Da la impresión de que lo estaba deseando. John Frankenheimer, uno de los mejores cineastas de la llamada "generación de la televisión", parece que estaba esperando el momento propicio para darle una sonora bofetada a la sociedad americana de finales de los sesenta. Y es que su trayectoria hasta el estreno de I Walk the Line iba en esa dirección. Desde criticas directas a la guerra fría hasta películas de ficción, donde se ponían en entredicho las buenas intenciones de los políticos, Frankenheimer iba allanando el camino para poder presentar esta, su mejor cinta para muchos.
El largometraje desmonta, en casi noventa minutos, muchos de los iconos sagrados del cine estadounidense; no se libran ni el final feliz ni el héroe inmaculado en una película cuyos personajes -todos ellos- carecen de la más mínima moralidad. Y lo hace desde el principio cuando presenta en pantalla a su propio público: los habitantes de la América profunda. Sus rostros inexpresivos acompañan a los créditos (al principio y al final) y se convierten en testigos de excepción de la historia que se narra; pero también forman parte de la particular denuncia del director hacia el resto de los espectadores. Dichos planos recuerdan mucho a los que posteriormente utilizó John Boorman en otra cinta legendaria: Deliverance (1972).
A primera vista, Yo Vigilo el Camino podría pertenecer al western. Y no sólo por la figura del protagonista: un sheriff de un pequeño pueblo de Tennesse (Gregory Peck); si no por la excelente banda sonora (compuesta por Johnny Cash) que acompaña la trama. Las canciones del "Rey del country" conducen a la perfección la estructura lineal de la película. Frankenheimer utiliza con eficacia la misma técnica que Fritz Lang en Encubridora (Rancho Notorious, 1952) o King Vidor en La Pradera sin Ley (Man Without Star, 1955).
Pero no nos engañemos, estamos ante una película que rezuma cine negro por los cuatro costados. Y es que la honestidad del sheriff dura minutos. Los que tarda Gregory Peck en ver a Tuesday Weld. Frankenheimer, en ese preciso momento, coloca al protagonista en medio de una crisis provocada por una mujer mucho más joven que él, casi una adolescente; una "Lolita" que le situará al otro lado de la ley (de ahí lo de "walk the line"). Si tengo que ser sincero no le culpo al sheriff en absoluto. Tuesday Weld está absolutamente deliciosa: con un rostro permanentemente iluminado y con una sonrisa de lo más sensual, pocos se resistirían a sus encantos.
La elección de Gregory Peck como representante de la ley, que cae en el deshonor y la humillación, es acertadísima. Nadie del público, en aquellos momentos, podría imaginarse al galán en tan insultante situación. Lo cierto es que el director siempre le advierte de lo inadecuado de la relación cuando repite de forma recurrente –el que avisa no es traidor- planos y contraplanos de distintos niveles; generalmente alternando contrapicados para Peck con picados para Weld, para subrayar la pertenencia de ambos a distintos mundos.
La propuesta de Frankenheimer se adecua perfectamente al delicado momento por el que pasaba EEUU. La figura desmitificada del, hasta ahora, intachable Gregory Peck, puede simbolizar la falta de credibilidad que tenía la administración estadounidense en 1970, con una guerra de Vietnam que nadie quería. De hecho -y hay que estar atentos para verlo- el realizador inserta, a modo de farsa, y casi de forma subliminal, propaganda del ejercito americano.
Yo Vigilo el Camino hay que verla con los ojos de los espectadores americanos de comienzos de la década de los setenta. Para ellos la concibió John Frankenheimer. Y para los dirigentes también.
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miércoles, 6 de febrero de 2008
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Muy acertada tu entrada, Ethan, sobre este estimulante filme de Frankenheimer ("Siete días de mayo", "El mensajero del miedo"...) que hace un años más o menos volví a ver en tv. Las dos veces que lo he visto siempre ha sido en este medio y doblado, con lo que se pierde la convicción que da siempre la V.O.S. y, sobre todo, la gran pantalla panorámica que tan magistralmente realza esta turbia, seductora y convincente historia.
ResponderEliminarPeck está sensacional, fíjate, que me recuerda mucho a ese otro gran papel suyo de los sesenta en la soberbia "La noche de los gigantes" de Mulligan. Ambas con una calidad cromática y visual, sobrecogedoras.
No obstante, aprecio ciertas irregularidades en algunos pasajes concretos, como el encuentro en la casa abandonada o en la propia comisaría, o la recurrente admonición sobre esos furtivos fabricantes de whisky.
Lo cual no disminuye, todo lo contrario, el gran interés de este western motorizado, en el que, en efecto, a los sones del gran Johnny Cash, Peck simula que vigila la frontera.
Saludos cordiales.
Es cierto, no le debía gustar el alcohol a Frankemheimer, jajaja.
ResponderEliminarBueno, me parece una película fantástica. Muy poco valorada. Los encuentros que citas son extraños, pero es que la situación también lo es. Peck intenta resistirse a los encantos de Weld, y de ahí el tira y afloja de su actitud.
Saludos!
Me gustó mucho cuando la vi hace un par de años. Un papel extraño de Gregory Peck, pero la elección es excelente. Muy recomendable.
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