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miércoles, 9 de noviembre de 2011

LE HAVRE (Aki Kaurismäki, 2011)

De nuevo en la sección Oficial, ayer pudimos ver el filme de Julie Gavras (la hija de Costa-Gavras, el buen director griego), Tres veces 20 años (Late Bloomers, 2011), una comedia ligera que habla de la resistencia a envejecer, que tiene buenos detalles y una estructura muy parecida a las películas de Woody Allen. Con dos estrellas en el reparto: Isabella Rossellini (a medida que pasan los años por ella cada vez se parece más a su madre, Ingrid Bergman) y William Hurt, creemos que la cinta no tendrá problemas para distribuirse normalmente. Pero, como viene siendo habitual, la atención se centraba en un largometraje de la sección EFA que, una vez más, no nos defraudó:



La cinta de Kaurismäki narra una historia que tiene la solidaridad como tema central. El director finlandés aborda el tema de la inmigración ilegal con suavidad y construye una película donde brilla la forma y se declara optimista con el fondo. Lo hace siguiendo los pasos de la excelente Un Hombre sin pasado (Mies vailla menneisyyttä, 2002). Mientras allí, el personaje principal sufría amnesia después de que le dieran una tremenda paliza y de que le robaran todo lo que tenía, incluida la documentación, aquí es un joven inmigrante ilegal que quiere llegar a Londres, pero que desembarca en Le Havre (Normandía), el que necesita de la ayuda de los demás. Será un viejo limpiabotas, Marcel Marx (el protagonista absoluto de esta maravilla), el que se encargue de auxiliar al pequeño subsahariano acompañado de sus humildes vecinos: la camarera de un bar, la panadera y el frutero. Para conseguir que el niño llegue a Inglaterra tendrá que evitar a un comisario que anda detrás de él y a un confidente mezquino (encarnado por Jean-Pierre Leaud, el actor fetiche de Truffaut) y, además, deberá conseguir una cantidad enorme de dinero para pagar el pasaje clandestino.

En esta trama tan sencilla, con entorno y personajes propios de las obras de Marcel Pagnol, pero escrita por el propio Kaurismäki, destacan los diálogos directos y de pocas palabras. Son frases muy bien escogidas, de un humor sutil que configuran toda una filosofía de vida cuando las enuncia el anciano limpiabotas. Sentencias telegrafiadas que darán de lleno en el corazón de los personajes y provocarán las sonrisas del público. A la trama principal, Kaurismäki insertará pequeñas historias, como la de Marcel Marx y su mujer enferma, Arletty (¿es un homenaje a la gran estrella francesa de cine clásico?, puede ser porque el médico se llama Becker…), la del policía y la camarera, o la del viejo rockero y su pareja, muy bien hiladas con la historia principal que proporcionarán más peso a la cinta y aumentarán su calidad.


Pero hemos dicho que lo que brilla especialmente es la forma. El realizador ha conseguido un estilo muy definido, una manera de rodar muy personal. Algo difícil de encontrar hoy en día en el panorama cinematográfico. Ese para nosotros es su mayor mérito. En el cine de Kaurismäki las escenas se toman unos segundos en arrancar, la imagen queda estática y los personajes congelados (como si aún no hubiera llegado la orden de “acción”) una especie de introducción explicativa para poner en situación al espectador que, de esta forma, recibe toda la información que necesita acerca de lo que se está narrando, de lo que ha ocurrido anteriormente o de lo que está ocurriendo fuera de campo. La puesta en escena muy estudiada también ayuda a dar esa información. Es decir, recurre a la imagen, la enmarca y la presenta con toda la intención expresiva.

También es propio del estilo Kaurismäki los planos y contraplanos (a mí me recuerdan a Ozu) con los actores casi mirando a la cámara; y los encuadres desdramatizados de los rostros de los secundarios (los parroquianos del bar, por ejemplo) que reaccionan ligeramente ante algún cambio en la acción, ante algo que están viendo u oyendo. A veces, la cámara se convierte en una prolongación de la mirada de los actores (aquí el que nos viene a la memoria es Hitchcock). Como ocurría con el director británico en su etapa americana, las imágenes de Kaurismäki son muy limpias, muy bien iluminadas, de forma casi irreal, como si se estuviese filmando un sueño.

Para disfrutar del estilo de este estupendo director (uno de los mejores de Europa, sin duda) sólo hay que ver el arranque: una especie de corto con introducción, desarrollo y una inesperada conclusión que da pie a que la cinta vaya por un camino totalmente diferente al que en un principio parecía. Un comienzo que en sí es una pequeña obra maestra. Desde luego, como siga con este nivel, nos vamos a hacer adictos al cine de Aki Kaurismäki.

Ver Ficha de Le Havre







viernes, 25 de junio de 2010

A.I. INTELIGENCIA ARTIFICIAL (Steven Spielberg, 2001)

Como lo prometido es deuda, vamos a comentar una de las películas mas discutidas de Steven Spielberg, tanto por la crítica como por el público. Adelantamos que nosotros nos posicionamos del lado de los defensores de esta cinta fantástica de ciencia-ficción, aunque reconocemos algunos errores y desigualdades en el filme. Y es que con A.I. sucede una cosa curiosa: las razones por las que gusta tanto son casi las mismas por las que disgusta.



