4.2.3. Río Lobo (Howard Hawks, 1970).
Entre los
muchos elementos comunes que relacionan Río
Bravo con El Dorado, se
encuentran las razones contextuales que empujaron a Hawks a decidirse por rodar
ambas películas. En los dos casos, la carrera del director pasaba por un
momento delicado tras sendos fracasos de crítica y público. Después de la grata
experiencia que significó Río Bravo,
y de comprobar que se había vuelto a ganar los favores de la audiencia con El Dorado, el realizador se dio cuenta
de que, sorprendentemente, la intertextualidad en sus cintas parecía jugar a
favor de la taquilla. Reconocer caracteres y conflictos, y disfrutar con los
cambios en los puntos de vista, era un pasatiempo extra que el espectador
agradecía. Creemos que Hawks, plenamente consciente de esa circunstancia,[1] la tuvo en cuenta para
enfrentarse a su siguiente proyecto. Nosotros también para especular acerca de
las razones que llevaron al director a rodar Río Lobo: podríamos acumular motivos tales como el evitar volver a
pasar por otro periodo de fracaso; el cansancio, dada su avanzada edad, que le
aconsejaba no emprender un proyecto completamente nuevo; y, sobre todo, la
seguridad que le daba filmar una cinta similar a los dos westerns anteriores gracias a la buena predisposición del público
para aceptar ese tipo de producto.
Según Joseph McBride, lo que
pretendía hacer Hawks con Río Lobo
era una suerte de remake de Rivales, pero en clave de western (McBride 1988, p. 136). Como en El Dorado, quería partir de una historia
completamente diferente, tomarla como desencadenante de la acción y conducirla
cuanto antes a su “Río Bravo” particular, todo con el objetivo de volver a jugar
con personajes y situaciones. Para ello, contrató a Burton Wohl que, no obstante, propuso un
argumento bastante distante del de Rivales.
La falta de entendimiento entre Hawks y el escritor desembocó en el despido del
segundo y en la contratación de la responsable del texto de las dos películas
anteriores: Leigh Brackett. La guionista sabía lo que tenía que hacer, llevar
la trama luminosa de Wohl, que arrancaba en la guerra civil, al terreno oscuro
de un nuevo Río Bravo, rebautizado
para la ocasión en Río Lobo:
Cord McNally
(John Wayne) es un coronel del ejército del Norte que pierde en los últimos
días de la guerra un cargamento de oro a manos de los confederados. Capitaneados
por Pierre Cordona (Jorge Rivero) y por el joven sargento Tuscarora (Christopher
Mitchum), los sudistas primero atrapan a McNally, pero después se dejan sorprender
por el coronel para terminar siendo apresados. Al finalizar la guerra, los que
eran enemigos olvidan sus rencillas y prometen ayudar a McNally a localizar a
Ketcham, el traidor que vendió la información acerca del oro.
Ahí concluye
el extenso prólogo que da pie a que la trama continúe en Río Lobo, el pueblo
donde el capitán Cordona ha visto al hombre que busca McNally. En Río Lobo
también vive Tuscarora con su padre, el viejo Phillips (Jack Elam), ambos son
acosados por los hombres del sheriff Hendricks, a sueldo de Ketcham, para
obligarles a vender sus propiedades —los MacDonald de El Dorado son ahora los Phillips en Río Lobo—. Por otro lado, Shasta Delaney (Jennifer O’Neill) reclama
venganza por el asesinato de su socio en la venta ambulante de “medicinas”.
Como el crimen también ha sido cometido por uno de los hombres de Hendricks, la
mujer se alía con McNally, Cordona, Tuscarora y Phillips en su lucha con
Ketcham. Es decir, de nuevo tenemos al grupo del líder, el amigo, el joven, el
viejo y la mujer, aunque esta vez el sheriff es el villano.
Precisamente el
falso representante de la ley, en su afán de obligar a Phillips a vender, detiene
a Tuscarora y lo confina en la cárcel. Hawks riza tanto el rizo que ahora el
que está preso es el “bueno”. El director mantiene la situación hasta el final
en el que la trama vuelve a ser la de siempre: McNally apresa a Ketcham, libera
a Tuscarora y se hace fuerte en la cárcel, mientras en el exterior le acosan
los hombres de Hendricks que, a su vez, han cogido a Cordona. Todo se resuelve
con un canje en las afueras de la ciudad y con un tiroteo que acaba con Ketcham
y su banda. Como vemos, Hawks reúne piezas de las películas anteriores y las
mezcla a su antojo para concluir con una vuelta a los orígenes, para cerrar la trilogía
con un final idéntico al de Río Bravo.[2]
[1]
Realmente, Hawks advirtió ese factor de ventaja mucho antes, en la promoción de
El Dorado, cuando para atraer al
público a la salas anunció que la película era una mezcla entre Río Rojo y Río Bravo.
[2] Hasta el detalle de la
dinamita es igual, sólo que ahora los que la lanzan son los villanos.