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lunes, 11 de octubre de 2021

FALLING (Viggo Mortensen, 2020)

En 2015, después de veinticinco años observando cómo los técnicos y los directores hacían su trabajo, y escribiendo películas al tiempo que ejercía su carrera como actor, Viggo Mortensen se sintió preparado para dar el salto hacia la realización. Su madre, que sufría demencia, acababa de fallecer y el actor comenzó a escribir un nuevo guion que finalmente se convirtió en el debut como director: Falling.

John Peterson (Viggo Mortensen) es un piloto comercial que vive en California junto a su marido Eric (Terry Chen) y a su hija. Cuando su padre Willis (Lance Henriksen), un viejo granjero que vive solo en el campo, comienza a tener síntomas de demencia, John le convence para que se mude con ellos y pase allí sus últimos años de vida.

Aunque la película es fruto de la imaginación del autor, su origen se remonta a las notas que Mortensen escribió acerca de su madre. Tratando de recordar cosas sobre ella, comenzó a escribir «principalmente sentimientos más que hechos», que poco a poco se fueron transformando en una historia de ficción. Terminado el libreto, tuvieron que pasar cuatro años hasta conseguir el dinero necesario para llevar su proyecto a la gran pantalla. El ajustado presupuesto le obligó no solo a hacerse cargo del guion y la dirección, sino también de la producción, de la banda sonora… y de la interpretación, esto último fundamental para lograr los fondos.

Si bien la cinta es de ficción, Mortensen ha admitido cierto porcentaje autobiográfico en una trama en apariencia sencilla, pero tan compleja como complejas son las relaciones humanas. Así, en los flashbacks de los que se nutre el director para explicar los antecedentes de la familia protagonista, es en donde hay más escenas extraídas de la vida de Viggo Mortensen. Secuencias que tienen que ver con los recuerdos de la vida en la granja que la familia tenía en Dinamarca, a la que solían ir por vacaciones; con el trauma que sufrió Viggo, con tan solo once años, cuando se separaron sus padres; y con el hecho de haber tenido que cuidar de ambos y de lidiar con la demencia senil hasta el fallecimiento, primero de su madre y luego de su padre.

El que la historia se recubra de cierta verosimilitud no es óbice para que el núcleo central de la trama sea inventado y pivote alrededor de la difícil relación entre padre e hijo. Algo que vas más allá de la simple lucha generacional desde el momento en el que el director ha introducido el tema de la homosexualidad en una historia ya de por sí tensa. La “sinceridad” del anciano, aquejado de una enfermedad que le desinhibe a la hora de decir las cosas de forma directa, sin tapujos, no facilita las cosas a pesar de que el hijo no entra al trapo hasta el estallido final, cuando al viejo le da por criticar a la madre ya fallecida.

A medida que la batalla dialéctica se recrudece, el filme se agiganta y transciende hacia la audiencia que asiste no a una lucha padre-hijo, sino a una descripción —eso sí, algo maniquea— de las dos américas. Por un lado, la profunda, reaccionaria, homófoba y conservadora, personificada en el viejo Willis; y por otro, la más progresista y tolerante del resto de personajes: John y su marido, su hermana y los nietos. Se podría decir que Mortensen opina que los antagonistas pertenecen a épocas distintas, de ahí el enfrentamiento. Pero no nos engañemos, todos sabemos que existen muchas personas en la actualidad que comulgarían con las opiniones de Willis sin pestañear. 

Un filme ideal para el mejor registro de Mortensen como actor, el tranquilo y pausado, pero con otros aciertos como la inclusión de simbologías más o menos evidentes, aunque todas adecuadas. Dos ejemplos: uno, el pequeño John, recién nacido, rompe a llorar cuando el padre lo coge en brazos; dos, la película que dan en televisión cuando discuten Willis y John no es otra que Río Rojo (Red River, Howard Hawks, 1948), y la escena que se ve en pantalla es la pelea final entre padre e hijo: John Wayne —actor conservador donde los haya, en la ficción y en la vida real— contra Montgomery Clift —progresista y joven. No hace falta decir más.



lunes, 16 de mayo de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (y XIII)

El único tema que permanece en Río Lobo es el de la amistad, si bien mucho más difuminado y sólo enriquecido por algo habitual en el cine de Hawks: la caballerosidad entre enemigos.[1] En la película de 1966, el director establecía una relación entre Thornton y McLeod, el matón contratado por Jason, en la misma línea que la planteada en Río Rojo entre Matt y Cherry Valance. En ambas se adivina un tácito código de honor entre pistoleros. En Río Lobo, el director va más allá cuando, al finalizar la guerra, el coronel McNally invita a whisky a Cordona y Tuscarora para terminar de sellar una amistad basada simplemente en el honor de haber sido enemigos (4.48).