Puede que lo descompensado de la trama sea como consecuencia de una autoría compartida. Es sabido que A.I. era un proyecto de Stanley Kubrick que nunca llegó a cuajar. Estaba basado en el relato corto “Supertoys last all summer long“ de Brian Aldiss, un autor que colaboró con Kubrick después de venderle los derechos de su obra, pero que finalmente abandonó –al parecer fue despedido- debido a los continuos enfrentamientos con el director de cine. Las diferencias entre Aldiss y Kubrick se concentraban en la insistencia del cineasta por incluir el cuento de hadas del que luego hablaremos. El caso es que el esbozo de película (algunas secuencias estaban muy detalladas) se quedó apartado entre otras cosas porque Kubrick quería que el protagonista fuera un robot de verdad.

Antes de que A.I. fuera a parar definitivamente a las manos de Steven Spielberg (ha heredado todos los proyectos inacabados de Kubrick) ambos realizadores ya tuvieron algunos encuentros y conversaciones acerca de la forma en que debía llevarse a cabo. Spielberg reconoce que su colega siempre había afirmado que la historia encajaba más con la obra del “mago” que con la del creador de 2001.


Alentado por esta creencia, y una vez fallecido el genial director, Spielberg reescribió el guión teniendo siempre en mente cómo lo habría hecho su amigo. El resultado es una trama claramente dividida en tres partes. La primera, muy cercana al estilo de Kubrick –quizás la más atractiva- narra como una empresa de robótica crea a David, un niño mecánico (un "meca") diseñado para amar; una revolución en plena era postglacial donde abundan los androides para todo tipo de servicios al ser humano (entre ellos el de gigoló), pero que carecen de sentimientos. Los primeros clientes son un matrimonio desolado por la pérdida de su hijo. Todo va bien hasta que el niño que creían muerto vuelve a la vida. El verdadero hijo hace sentirse inferior al robot que comienza a verse diferente a los demás. Esta primera fase refleja muy bien la intención de Kubrick cuando la madre se siente amenazada por el niño mecánico. Algunas escenas en el interior de la casa recuerdan a El Resplandor (The Shining, 1980) y la cinta parece más un thriller que una película fantástica. Sin embargo, el desasosiego inicial va desapareciendo poco a poco; es un respiro que relaja la tensión hasta que Kubrick vuelve a girar la trama 180 grados: el hijo real vuelve a la vida. Este nuevo personaje ahora intimida al robot y hace que David se torne en víctima; y que la cinta se vuelva todavía más interesante.

Diversos mal entendidos provocan que el matrimonio quiera devolver al meca-niño. Para evitar que la empresa lo destruya, la madre lo abandona a su suerte. Aquí comienza el segundo acto, coincidiendo con el arranque del duro viaje de David para volver a su casa, pero con un paso previo: el de convertir en realidad su sueño de transformarse en ser humano. En su camino le ayudarán diversos personajes como su juguete Teddy, un oso de peluche que es un robot como él, y que su presencia le hace recordar lo diferentes que son a los humanos; y el gigoló artificial encarnado por Jude Law, ideal para el papel. El viaje fantástico, aunque ideado por Kubrick, tiene más de Spielberg; y se nota. La película cambia de la misma forma que lo hace David: de robot inquietante a niño inocente.

De esta fase destaca el episodio de La Feria de la Carne. Una especie de circo donde se destrozan a los meca abandonados. Una referencia clara al Holocausto, donde los robots son perseguidos, encarcelados y exterminados. Y esta vez la interpretación no es producto de nuestra obsesión de exégetas de los guiones de Spielberg, sino que es el propio director quien ha comentado la metáfora. La secuencia se vale del diseño por ordenador, y también de extras discapacitados con miembros amputados (como en Salvar al soldado Ryan) para alcanzar un realismo atroz.

Todo lo que viene a continuación tiene que ver con las discrepancias citadas entre Aldiss y Kubrick, es decir con una versión moderna de "Pinocho". El famoso cuento de Collodi, tantas veces citado en la película, se convierte casi en su trama. Así, podemos identificar los personajes del filme con los de la fábula: el creador (William Hurt como moderno Gepetto), Pepito Grillo (Teddy, el juguete robot, que actúa como conciencia de David y que será clave en la resolución de la cinta), hasta el Hada Madrina, motivo de la búsqueda del niño.

Sólo queda comentar el final tan discutible y discutido; un añadido de Spielberg que se saca de la manga una elipsis tan exagerada como la del propio Kubrick en el inicio de 2001, y que no vamos a desvelar por si algún lector aún no la ha visto.

A pesar de los altibajos señalados A.I., a nuestro parecer, se va perfilando como una de las mejores cintas de Steven Spielberg. Quizás lo haga debido a la estructura comentada, la de presentar tres películas en una. Es cierto que dicha organización ha podido perjudicar al largometraje en la época del estreno, pero creemos que a la larga le puede beneficiar. Nos basamos en la filmografía de Kubrick (pensemos en Barry Lyndon, La Chaqueta Metálica o en la propia 2001) para nuestra predicción. Al director neoyorquino le gustaba dividir en dos (o en tres) sus películas: eso las enriquecía. Steven Spielberg no ha hecho más que seguir el juego que le marcaba su colega, pero sin poder resistirse a rotular la cinta con su sello personal.

Ver Ficha de A.I.






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