miércoles, 27 de febrero de 2008

UNA VIDA MARCADA (Cry of The City de Robert Siodmak, 1948)

Hay ciudades con vida propia. Hay ciudades alegres, acogedoras; las hay que invitan al paseo o a la diversión. Son metrópolis que tienen sus buenos y malos momentos; como las personas. Algunas hasta lloran. Hubo un director, allá por los años cuarenta, que supo captar esa fase depresiva en una gran urbe como Nueva York. Fue Robert Siodmak. Lo hizo cuando rodaba Cry of the City (El llanto de la ciudad), aquí se tituló: Una Vida Marcada.

El largometraje pertenece a la serie negra y se basa en la novela de Henry Edward Helseth, “The Chair for Martin Rome”. El personaje central es Marty (Richard Conte), un gangster que acaba de matar a un policía y se recupera de sus heridas en un hospital de la penitenciaría. Aprovechando la coyuntura –Marty tiene una entrada, en primera fila, para su propia ejecución en la silla eléctrica- el abogado de otro criminal pretende endosarle un asesinato que no cometió. Asesinato que, a la sazón, investiga el teniente Candella (Victor Mature) y en el que, para más desgracias, puede verse involucrada la novia de Marty. Todo esto da pie a que arranque la cinta cuando Marty, resuelto a solucionar sus problemas, escapa de la cárcel.

Ese es el confuso argumento -típico del género-, que propone el excelente guión de Richard Murphy (con el reputado Ben Hetch a la sombra) y que resuelve con maestría Robert Siodmak. Y lo hace desde el principio: una música envolvente de Alfred Newman acompaña a personajes desconocidos, que sufren por la pérdida de un ser querido o que lloran por las heridas de otro que se encuentra al borde de la muerte. Ese llanto acompaña los créditos y sirve para enmarcar de poesía al filme.

La puesta en escena, en apariencia muy simple, es lo suficientemente compleja para estar horas hablando de ella: cuando alguien amenaza a otro, Siodmak superpone a los actores y la puesta en escena vertical predomina sobre la horizontal. Cuando algo se negocia, los mismos personajes vuelven a su punto de partida, y gana lo horizontal sobre lo vertical. Si el realizador quiere reflejar la angustia de los protagonistas, utiliza una cámara lo suficientemente baja, a lo Orson Welles, para que los techos de las habitaciones se encuentren siempre presentes y consiga, de esta forma, el efecto deseado de presión sobre los actores. En el exterior hace lo contrario. Con picados, en planos muy generales, presenta a los personajes, siempre de noche, insignificantes, transitando por las húmedas calles; soportando el peso de la ciudad –y el punto de vista del espectador- sobre sus nada limpias conciencias.



En Cry of the City, no podía faltar el mensaje socialmente correcto; peaje obligado al código ético imperante en Hollywood: dos muchachos que provienen de los barrios bajos, y en igualdad de oportunidades, eligen caminos distintos; uno opta por el bien y se convierte en agente de la ley; el otro se tuerce hacia el lado equivocado, y así le va... Sin embargo, Siodmak -y sus guionistas- sortean el tratamiento moralizante del filme y nos sorprenden con una atractiva ambigüedad. Y es que los dos protagonistas (Marty/Conte y Candella/Mature) no son tan distintos. Y no porque el ladrón y el policía pertenezcan al Lower East Side de Nueva York, si no porque ambos manipulan a los mismos personajes para conseguir sus propósitos: a la madre, al hermano pequeño y a la novia de Marty.

No creo que sea casual la elección de Victor Mature para encarnar al teniente Candella –cuando es un actor que le va como anillo al dedo situarse al otro lado de la ley-, Robert Siodmak lo utiliza como agente de policía y así consigue subrayar más la ambigüedad del personaje. Mención aparte merece la actuación de Richard Conte. No estaría de más que los actores de las nuevas generaciones, tan dados al histrionismo y al “método”, tuvieran esta película en mente siempre que se enfrentaran a un personaje con cierta dificultad. Y es que Richard Conte está sencillamente magnífico. Siempre me ha parecido uno de los mejores de su época. Contenido en su actuación, ensombrece la de cualquiera; proporciona el realismo que muchas veces falta en los largometrajes de género; enseguida se gana las simpatías del público -y seguimos con la ambigüedad, recordemos que es el “malo”- y da lo mejor de sí cuando lo requieren las secuencias dramáticas.


Una Vida Marcada nos habla de dos personajes que intentan sobrevivir, pero también nos cuenta de pasada como los abogados son casi peores que los delincuentes; como los médicos quieren ver primero el dinero, antes que la herida; como giran los sillones vacíos, aún calientes, mientras agoniza en el suelo su último ocupante. Nos habla de todo eso, pero también de la gente que sufre: esos desconocidos del arranque que se solidarizan con la ciudad, que la acompañan en el llanto. Los que, como ella, derraman lagrimas; lágrimas de color negro.

Ver Ficha de Una Vida Marcada

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