4.48

A pesar de ese buen detalle, insistimos en que ni Jorge Rivero ni Chris Mitchum dan la talla a la hora de encarnar a la pareja antagonista de Wayne, algo que no sucede con Jack Elam. Con el veterano secundario, Hawks estuvo más cerca de conseguir un personaje digno del Stumpy de Walter Brennan y del Bull de Arthur Hunnicutt. Más próximo al primero que al segundo, Elam también se muestra nervioso con el dedo en el gatillo y recupera algo del humor perdido por Hunnicutt,[2] además es el que recoge el testigo del alcoholismo, pero sólo de pasada y siempre dentro del tono cómico que define al personaje (4.49).

4.49

Con respecto a los caracteres femeninos, Hawks continua con su despliegue de actrices, de nuevo un trío de mujeres como en Peligro… Línea 7000, pero con Jennifer O’Neill a la cabeza.[3] Casi una debutante, la actriz es otro de los descubrimientos de Hawks, aunque fallido en esta ocasión. El trabajo de O’Neill en Río Lobo nunca llegó a convencer a Hawks que se quejaba de lo aburrida que resultaba en pantalla y de su actitud de diva durante el rodaje, cuando era prácticamente una desconocida: “Empezó muy bien, pero luego se dedicó a ser una estrella. No trabajó.” (Bogdanovich 2007, p. 296). O’Neill da vida a Shasta, un personaje que se sitúa entre Feathers y Maudie: llega en la diligencia como la primera, pero lo hace para vengarse de los hombres de Hendriks (realmente la presentación de Shasta es similar a la de Mississippi en El Dorado). Es una viuda de un jugador de cartas, como la segunda, y también como Maudie inicia una relación con el líder del grupo y con su amigo. 

Un esbozo de rivalidad sentimental que no pasa a mayores porque enseguida el personaje que interpreta Wayne se desmarca dando a entender que es demasiado viejo. Lo hace cuando Shasta comenta que se ha acostado con él porque es muy “confortable” (4.50). La misma palabra que cierra el filme cuando McNally, herido en una pierna, se apoya en otra de las protagonistas, como si fuera una muleta, copiando en cierto sentido el final crepuscular de El Dorado (4.51). Y es que la edad del personaje principal es otro de los hándicaps de la cinta y se nota que Hawks no sabía que hacer con John Wayne, en cuanto a relaciones amorosas se refiere, debido a su deterioro físico.[4] De hecho, el director opta por la pareja Rivero-O’Neill para reproducir su batalla sexual, pero apenas le sale un gag aceptable.

4.50
4.51
4.52
4.53

En el apartado técnico, Hawks intenta seguir fiel a su estilo. Sólo en contadas ocasiones se deja llevar por las nuevas modas. Así, el uso del zoom o el vestuario de Rivero (4.52), con poncho al estilo Clint Eastwood de los spaghetti western, no encajan con una película que sigue siendo esencialmente clásica. La fotografía del filme corre a cargo de William H. Clothier, más convencional que la de Río Bravo o El Dorado, pero con buenas secuencias nocturnas y algún plano destacado que evocan a la primera cinta, como el de la puesta de sol (compárese 4.28 con 4.53) o el enmarcado por una puerta que, igual que en Río Bravo, anuncia el desenlace (4.22 y 4.54).

4.54

Howard Hawks se retiró con Río Lobo, el peor de sus tres últimos westerns. La falta de presupuesto, que impidió contratar otra estrella de la categoría de John Wayne; la renuncia a los temas centrales de sus películas anteriores; y la presencia de unos personajes mal perfilados, unidos al cansancio propio de un director que había superado los setenta años, fueron las causas de tan pobre resultado. Un final de carrera que no empaña en absoluto una de las filmografías más espectaculares, repleta de obras maestras que han pasado a la historia como representativas de lo que hoy llamamos cine clásico.


REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS DEL CUARTO CAPÍTULO

A Song is Born (Vídeo) 2009, Twentieth Century Fox Home Entertainment, Beverly Hills.

Aguilar, C. 2011, Guía del Cine, Cátedra, Madrid.
Ball of Fire (Vídeo) 2007, Twentieth Century Fox Home Entertainment, Beverly Hills.
Bogdanovich, P. 2007, El director es la estrella, T&B Editores, Madrid.
Casas, Q. 1998, Howard Hawks. La comedia de la vida, Dirigido por, Barcelona.
Crowe, C. 2002, Conversaciones con Billy Wilder, Alianza Editorial, Madrid.
El Dorado (Vídeo) 2008, Paramount Pictures, Madrid.
McBride, J. 1988, Hawks según Hawks, Akal, Madrid.
Perales, F. 2005, Howard Hawks, Cátedra, Madrid.
Río Bravo (Vídeo) 2008, Warner Home Video, Burbank.
Río Lobo (Vídeo) 2011, Paramount Home Entertainment, Madrid.
TCM Interviews: Howard Hawks (Vídeo) 2010, TBS Inc.
Torres-Dulce, E. 2001, Armas, mujeres y relojes suizos, Nickel Odeon, Madrid.
Vanoye, F. 1996, Guiones modelo y modelos de guión, Paidós, Barcelona.

