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martes, 6 de noviembre de 2012

CÉSAR DEBE MORIR (Cesare deve morire de Paolo y Vittorio Taviani, 2012)


Cuando casi llevamos recorrido la mitad del camino por el festival de Cine Europeo de Sevilla, regresamos a la selección EFA para ver otra película italiana. Los veteranos hermanos Taviani nos traen al certamen un regalo en forma de cinta, una joya de las que pocas veces se ven en las salas.
























En su nuevo largometraje, los Taviani llevan a la pantalla el “Julio César” de Shakespeare de una forma tan original como contundente. Para ello, eligen la prisión de máxima seguridad de Rebibbia, en Roma, y cuentan con algunos de los delincuentes más peligrosos de la cárcel para dar vida a César, Casio, Bruto, Marco Antonio, Lucio, etcétera. Son reclusos con condenas que van desde la cadena perpetua a los más de veinte años, con cargos de homicidio, pertenencia a la mafia y otros delitos graves.

César debe morir es una adaptación teatral, pero también un documental. Estructurado en un largo flash-back, el filme arranca con la ovación del público una vez terminada la representación. A partir de aquí, los Taviani regresan al comienzo de la aventura, seis meses antes, para narrar los ensayos de la obra en un expresivo blanco y negro, tan sobrio como los espacios donde van a rodar: las celdas, los pasillos y los patios de la cárcel.

Si bien la versión de los realizadores es muy personal, se mantiene fiel a la obra de Shakespeare, mucho más que, por ejemplo, el Julio César de Mankiewicz, contaminado por el sistema de producción de los estudios para perderse en batallas en su segunda parte. La versión de los Taviani, lejos de “airear” la obra, la encierran aún más, la encarcelan literalmente entre las paredes de la prisión. Esa es su fuerza.


Los directores, por tanto, huyen de sus habituales escenas de planos generales contemplativos (Fiorile, La Noche de San Lorenzo, etc.) para configurar una película de alto ritmo que se centra exclusivamente en los ensayos de los actores-reclusos, con alguna interferencia provocada por las cuentas que cada uno de ellos tiene con la justicia, o entre sí, y contagiándose de ese entorno claustrofóbico que inunda el ambiente.  

Son especialmente meritorias las secuencias en las que participan todos los reclusos: la muerte de César a manos de sus amigos senadores es seguida de un clamor general de libertad con los presos corriendo por los pasillos de los módulos; y el discurso de Marco Antonio parece que vaya a provocar una rebelión en la prisión.

Los Taviani se permiten, de vez en cuando, hacer un alto en su particular recorrido por la obra de Shakespeare para registrar en celuloide el alma de las personas que viven en Rebibbia privadas de libertad. Así, alcanzan uno de los momentos culminantes de la película cuando vuelven a usar el mismo recurso que utilizaron en el arranque de Padre Patrón (Padre Padrone, 1977). Allí, consiguieron filmar los temores de los niños de un colegio de primaria. Aquí, se pasean por las celdas, y luego por el exterior de la institución penitenciaria, para rodar el sonido del silencio: con ese escenario de fondo se oyen los pensamientos de los presos, un clamor ensordecedor se esconde tras la aparente tranquilidad y el mutismo de la noche.

Son escenas como ésta, o como las secuencias donde ruedan las pruebas del casting, las que nos inclinan a opinar que César debe morir es lo mejor que hemos visto hasta ahora en el festival de Sevilla.




Ver Ficha de César debe morir.



lunes, 8 de diciembre de 2008

CINE FÓRUM: PADRE PADRONE (Paolo y Vittorio Taviani, 1977)

Nota: Padre padrone se proyectó en el Festival de Cine Europeo de Sevilla 2017, en un ciclo dedicado a los hermanos Taviani que recibieron el Giraldillo de oro a toda su trayectoria cinematográfica.

Iniciamos el cine fórum en este espacio web con, probablemente, la película más conocida de los hermanos Taviani. Paolo y Vittorio rodaban allá por el año 1977 una cinta que denunciaba la miseria y su consecuencia más inmediata: la intolerancia. Ambas causantes de una peligrosa ignorancia que desembocaba en más terquedad e intransigencia.



La vida de Gabino Ledda, un pastor analfabeto al que su padre arrancó de la escuela cuando apenas alcanzaba el metro de estatura, sirve de apoyo a los Taviani para reflejar una parte de la historia reciente de su país. Y lo hacen desde el lado más oscuro, desde la profunda Italia; desde el punto de vista del campesinado más atrasado. Tanto es así que aunque la trama se desarrolla en los años cincuenta y las dos décadas siguientes, parece que la cinta fuera decimonónica.

La primera secuencia –la que vamos a analizar, si me lo permiten- cumple perfectamente su doble misión: la de servir de introducción a la historia y a la vez de resumen. Los directores piden la colaboración del propio Ledda para presentar el filme basado en su propia novela autobiográfica. El propósito es claro: cubrir el resto de la acción de un realismo crudo, sucio, pero sincero.


Y los actores que dan vida a los personajes ayudan en la misión. Entre ellos sobresale Omero Antonutti, en su mejor registro, ese que hace que prácticamente se salga de la pantalla y continue viviendo con su personaje a cuestas. El resto del casting está perfecto, y colabora para que la primera parte del largometraje destaque entre aquellas películas que documentan la vida del primer sector de la economía italiana; directamente emparentada con cintas de Ermanno Olmi (pensamos en el Árbol de los zuecos, 1978) o con la mejor tradición nacida de cineastas tan fundamentales como Pasolini.

Sin más preámbulos veamos la primera secuencia, la que viene justo a continuación de los créditos. Aviso que son cinco minutos sorprendentes. Espero que sirvan para despertar la inquietud cinéfila y el espíritu analítico de nuestros lectores. Por supuesto los comentarios están abiertos no sólo para aspectos técnicos, o de cualquier índole, acerca de dicha secuencia, sino para el resto de la película o de la extensa obra de los Taviani.



Padre Padrone arranca con estos cinco minutos de buen cine sobrio, para introducir una historia dura, pero real. El verdadero protagonista (Gabino Ledda) aparece preparando una rama de un árbol que servirá de vara de castigo, de instrumento de represión de su propio padre hacia él. Mientras nos presentan al escritor con una voz en off, vemos como Gabino fabrica el garrote, certificando la autoría de la historia.

La primera toma es un plano secuencia muy sencillo, pero perfecto. La cámara permanece fija hasta que Gabino la dirige con la mirada. Esto da pie a una panorámica que va a descubrir a Omero Antonutti de espaldas (sintoma de que el personaje no va a caer muy bien que digamos). Otra vez con la cámara fija, pero sin cortar, entra Gabino en campo para entregarle el rudimentario bastón al actor (todavía no es el padre) e iniciar la película. Gabino sale del cuadro; se puede decir que la cinta arranca cuando los Taviani cortan el plano y situan la acción dentro del aula.

Toda la secuencia tiene su propia estructura, como corresponde a un guión muy cuidado: un prólogo (el ya comentado); el desarrollo central, cuando el padre entra en el aula para llevarse al pequeño; y un final que casi es lo mejor, con los niños aterrados, pensando a gritos que eso mismo les puede suceder a ellos.

Con un plano general fijo, mientras suena el silencio atronador, acaba este magnífico arranque que espero os haya gustado.



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