Cuando casi llevamos recorrido la mitad del camino por el
festival de Cine Europeo de Sevilla, regresamos a la selección EFA para ver otra
película italiana. Los veteranos hermanos Taviani nos traen al certamen un
regalo en forma de cinta, una joya de las que pocas veces se ven en las salas.

En su nuevo largometraje, los Taviani llevan a la pantalla el “Julio César” de Shakespeare de una forma tan original como contundente. Para ello, eligen la prisión de máxima seguridad de Rebibbia, en Roma, y cuentan con algunos de los delincuentes más peligrosos de la cárcel para dar vida a César, Casio, Bruto, Marco Antonio, Lucio, etcétera. Son reclusos con condenas que van desde la cadena perpetua a los más de veinte años, con cargos de homicidio, pertenencia a la mafia y otros delitos graves.
César debe morir
es una adaptación teatral, pero también un documental. Estructurado en un largo
flash-back, el filme arranca con la ovación del público una vez terminada la
representación. A partir de aquí, los Taviani regresan al comienzo de la aventura,
seis meses antes, para narrar los ensayos de la obra en un expresivo blanco y negro,
tan sobrio como los espacios donde van a rodar: las celdas, los pasillos y los
patios de la cárcel.
Si bien la versión de los realizadores es muy personal, se
mantiene fiel a la obra de Shakespeare, mucho más que, por ejemplo, el Julio César de Mankiewicz, contaminado por el sistema de producción de los
estudios para perderse en batallas en su segunda parte. La versión de los
Taviani, lejos de “airear” la obra, la encierran aún más, la encarcelan literalmente
entre las paredes de la prisión. Esa es su fuerza.
Los directores, por tanto, huyen de sus habituales escenas
de planos generales contemplativos (Fiorile, La Noche de San Lorenzo,
etc.) para configurar una película de alto ritmo que se centra exclusivamente
en los ensayos de los actores-reclusos, con alguna interferencia provocada por
las cuentas que cada uno de ellos tiene con la justicia, o entre sí, y contagiándose
de ese entorno claustrofóbico que inunda el ambiente.
Son especialmente meritorias las secuencias en las que
participan todos los reclusos: la muerte de César a manos de sus amigos
senadores es seguida de un clamor general de libertad con los presos corriendo
por los pasillos de los módulos; y el discurso de Marco Antonio parece que vaya
a provocar una rebelión en la prisión.
Los Taviani se permiten, de vez en cuando, hacer un alto en
su particular recorrido por la obra de Shakespeare para registrar en celuloide el
alma de las personas que viven en Rebibbia privadas de libertad. Así, alcanzan uno
de los momentos culminantes de la película cuando vuelven a usar el mismo
recurso que utilizaron en el arranque de Padre Patrón (Padre Padrone, 1977). Allí, consiguieron filmar los temores de los
niños de un colegio de primaria. Aquí, se pasean por las celdas, y luego por el
exterior de la institución penitenciaria, para rodar el sonido del silencio: con
ese escenario de fondo se oyen los pensamientos de los presos, un clamor ensordecedor
se esconde tras la aparente tranquilidad y el mutismo de la noche.
Son escenas como ésta, o como las secuencias donde ruedan
las pruebas del casting, las que nos
inclinan a opinar que César debe morir es lo mejor que
hemos visto hasta ahora en el festival de Sevilla.
Ver Ficha de César debe morir.