Wood, R. 1982, Howard Hawks, Ediciones JC, Madrid.




Leer el capítulo V

Más información sobre el libro, aquí.




[1] Presente también en La Escuadrilla del amanecer, Ciudad sin ley, Río Rojo y otras.
[2] En el filme hay un guiño a Arthur Hunnicutt cuando Wayne le regaña a Elam por el ruido que está haciendo y le espeta con ironía: “sólo hace falta que toques la corneta”.
[3] Las otras dos fueron Susana Dosamantes y Sherry Lansing.
[4] En 1970, Wayne tenía 63 años y sobrevivía con un pulmón desde 1964 cuando le operaron de cáncer. Ya en El Dorado tuvieron que doblarle en las escenas en las que salía corriendo. En Río Lobo intenta mantener el tipo, pero a esas alturas las dificultades para, por ejemplo, subir y bajar del caballo eran enormes.



lunes, 25 de abril de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (XI)


4.2.3. Río Lobo (Howard Hawks, 1970).

Entre los muchos elementos comunes que relacionan Río Bravo con El Dorado, se encuentran las razones contextuales que empujaron a Hawks a decidirse por rodar ambas películas. En los dos casos, la carrera del director pasaba por un momento delicado tras sendos fracasos de crítica y público. Después de la grata experiencia que significó Río Bravo, y de comprobar que se había vuelto a ganar los favores de la audiencia con El Dorado, el realizador se dio cuenta de que, sorprendentemente, la intertextualidad en sus cintas parecía jugar a favor de la taquilla. Reconocer caracteres y conflictos, y disfrutar con los cambios en los puntos de vista, era un pasatiempo extra que el espectador agradecía. Creemos que Hawks, plenamente consciente de esa circunstancia,[1] la tuvo en cuenta para enfrentarse a su siguiente proyecto. Nosotros también para especular acerca de las razones que llevaron al director a rodar Río Lobo: podríamos acumular motivos tales como el evitar volver a pasar por otro periodo de fracaso; el cansancio, dada su avanzada edad, que le aconsejaba no emprender un proyecto completamente nuevo; y, sobre todo, la seguridad que le daba filmar una cinta similar a los dos westerns anteriores gracias a la buena predisposición del público para aceptar ese tipo de producto.


Según Joseph McBride, lo que pretendía hacer Hawks con Río Lobo era una suerte de remake de Rivales, pero en clave de western (McBride 1988, p. 136). Como en El Dorado, quería partir de una historia completamente diferente, tomarla como desencadenante de la acción y conducirla cuanto antes a su “Río Bravo” particular, todo con el objetivo de volver a jugar con personajes y situaciones. Para ello, contrató a Burton Wohl que, no obstante, propuso un argumento bastante distante del de Rivales. La falta de entendimiento entre Hawks y el escritor desembocó en el despido del segundo y en la contratación de la responsable del texto de las dos películas anteriores: Leigh Brackett. La guionista sabía lo que tenía que hacer, llevar la trama luminosa de Wohl, que arrancaba en la guerra civil, al terreno oscuro de un nuevo Río Bravo, rebautizado para la ocasión en Río Lobo:

Cord McNally (John Wayne) es un coronel del ejército del Norte que pierde en los últimos días de la guerra un cargamento de oro a manos de los confederados. Capitaneados por Pierre Cordona (Jorge Rivero) y por el joven sargento Tuscarora (Christopher Mitchum), los sudistas primero atrapan a McNally, pero después se dejan sorprender por el coronel para terminar siendo apresados. Al finalizar la guerra, los que eran enemigos olvidan sus rencillas y prometen ayudar a McNally a localizar a Ketcham, el traidor que vendió la información acerca del oro.

Ahí concluye el extenso prólogo que da pie a que la trama continúe en Río Lobo, el pueblo donde el capitán Cordona ha visto al hombre que busca McNally. En Río Lobo también vive Tuscarora con su padre, el viejo Phillips (Jack Elam), ambos son acosados por los hombres del sheriff Hendricks, a sueldo de Ketcham, para obligarles a vender sus propiedades —los MacDonald de El Dorado son ahora los Phillips en Río Lobo—. Por otro lado, Shasta Delaney (Jennifer O’Neill) reclama venganza por el asesinato de su socio en la venta ambulante de “medicinas”. Como el crimen también ha sido cometido por uno de los hombres de Hendricks, la mujer se alía con McNally, Cordona, Tuscarora y Phillips en su lucha con Ketcham. Es decir, de nuevo tenemos al grupo del líder, el amigo, el joven, el viejo y la mujer, aunque esta vez el sheriff es el villano. 

