lunes, 2 de junio de 2008

INTERMEZZO (Gustaf Molander, 1936)

La primera versión de Intermezzo fue la película que propició que la industria norteamericana se fijara en Ingrid Bergman y la “fichara” para volver a protagonizar una segunda adaptación; esta vez en Hollywood, de la mano de Gregory Ratoff y, por si acaso, con una apuesta segura de cara a la taquilla: Leslie Howard. Ambos dramas tratan de la relación adúltera entre un violinista, Holger Brandt, y una profesora de piano, Anita Hoffman, interpretada por la jovencísima estrella. Hoy vamos a comentar la película escandinava, la de Gustaf Molander, pero serán inevitables las comparaciones con la posterior versión americana.



El director sueco pertenecía a la generación de cineastas nórdicos que surgieron tras la estela de Stiller y Sjöstrom, dos de los grandes realizadores europeos del cine mudo. De hecho Molander fue guionista del propio Victor Sjöstrom y su Intermezzo tiene mucha relación con las películas no habladas. Gosta Ekman, el actor protagonista que daba vida al violinista, era una estrella en su país y debía su fama a ese tipo de películas a las que se puede apreciar que no renunciaba debido a su forma expresiva de actuar. Quizás uno de los atractivos de esta cinta es observar, precisamente, la transición entre los dos tipos de cine: el mudo, representado por Gosta Ekman; y el sonoro, más acorde con la interpretación de Ingrid Bergman y la famosa pieza musical del título.

La cinta tuvo un gran éxito en Suecia. Aunque el triángulo amoroso estaba descrito con delicadeza y el final era demasiado moralizante, el largometraje era lo suficientemente escabroso para afectar a la taquilla de forma favorable. Ayudaba el hecho de que el personaje principal era un hombre ya maduro –más viejo que en la versión americana- que se enamoraba de una mujer mucho más joven que él y abandonaba a su familia. Para que el adulterio fuera más criticable, Molander –también guionista- introducía un elemento que iba a ser el referente de toda la acción posterior: la pequeña hija del violinista. Así Ingrid Bergman veía en todas las niñas que se acercaban a su amado a la pequeña Ann Marie. Era una especie de conciencia que le impedía continuar con la aventura.




El productor David O. Selznick vio la película y le faltó tiempo para contratar a la actriz. Me imagino que lo que quería el creador de Lo que el viento se llevó era descubrir a una segunda Greta Garbo. Y es que las similitudes de Ingrid Bergman con la diva eran muchas: las dos eran suecas; las dos habían triunfado en su país con melodramas más o menos escandalosos; y ambas fueron dirigidas por realizadores de la misma escuela, el ya citado Maurice Stiller y el que nos atañe, Gustaf Molander. Greta Garbo fue descubierta por Louis B. Mayer, y David O. Selznick no podía ser menos. Sin embargo en lo que tenía que haberse fijado el productor era en que tenían una personalidad diferente. Y volvemos otra vez a la dicotomía cine mudo-cine hablado. Mientras la Garbo dotaba a sus personajes de una expresividad característica, Ingrid Bergman brillaba de una forma diferente. En el Intermezzo sueco se adivina ya a la futura actriz que estaba por llegar, con una forma de actuar no vista hasta entonces: alegre, espontánea y brillante en las escenas iniciales; grave y contenida, en las secuencias dramáticas. En la versión americana, además, aparece su famoso glamour, el que posteriormente se reflejaría en películas como Casablanca o Encadenados. Había nacido una nueva estrella, y no tenía nada que ver con ninguna conocida hasta entonces.

Ver Ficha de Intermezzo.

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