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lunes, 9 de noviembre de 2015

THE CHILDHOOD OF A LEADER (Brady Corbet, 2015)

Desigual, aunque interesante, resultó nuestra visita de ayer por la Sección Oficial. La película elegida, una coproducción británica, húngara y francesa, era el debut en la dirección del actor americano Brady Corbet que sorprendió por el original guión, si bien no llegó a redondear una historia que prometía:





Al final de la Primera Guerra Mundial, la familia de un diplomático americano, destinado en el gabinete del presidente Wilson, se traslada a Francia para intervenir en las negociaciones sobre el futuro de Europa. Mientras el padre (Liam Cunningham) asiste a las diferentes reuniones, en la gran mansión viven su mujer (Berenice Bejo), y su hijo pequeño, Prescott. Al niño le da clases de francés Ada, una bella institutriz, y lo mima especialmente Mona, la criada. Una noche, tras el ensayo de la obra de teatro infantil para el día de Navidad, Prescott se esconde entre la maleza y ataca con piedras a las personas que salen de misa. Los padres lo reprenden y lo obligan a disculparse ante el párroco y los feligreses. Es el comienzo de una serie de incidentes que anuncian un cambio radical en la actitud del niño.

Planteada como una gran —y evidente— metáfora, la cinta narra de forma velada la caída del ejercito alemán, y la preparación de un acuerdo de paz que dejará a los derrotados sumidos en una crisis económica. Ahora sabemos las consecuencias que tuvo el Tratado de Versalles, que no fueron otras que provocar el nacimiento del partido nazi y el regreso a un conflicto mundial mucho más sangriento. Mientras en el exterior estalla la paz, en el seno de la familia burguesa también se está creando un monstruo. Prescott ya tiene de por sí un carácter extraño y unos prontos inexplicables, pero la actitud de sus padres no mejoran la situación, al contrario no hacen más que empeorarla. Infidelidades, incomprensión y alejamiento progresivo en su educación son otro caldo de cultivo para el nacimiento de un dictador, tal como anuncia el título de la película.


Estructurado como una ópera, con obertura, tres actos y un epílogo, el filme de Corbet es oscuro en su trama y en la puesta en escena. Es un thriller donde falta la luz hasta en las tomas de exteriores, cuando todos y cada uno de los personajes visten de negro; es un melodrama donde los adulterios se insinúan; y, en fin, es una historia de ciencia-ficción donde la música anuncia el apocalipsis de un universo altertativo. Demasiado estridente el resultado cuando ya la trama lo es sin necesario de subrayarlo tan insistentemente. 

La falta de sutileza del argumento de una película que quiere ser alegórica es su principal fallo, pero no el único: el aburrimiento planea por el largometraje en demasiadas secuencias con poco gancho, en una cinta que es verdad que no pertenece al género de terror, pero digamos que aspira a ello. Al menos eso se infiere del tono del filme y del trabajo de todo el reparto: desde la sentida interpretación de Berenice Bejo (muy lejos de su papel en The Artist) hasta la grave del marido (rostro conocido gracias a la serie de moda, Juego de Tronos), pasando por la meramente presencial, aunque importante en la trama, de Robert Pattinson (saga Crepúsculo), sin olvidarnos, por supuesto, de la excelente actuación del niño.


lunes, 7 de noviembre de 2011

THE ARTIST (Michel Hazanavicius, 2011)

Nos acercamos al ecuador del Festival y nos tememos que la última cinta que hemos tenido la suerte de ver, The Artist, ha dejado el nivel tan alto que difícilmente ninguna otra va a conseguir superarlo —ojalá nos equivoquemos—.



Estamos ante una muestra de cine puro, una sucesión de recursos cinematográficos muy difícil de ver juntos en una película actual. The Artist nos recuerda en cada metro de película que el cine es ese maravilloso arte que cuenta una historia con imágenes, que consigue transmitir al espectador lo que sienten los personajes, o lo que el director quiere expresar, con fotografías en movimiento. Cuando se explican puntos interesantes de la trama con planos detalles; cuando se aleja la cámara para descubrir elementos —ayudando a que el público participe en ese descubrimiento—; cuando las luces y las sombras apoyan o subrayan lo que se quiere narrar; cuando se incluyen en el encuadre objetos, o por ejemplo títulos de películas, que tienen que ver con lo que está sucediendo en primer término; cuando todos esos recursos puramente cinematográficos, y muchos más, se utilizan es que nos acercamos al cine con mayúsculas.

Y eso lo consigue el director francés Michel Hazanavicius con esta agradable sorpresa que es The Artist. El realizador se traslada a Hollywood, al final de la década de los locos años veinte, cuando el cine sonoro (las talkies) empezaba a dar sus primeros pasos. Hazanavicius recurre a una trama bien conocida, la de Ha nacido una estrella (recordamos la película de William A. Wellman, 1937, o el excelente remake de Cukor, 1954) mezclándola hábilmente con la historia que se cuenta, por ejemplo, en Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the rain, Kelly y Donen, 1952) y logra un melodrama compacto, entretenido, delicioso. Pero, a diferencia del célebre musical, utiliza una paradoja que le sale estupendamente: narra los comienzos del sonoro con una película… ¡muda!


Sí, han leído bien, The Artist es muda y en blanco y negro (ya va siendo una costumbre en el festival, llevamos tres filmes en blanco y negro en tres días). El carácter silente del largometraje es lo que ha provocado que el director se haya estrujado los sesos para conseguir narrar sin necesidad de diálogos hablados —de ahí lo de cine puro—. Desde luego que lo ha conseguido y ha ido mucho más lejos cuando incluye elipsis narrativas que solo vemos en las películas clásicas, una música maravillosa que acompaña a la acción, toques de humor muy bien espaciados, y hasta un perro increíble (otro recurso narrativo ideal para una cinta muda) que hará las delicias de los espectadores.

Todo eso, que se nos antoja un continuo homenaje al séptimo arte, acompañado de dos actores muy bien dirigidos: el inspirado Jean Dujardin (se ha llevado de calle el premio en Cannes por esta película), encarnando a una estrella del cine mudo que bien podría ser Douglas Fairbanks, de hecho nos ha parecido reconocer algunas secuencias de las películas de acción del galán; y la simpática Berenice Bejo, a la sazón mujer del director. Ambos, Dujardin y Bejo, ya trabajaron en otra cinta juntos con Hazanavicius (la primera entrega de la serie OSS 117, una especie de parodia de James Bond).

¿Qué le falta entonces a The Artist? Por primera vez en mucho tiempo —aún estamos conmocionados— no se nos ocurre ponerle ninguna pega a esta maravilla (del nivel de aplausos que se llevó suponemos que se hará con el premio del público). Solo decir que The Artist es una película que gustará a todo el mundo, pero que el cinéfilo gozará por partida doble. Esta cinta, y otras que coleccionamos (nos haremos con ella en cuanto podamos), son las razones por las que amamos tanto el cine.

Ver Ficha de The Artist.







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