Precisamente el falso representante de la ley, en su afán de obligar a Phillips a vender, detiene a Tuscarora y lo confina en la cárcel. Hawks riza tanto el rizo que ahora el que está preso es el “bueno”. El director mantiene la situación hasta el final en el que la trama vuelve a ser la de siempre: McNally apresa a Ketcham, libera a Tuscarora y se hace fuerte en la cárcel, mientras en el exterior le acosan los hombres de Hendricks que, a su vez, han cogido a Cordona. Todo se resuelve con un canje en las afueras de la ciudad y con un tiroteo que acaba con Ketcham y su banda. Como vemos, Hawks reúne piezas de las películas anteriores y las mezcla a su antojo para concluir con una vuelta a los orígenes, para cerrar la trilogía con un final idéntico al de Río Bravo.[2]






[1] Realmente, Hawks advirtió ese factor de ventaja mucho antes, en la promoción de El Dorado, cuando para atraer al público a la salas anunció que la película era una mezcla entre Río Rojo y Río Bravo.
[2] Hasta el detalle de la dinamita es igual, sólo que ahora los que la lanzan son los villanos.



lunes, 18 de enero de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (VI)


Igual que "Feathers", Colorado es el otro aspirante a ingresar en el grupo liderado por Chance. Es el joven imberbe presente en muchas de las cintas de Hawks, si bien en esta ocasión no tiene nada de inexperto. Colorado es un pistolero hecho y derecho no sólo en el manejo de las armas, sino en sus razonamientos, más propios de una persona adulta que de, prácticamente, un adolescente. Pese a su juventud, se le supone cierto recorrido “profesional” cuando se presenta como guardaespaldas; es un pistolero que se nos antoja cercano a Billy el Niño: Colorado trabaja para un comerciante (Wheeler podría ser el trasunto de Tunstall, el ganadero que adoptó a Billy) y su actitud cambia cuando su patrón muere asesinado. 

Si tuviéramos que emparejarlo con algún personaje anterior utilizado por Hawks, nos decantaríamos más por el que da vida Montgomery Clift[1] en Río Rojo, cuando ya es adulto, que por el de Ray Montgomery en Air Force, el de Dewey Martin en Río de sangre o el de William Janney en La Escuadrilla del amanecer, por citar unos pocos. Y es que entre Chance y Colorado ya no hay enseñanzas ni consejos. El sheriff lo trata como a un igual. La secuencia del tiroteo en la calle es bastante representativa de dicha relación: Colorado aprovecha el ruido causado por Feathers para pasarle el rifle a Chance a la vez que dispara contra los matones (4.32). Ambos luchan codo a codo contra los villanos en lo que será la prueba definitiva para que el sheriff lo acepte como ayudante. La escena es calcada a la del enfrentamiento nocturno en RíoRojo cuando Wayne coge el fusil al vuelo y Monty Clift se pone de su lado en la pelea.

4.33
4.32

La elección de Ricky Nelson para encarnar a Colorado tuvo un impacto comercial muy importante. El actor era un cantante de country muy seguido por el público en todo el mundo.[2] Hawks lo sabía y por eso incluyó un par de canciones junto a Dean Martin. La primera de ellas, “My Rifle, My Pony and Me”, fue todo un éxito de ventas; cantada a dúo por los dos artistas, es el emblema de la película (4.33). Para muchos, el número musical es, simplemente eso, un inserto comercial de cara a la taquilla. Nosotros creemos que además tiene su importancia dramática. No olvidemos que Hawks, siempre que podía, incluía en sus filmes alguna canción que representara el estado de ánimo de los personajes. Si, por ejemplo, en La Escuadrilla del amanecer se canta repetidamente “Stand to your Glasses! (Hurrah for the Next Man to Die)”, como una forma de espantar el miedo, en Río Bravo, “My Rifle…” es un canto nostálgico por la vida en la pradera, un deseo de volver al exterior para unos hombres encerrados entre cuatro paredes. También se puede interpretar la canción como una celebración por la reciente superación del alcoholismo por parte de Dude.[3]

4.34

Precisamente, otro momento en el que la música tiene un claro protagonismo es en la secuencia en la que Dean Martin renuncia a beber (4.34). El ayudante del sheriff devuelve el líquido del vaso a la botella mientras suena la canción del “Álamo”. La música le da fuerzas por el significado que tiene el hecho de la épica resistencia de los defensores del fuerte, y por la amenaza que supone el que la toquen los sicarios de Burdette: de ninguna manera pude dejar en la estacada a sus amigos. El sonido de dicha canción es el punto de giro crucial de la película.

