Desigual, aunque interesante, resultó nuestra visita de ayer por la Sección Oficial. La película elegida, una coproducción británica,
húngara y francesa, era el debut en la dirección del actor americano Brady
Corbet que sorprendió por el original guión, si bien no llegó a redondear una
historia que prometía:
Al final de la Primera Guerra
Mundial, la familia de un diplomático americano, destinado en el gabinete del
presidente Wilson, se traslada a Francia para intervenir en las negociaciones
sobre el futuro de Europa. Mientras el padre (Liam Cunningham) asiste a las
diferentes reuniones, en la gran mansión viven su mujer (Berenice Bejo), y su
hijo pequeño, Prescott. Al niño le da clases de francés Ada, una bella
institutriz, y lo mima especialmente Mona, la criada. Una noche, tras el ensayo
de la obra de teatro infantil para el día de Navidad, Prescott se esconde entre
la maleza y ataca con piedras a las personas que salen de misa. Los padres lo
reprenden y lo obligan a disculparse ante el párroco y los feligreses. Es el
comienzo de una serie de incidentes que anuncian un cambio radical en la actitud
del niño.
Planteada como una gran —y evidente—
metáfora, la cinta narra de forma velada la caída del ejercito alemán, y la
preparación de un acuerdo de paz que dejará a los derrotados sumidos en una
crisis económica. Ahora sabemos las consecuencias que tuvo el Tratado de
Versalles, que no fueron otras que provocar el nacimiento del partido nazi y el
regreso a un conflicto mundial mucho más sangriento. Mientras en el exterior estalla la
paz, en el seno de la familia burguesa también se está creando un monstruo.
Prescott ya tiene de por sí un carácter extraño y unos prontos inexplicables,
pero la actitud de sus padres no mejoran la situación, al contrario no hacen
más que empeorarla. Infidelidades, incomprensión y alejamiento progresivo en su
educación son otro caldo de cultivo para el nacimiento de un dictador, tal como
anuncia el título de la película.
Estructurado como una ópera, con
obertura, tres actos y un epílogo, el filme de Corbet es oscuro en su trama y
en la puesta en escena. Es un thriller donde falta la luz hasta en las tomas de
exteriores, cuando todos y cada uno de los personajes visten de negro; es un melodrama donde los adulterios se insinúan; y, en fin, es una historia de ciencia-ficción donde
la música anuncia el apocalipsis de un universo altertativo. Demasiado estridente el resultado cuando ya
la trama lo es sin necesario de subrayarlo tan insistentemente.
La falta de sutileza del argumento de una película
que quiere ser alegórica es su principal fallo, pero no el único: el
aburrimiento planea por el largometraje en demasiadas secuencias con poco
gancho, en una cinta que es verdad que no pertenece al género de terror, pero digamos
que aspira a ello. Al menos eso se infiere del tono del filme y del trabajo de todo el reparto: desde la sentida interpretación de Berenice Bejo (muy lejos de
su papel en The Artist) hasta la grave del marido (rostro conocido gracias a la
serie de moda, Juego de Tronos), pasando por la meramente presencial, aunque importante en la trama, de Robert Pattinson (saga Crepúsculo), sin olvidarnos, por supuesto, de la excelente actuación del niño.