecen extraídos de una pesadilla. Una distorsión de la realidad provocada por el trastornado punto de vista de Macbeth. Su envidia, ambición y odio, pero también su miedo y arrepentimiento, provocan secuencias oníricas difícil de olvidar.
En resumen: tenebrosa, expresionista, moderna... Magnífica.
Ver Ficha de Macbeth
Una de las grandes fortunas de mi vida, sin ninguna duda, fue vivir dos meses en Inglaterra, y visitar, entre otros lugares Stratford-upon-Avon, la casa de William Shakespeare, bueno, ellos dicen que era su casa, y sus propiedades. Y acudir a algunas representaciones, en las que, a pesar de mis dificultades con el idioma, se sentía a Shakespeare en el escenario.
ResponderEliminarDesde entonces siempre he pensado que hay que ser británico para poder interpretar con fidelidad a Shakespeare, de la misma manera que hay que ser español para bailar flamenco con la fuerza y sentimiento que requiere. Aquello del subconsciente colectivo, la cultura y los genes….
No vi la película, y por lo que cuentas, seguramente es otra genialidad del genio, pero es que Welles por muy genio que fuera, nació al otro lado del charco, y, para mí, estando Shakespeare de por medio, no es lo mismo…
Un beso
Precisamente, lo que hace que esta película sea especial es la fuerte personalidad de Welles. Para interpretar a Shakespeare nada mejor que un británico, pero para adaptar al escritor y llevarlo a la gran pantalla, y situarlo al lado más personal del director no hace falta ser británico. De hecho, para mí, la mejor versión de Hamlet no es la de Olivier, es la de un ruso: Kozintsev. Además las versiones más importantes de Macbeth, como digo en el post, son de un japonés y de un polaco (y esta de Welles).
ResponderEliminarBesos.