Con Wayne, Martin y Nelson, liderando el casting, digamos dramático, el contrapunto cómico viene de la mano de Walter Brennan (4.35). El veterano secundario da vida a Stumpy, un viejo gruñón de gatillo fácil, habitual en las cintas de aventuras y westerns de Hawks. Stumpy, que es una variante del cocinero desdentado de Río Rojo, también recuerda a Eddie, de la tantas veces citada Tenery no tener. Un personaje, este último, que da la impresión de que en Río Bravo se haya desglosado en dos: en Dude y en Stumpy. En el primero, por su adicción al alcohol; en el segundo, por la edad y la necesidad de cariño y protección. El director, que sentía verdadero aprecio por Brennan, también admiraba su espontaneidad delante de las cámaras.[4] En Río Bravo el actor da muestras de su habilidad innata para improvisar cuando en la conclusión de la cinta sorprende a Dean Martin con una simpática imitación de John Wayne (4.36).[5]  
  
4.36
4.35

Con Río Bravo, Hawks no sólo recuperó la confianza del público, sino que consiguió una obra maestra incapaz de envejecer por la paradoja de haber creado un western que, siendo fiel a los principios del cine clásico, resulta hoy en día tan moderno como en su fecha de estreno. Homenajeada en varias ocasiones por cineastas de generaciones posteriores,[6] la cinta pronto adquirió una entidad casi legendaria cuando Hawks decidió volver sobre ella en dos ocasiones más. 





[1] De hecho, Hawks le ofreció el papel a Montgomery Clift, pero el actor lo rechazó porque no quería volver a trabajar con John Wayne: las diferencias ideológicas entre un joven progresista como Clift chocaban demasiado con las del ultra conservador Wayne.
[2] En Japón, el nombre de Ricky Nelson figuraba al frente de los carteles que anunciaban la película, por encima del de John Wayne.
[3] La música de la película es de Dimitri Tiomkin, que adaptó “My Rifle, My Pony and Me” de una canción suya, “Settle Down”, compuesta para los créditos de Río Rojo.
[4] Hawks recordaba para la televisión que Brennan era uno de los mejores: “llegó y empecé a reírme nada más verle”. En los ensayos de Río Rojo, el director le dijo que leyera algo, Brennan le preguntó: ¿Con o sin? Hawks no sabía a qué se refería hasta que el actor se lo aclaró: “Con dientes o sin dientes” (Entrevistas TCM).
[5] Dentro del capítulo de secundarios, destaca otro veterano como Ward Bond que, prácticamente, se interpreta a sí mismo en calidad de mejor amigo de John Wayne. Río Bravo puso fin al largo recorrido que hicieron juntos, Wayne y Bond, después de 22 películas. También fue el último trabajo de Bond en la gran pantalla si no tenemos en cuenta el cameo que hizo en Alias Jesse James (Norman Z. McLeod, 1959), un vehículo cómico para Bob Hope.
[6] Como en Asalto a la comisaría del distrito 13 (Assault on Precinct 13 de John Carpenter, 1976), donde el argumento es similar. Allí, Carpenter usó el nombre del sheriff de Río Bravo, John T. Chance, como seudónimo para ocultar su trabajo como montador.



lunes, 30 de noviembre de 2015

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (IV)

Volviendo a la secuencia del saloon, la creíble actuación de Martin y el empleo de encuadres poco habituales en el cine de Hawks son necesarios para dotar de expresividad a una escena sin diálogos: nos referimos al plano detalle de la escupidera; a los primeros planos de Dude y Burdette; a la patada que le da Wayne al recipiente de metal para evitar que Martin coja la moneda; al contrapicado de Wayne (4.23), que le hace parecer más gigante aún cuando le reprocha a Martin su actitud con la mirada; y al picado que fotografía a Dean Martin en una situación deshonrosa al lado de la escupidera (4.24).

4.23
4.24


Conviene destacar la excelente interpretación del cantante en esa secuencia y en toda la película. Un papel por el que estuvo interesado desde el principio y por el que luchó para conseguir salir del encasillamiento al que le tenía sometido Hollywood.[1] Su registro dramático, dando vida al borracho Dude, es tan bueno como el de Gerard Philipe en Los Orgullosos (Les Orgueilleux de Yves Allegret, 1953). Si Hawks vio la película de Allegret, y se dejó influenciar por el director francés, no lo sabemos, pero no nos extrañaría cuando los dos personajes visten igual, se han dado a la bebida a causa de una mujer, viven en un pueblo fronterizo, son victimas de las burlas de la gente con tal de conseguir un vaso de whisky e, incluso, se parecen físicamente.

