Se trata, posiblemente, de la mejor de las adaptaciones de Corman sobre la obra de Edgar Allan Poe. Realmente son dos historias en una, hábilmente entrelazadas por el guionista Charles Beaumont. La principal, la que lleva el mismo título del largometraje, va a ser comentada en lo que resta de artículo; la secundaria, procede de un relato corto del genial escritor, conocido por "Hop frog", y que, en manos de Corman, recuerda mucho a la excelente La Parada de los Monstruos (Freaks, de Tod Browning, 1932); está basado en un hecho real ocurrido en el siglo XIV, donde un enano se vengaba cruelmente de un noble que había maltratado a su novia, también diminuta.
De The masque of the Red Death se ha dicho que tiene alguna influencia del cine de Ingmar Bergman, sobre todo del Séptimo sello (Det Sjunde Inseglet, 1957); puede ser, pero a mí me sigue pareciendo una de las obras más personales de Roger Corman. Seguramente porque por fin dispuso del suficiente presupuesto para poder contar la historia de la forma que él quería. Eso sí, el director, un ahorrador nato, se aprovechó de los decorados de Becket (de Peter Glenville, 1964) y la rodó completamente en Inglaterra y con actores ingleses. Todo para beneficiarse de las subvenciones del Reino Unido y de unos impuestos sensiblemente más bajos que los estadounidenses. Para darnos cuenta del cuidado “exquisito” que puso Corman en su realización, no hay nada más que comparar su tiempo de rodaje (cinco semanas) con el de anteriores producciones, donde le bastaban quince días para filmar todos los planos a una media de... ¡más de setenta al día!
La acción principal de La Máscara de la Muerte Roja se desarrollaba en el castillo del Príncipe Próspero, encarnado por Vincent Price -actor fetiche de Corman-, un siniestro señor feudal que tenía un pacto con el diablo y celebraba todo tipo de orgías. Algunas de ellas muy bien llevadas desde la parte técnica gracias a la excelente fotografía en color de Nicolas Roeg, futuro director de películas tan prestigiosas como Más allá de... (Walkabout, 1971). Destaca la secuencia ya famosa en la que Hazel Court cruza poseída por el demonio las habitaciones del castillo, cada una de un color distinto; algo que haría más tarde, en otro tipo de filme, Peter Greenaway con su El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y el Amante (The Cook, the Thief, his Wife and her Lover, 1989).
De The masque of the Red Death se ha dicho que tiene alguna influencia del cine de Ingmar Bergman, sobre todo del Séptimo sello (Det Sjunde Inseglet, 1957); puede ser, pero a mí me sigue pareciendo una de las obras más personales de Roger Corman. Seguramente porque por fin dispuso del suficiente presupuesto para poder contar la historia de la forma que él quería. Eso sí, el director, un ahorrador nato, se aprovechó de los decorados de Becket (de Peter Glenville, 1964) y la rodó completamente en Inglaterra y con actores ingleses. Todo para beneficiarse de las subvenciones del Reino Unido y de unos impuestos sensiblemente más bajos que los estadounidenses. Para darnos cuenta del cuidado “exquisito” que puso Corman en su realización, no hay nada más que comparar su tiempo de rodaje (cinco semanas) con el de anteriores producciones, donde le bastaban quince días para filmar todos los planos a una media de... ¡más de setenta al día!
La acción principal de La Máscara de la Muerte Roja se desarrollaba en el castillo del Príncipe Próspero, encarnado por Vincent Price -actor fetiche de Corman-, un siniestro señor feudal que tenía un pacto con el diablo y celebraba todo tipo de orgías. Algunas de ellas muy bien llevadas desde la parte técnica gracias a la excelente fotografía en color de Nicolas Roeg, futuro director de películas tan prestigiosas como Más allá de... (Walkabout, 1971). Destaca la secuencia ya famosa en la que Hazel Court cruza poseída por el demonio las habitaciones del castillo, cada una de un color distinto; algo que haría más tarde, en otro tipo de filme, Peter Greenaway con su El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y el Amante (The Cook, the Thief, his Wife and her Lover, 1989).
La cinta de Corman arranca con el perverso Price secuestrando a una familia de campesinos con la intención de poseer a la hija (Jane Asher) y de paso disfrutar viendo como su padre y su novio se pelean entre ellos. Todo cambia cuando la muerte roja -una horrible enfermedad- se extiende por la región. Para evitar contagiarse, el Príncipe y los nobles se refugian en el castillo donde se disponen a celebrar un baile de disfraces mientras que la plebe es masacrada por la epidemia. La trama vuelve a dar un giro brusco cuando el novio se escapa del castillo y vuelve a entrar para rescatar a su amada. Simultáneamente un extraño, con una máscara encarnada, se presenta en la fiesta y comienza a sembrar el pánico.
El largometraje adquiere la categoría de obra importante gracias a que Roger Corman cuenta la historia de una forma alegórica. Así, “La Muerte Roja” no es otra cosa que la peste, a la que el director ha querido darle forma humana creando al inquietante personaje del antifaz; precisamente aparece en escena cuando el novio –ya contagiado por la enfermedad- vuelve al castillo y propaga la epidemia. A partir de aquí viene lo mejor: Corman resuelve las dos tramas, primero la de los enanos para que la tensión aumente; después la de la máscara, en una brillante, larga y delirante secuencia final.
Como se ha comentado, Roger Corman aún sigue apareciendo en los créditos de muchos filmes. Casi siempre como productor. Me imagino que por sus manos habrán pasado todo tipo de guiones y habrá conocido a multitud de personas influyentes y sus anécdotas se contarán por miles. Veamos una de ellas sucedida mientras se filmaba La Mascara de la Muerte Roja: un día, Jane Asher trajo al rodaje a un músico amigo suyo que esa noche tenía un concierto; al finalizar la dura jornada ambos comieron con el director. Al día siguiente, leyendo el periódico, Roger Corman se enteró de que el concierto fue un éxito al ver el nombre del cantante –nombre que nunca había oído antes de que Jane se lo presentara-, se trataba de un tal Paul McCartney integrante de una banda que se hacían llamar “Los Beatles”.
El largometraje adquiere la categoría de obra importante gracias a que Roger Corman cuenta la historia de una forma alegórica. Así, “La Muerte Roja” no es otra cosa que la peste, a la que el director ha querido darle forma humana creando al inquietante personaje del antifaz; precisamente aparece en escena cuando el novio –ya contagiado por la enfermedad- vuelve al castillo y propaga la epidemia. A partir de aquí viene lo mejor: Corman resuelve las dos tramas, primero la de los enanos para que la tensión aumente; después la de la máscara, en una brillante, larga y delirante secuencia final.
Como se ha comentado, Roger Corman aún sigue apareciendo en los créditos de muchos filmes. Casi siempre como productor. Me imagino que por sus manos habrán pasado todo tipo de guiones y habrá conocido a multitud de personas influyentes y sus anécdotas se contarán por miles. Veamos una de ellas sucedida mientras se filmaba La Mascara de la Muerte Roja: un día, Jane Asher trajo al rodaje a un músico amigo suyo que esa noche tenía un concierto; al finalizar la dura jornada ambos comieron con el director. Al día siguiente, leyendo el periódico, Roger Corman se enteró de que el concierto fue un éxito al ver el nombre del cantante –nombre que nunca había oído antes de que Jane se lo presentara-, se trataba de un tal Paul McCartney integrante de una banda que se hacían llamar “Los Beatles”.
Ver Ficha de La Máscara de la Muerte Roja
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