La escena “muda” del saloon finaliza con el asesinato de un parroquiano que interviene para ayudar a Dude. Burdette lo mata a sangre fría y abandona el local para dirigirse a otro bar —esta vez “sonoro”— donde es arrestado por Chance. Hawks establece, en el inicio de la película, el peligro al que se enfrentan los héroes: el saloon repleto de sicarios de Burdette es sinónimo de muerte. Cada vez que Chance y Dude van allí saben a lo que se exponen, y el público también; Hawks lo ha dejado bastante claro gracias a otro elemento recurrente en su cine.[2]

 El hecho de elegir entrar por la puerta de atrás o por la de delante, esto último mucho más arriesgado, adquiere un significado especial cuando, en una de las escenas mejor rodadas, Chance deja que Dude acceda al local desde la puerta principal. El sheriff pretende ayudarle a recuperar su autoestima, quiere que demuestre que está superando su adicción y que todavía sirve para desempeñar su trabajo como agente de la ley (4.25). Realmente es Hawks el que le da a Dude una segunda oportunidad: retoma el arranque, con la entrada al bar, las risas de los matones, la escupidera…, todo igual, excepto la actitud de Dude que ha cambiado sensiblemente. Con el peligro también vuelven los silencios y las angulaciones extremas. Ya hemos comentado la aversión de Hawks a este tipo de encuadres. Sólo los utilizaba cuando había una razón para ello: en este caso el suspense es el que fuerza el regreso del primer plano, del plano detalle (el de la sangre goteando en la jarra de cerveza) o del fuerte picado (punto de vista del pistolero que acecha en el piso de arriba, ver 4.26).

4.25
4.26

Por el mismo motivo, por lo incierto de la acción, también son una excepción los dos travellings, el de la patrulla nocturna repleta de sobresaltos,[3] y el del canje de prisioneros, ambos con montajes paralelos. En el primero, son Chance y Dude los que se reparten los encuadres; en el segundo, Dude y Burdette. Sólo en contadas ocasiones como las citadas se permiten las tomas algo más barrocas, lo habitual es que el director de fotogra­fía, en este caso Russell Harlan, gestione el objetivo “invisible” de Hawks con planos medios y generales a la altura de los ojos para seguir la acción con el mayor disimulo posible. Otras habilidades de Harlan son el uso de una fotografía muy expresiva que mezcla los tonos calidos con los colores intensos (4.27), y el manejo de la cámara con poca luz en una película esencialmente oscura —rozando el cine negro en clave de western— para sorprender con planos bellísimos de puestas de sol (4.28). 

4.27
4.28
Así pues, no estamos de acuerdo con Perales cuando afirma que en la película “no hay ni un solo encuadre hermoso” (2005, p. 143). Sí le damos la razón al observar la sobriedad del atrezzo y los decorados, adecuados a la historia que se está presentando.[4] Una austeridad que, por otro lado, beneficia a la puesta en escena de las secuencias de acción, dosificadas con habilidad por Hawks cuando las intercala entre aquellas más pausadas donde dialogan los personajes entre sí, donde se definen caracteres y donde se establecen las relaciones de amistad y amor. Si en Río Rojo y en Río de sangre Hawks separaba las secuencias diurnas, con predominio de la acción, de las nocturnas, dedicadas al descanso y a la conversación, en su tercer “río” el director alterna las escenas en el interior de la cárcel, donde se concentran los lazos de amistad entres los personajes masculinos, con las que tienen lugar en el hotel, espacio para la construcción de una historia de amor. De nuevo el uso del diálogo “a tres bandas”, y el excelente trabajo de uno de sus guionistas preferidos, Jules Furthman, son las herramientas utilizada por Hawks para ir tejiendo la relación amorosa entre Chance y Feathers.[5]


Leer el capítulo desde el inicio.


[1] Martín estaba actuando en una sala de fiestas de Las Vegas y tuvo que alquilar una avioneta para llegar a tiempo a la entrevista con Howard Hawks. Cuando Hawks se enteró, le dio el papel sin necesidad de prueba adicional alguna.
[2] El saloon de Río Bravo es como la marca roja que no se debe superar en Peligro… Línea 7000, como el rinoceronte en Hatari!, como la niebla en Sólo los ángeles tienen alas o como los escualos en Pasto de tiburones, por poner tan sólo unos pocos ejemplos de la forma en que Hawks advierte del peligro al arrancar la película.
[3] Obsérvese la diferencia con la patrulla nocturna del final de la película: al carecer de suspense y tensión, Hawks la rueda de forma convencional, sin apenas movimiento de cámara.
[4] Río Bravo se rodó en los estudios que la Universal utilizó cerca de Tucson para filmar Arizona (Destry Rides Again de George Marshall, 1939).
[5] En la elaboración del guión de Río Bravo participaron Howard Hawks, Jules Furthman y la escritora Leigh Brackett que se ocuparía también de los libretos de El Dorado y Río Lobo.


lunes, 19 de octubre de 2015

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (II)

Si bien en los créditos se anuncia que el filme se basa en un relato corto de B.H. McCampbell,[1] en realidad el argumento de Río Bravo tiene su origen en la película de Fred Zinnemann, Solo ante el peligro (High Noon, 1952), un western psicológico donde el protagonista (Gary Cooper) es un sheriff que se enfrenta solo a una banda de malhechores después de solicitar, en vano, ayuda a la comunidad. Para Hawks, la actitud del sheriff de Zinnemann era tan reprochable como la de los personajes de El Tren de las 3:10 (3:10 to Yuma de Delmer Daves, 1957), muy en la línea de la anterior, otra película que le sirvió de referencia para escribir Río Bravo. Hawks lo explica delante de las cámaras:

“Algo no cuadra, se supone que el tipo es bueno, que es muy habilidoso con las armas, pero va por ahí, como una perdiz mareada, buscando a gente para que le ayude. Y al final su esposa cuáquera le salva el pellejo […]. Esto es ridículo. Este tipo no era profesional […]. Un prisionero le dice al sheriff: ‘verás cuando mis amigos te cojan’. Y yo dije: Si ese sheriff fuera de los buenos tendría que haberle respondido: ‘será mejor que no me toquen porque la primera bala será para ti’.[2] Empezamos a entrelazar este tipo de cosas y así surgió Río Bravo(Entrevistas TCM: Howard Hawks).

Con la réplica a la famosa cinta de Zinnemann, Hawks aborda lo que él llamaba segunda etapa de la conquista del Oeste. Tras una primera fase donde se encuadran los exploradores (Río de sangre) y los ganaderos (Río Rojo), ahora les toca el turno a los representantes de la ley para imponer el orden entre los pioneros que se habían instalado en los nuevos territorios. Hawks pasa de los rodajes en exteriores de sus primeros dos “ríos”, a un western claustrofóbico que se desarrolla en únicamente tres o cuatro decorados: la cárcel, el saloon, y el hotel, y que, como quería Hawks, incide más en los personajes, en las relaciones entre ellos, que en la trama. 


Con la renuncia al espacio abierto y el énfasis en los caracteres, Hawks consigue con Río Bravo realizar su película del Oeste más moderna. Y lo es más al contrastar el enfoque avanzado con la inclusión de los elementos tradicionales del género (el sheriff, los pistoleros, el saloon, los jugadores de cartas, etcétera, todos, excepto los ligados a los exteriores como los indios o la caballería), pero también con la forma de narración lineal, con la puesta en escena convencional retratada con un objetivo transparente y, en fin, con el clasicismo ejemplar de Hawks. Es lo que llama Robin Wood “la complejidad de la película por contradicciones aparentes” (1982, p. 40).

Río Bravo es el paradigma del cine tal como lo entendía Hawks. Da la impresión de que el autor quería resumir su obra reuniendo en un solo título a todos los personajes que anteriormente había utilizado, no sólo en sus cintas dramáticas, sino también, como luego veremos, en la comedia. Así, el largometraje lo protagoniza un grupo que se enfrenta a un peligro común, donde figuran el líder, el amigo del líder, con conflicto interno incluido, el joven inexperto, el viejo y, finalmente, la mujer que quiere entablar una relación con el primero, pero es rechazada inicialmente.[3] Todos ellos conectados entre sí para ensalzar los valores de la amistad como tema prioritario, seguidos muy de cerca por los del honor, el deber y la responsabilidad del mando.  






[1] B.H. son las siglas de Barbara Hawks, la hija de Howard Hawks y Athole Shearer (hermana de Norma Shearer, a su vez casada con Irving Thalberg). Además de participar en el argumento, Barbara tuvo algunas ideas tan buenas como la del empleo de la dinamita en el tiroteo final.
[2] Esta frase la emplea Hawks en Río Bravo, cuando Nathan Burdette va a visitar a su hermano a la cárcel y amenaza al sheriff Chance. También la usa en la secuencia donde Dude obliga a toda la banda a dejar las armas en la entrada del pueblo. En El Dorado volverá sobre ella en un par de ocasiones más.
[3] Además de El Dorado y Río Lobo, los ejemplos donde aparecen los mismos personajes, con muy pocas variantes, son múltiples: La Escuadrilla del Amanecer, Sólo los ángeles tienen alas, Tener y no tener, Camino a la gloria, Air Force, Río Rojo, Río de sangre, Hatari!, etc. 



lunes, 27 de octubre de 2008

RÍO ROJO (Red River de Howard Hawks, 1948)

¿Qué tienen en común los geniales western Winchester 73, Horizontes lejanos, o La pradera sin ley? ¿Y las excelentes aventuras El mundo en sus manos y Su majestad de los mares del Sur? ¿Qué es lo que une estas películas tan dispares de Anthony Mann, Raoul Walsh o King Vidor? La respuesta es sencilla: todas tienen como guionista a Borden Chase, uno de los mejores escritores que ha dado Hollywood. Para recordar su paso por el cine, hoy vamos a comentar el filme que le consagró: Río Rojo.


Red River es una historia de itinerario y aprendizaje, con dos personajes principales: Tom Dunson, encarnado por John Wayne, papel que le convirtió en estrella (“ese hijo de puta sabe actuar” dijo John Ford al ver esta cinta), y su hijo adoptivo, Matt (Montgomery Clift, debutando). Juntos emprenden un largo viaje con miles de cabezas de ganado; a lo largo de esta trayectoria el carácter de Tom se va agriando y el enfrentamiento entre ambos parece inevitable.

Aunque el proyecto inicial se presentaba de muy buen cariz –entre otras cosas la historia original también era de Chase (The Chisholm Trail, publicada en el Saturday Evening Post)- lo cierto es que sacar adelante la película no fue tarea fácil. No sólo por el rodaje en exteriores que tanto temían los productores; ni por el carácter antagónico de los actores -Wayne y Clift acordaron no hablar de política durante el rodaje para suavizar el ambiente-; ni siquiera la casi extinción de las famosas reses de “cuerno largo”, protagonistas del filme, fue un impedimento insalvable, ya que mezclaron –y colocaron estratégicamente- las pocas docenas que quedaban con vacas de otra raza, de tal forma que el resultado final fuera el deseado.

Lo peor fue el enfrentamiento entre Borden Chase y el director-productor Howard Hawks: Chase quería un final diferente para la historia y más protagonismo para el personaje del pistolero encarnado por John Ireland; aquel que pronunciara una de las frases más celebres de la historia del cine, cuando compara su revolver con el de Matt: “Sólo hay dos cosas más bonitas que un arma: un reloj suizo y una mujer. ¿Ha tenido alguna vez un reloj suizo?”.

Pero Hawks era mucho Hawks. El gran cineasta participaba tanto o más en los guiones que los propios escritores hasta conseguir hacer suya la historia. La contaba resaltando sus temas preferidos gracias a un tratamiento peculiar de los personajes; “sus” personajes. Las discrepancias fueron tantas y tan importantes que Borden Chase figura en los créditos de Río Rojo gracias a la intercesión del sindicato de guionistas.

La complejidad de su realización se vio recompensada por el resultado final: Río Rojo, actualmente, es considerada de forma unánime como una de las obras maestras de Howard Hawks. Lo es gracias a la aparición de muchos de los elementos que definen su cine: los imperceptibles movimientos de cámara, sólo manifiestos cuando la situación lo requiere, lo que les proporciona mayor expresividad; el retrato de hombres con un objetivo común y enfrentados a las mismas dudas y peligros; su forma de presentarlos en pantalla: de día, con rodajes de exteriores luminosos, propios del mejor documental; de noche, en decorados donde se confiesan unos con otros.


Entre ellos el duro protagonista (Wayne), el héroe hawksiano por excelencia. Egocéntrico, sólo preocupado por su ganado, evitando comprometerse emocionalmente y huyendo de las muestras explícitas de afecto; parece que estamos retratando a Bogart en Tener y no tener (To have and have not, 1944) o a Cary Grant en Sólo los ángeles tienen alas (Only angels have wings, 1939). Sólo la intervención de una mujer consigue cambiarle el carácter. Aquí es Joanne Dru la que suaviza a Dunson, como Lauren Bacall o Jean Arthur hicieran en las películas citadas anteriormente.

Pero lo que realmente da un giro a la historia -lo que sin duda se tuvo en cuenta para nominar el guión a los oscar de Hollywood-es la subtrama amorosa insertada habilmente en la acción principal. Es una parte importante del guión que sale a relucir cuando Borden Chase acude a la presencia recurrente de un brazalete. El preciado objeto cambia continuamente de manos, siempre con el mismo motivo: como recuerdo de un amor que finalmente no pudo ser. Dicen que ese es el amor más puro; eso es lo que parece que Borden Chase opinaba. Puede que tuviera razón.

Ver Ficha de Río Rojo.





jueves, 4 de septiembre de 2008

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 5 al 11 de septiembre de 2008)

Nada mejor que ver y hacernos con unas cuantas películas buenas para sobrevivir a la dura realidad, ya sin vacaciones. Los hermanos Coen; nuestro Amenábar; la excelente "A pleno sol", primera versión de Mr. Ripley; la secuela de "Antes del amanecer" (que para algunos supera la primera parte); el Río de Marilyn y Mitchum; las penalidades de Michael Douglas en Japón; el dramón de Moretti o una de las más logradas películas de James Bond, figuran entre las recomendaciones que vienen a continuación:

Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)


Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:
Los Implacables (The Tall Men de Raoul Walsh, 1954). Clark Gable, Jane Russell, Robert Ryan. (TPA, sábado 6 a las 18:30).

Una de las tres colaboraciones de Walsh con un Gable en su última, pero interesante etapa como actor en la que pocos confiaron a excepción del gran realizador. Es un western épico donde se nota la clara influencia de Griffith, no en vano Walsh empezó como ayudante del maestro. El paisaje nevado de Montana es uno más de los protagonistas de la película –las escenas cabalgando sobre la nieve no son a cámara lenta, aunque lo parezcan- Por lo demás la película contiene todos los tópicos del género: bandidos, indios, duelo a muerte, etc., en una trama calcada a la de Río Rojo (Red River de Howard Hawks, 1948).



Quiero la cabeza de Alfredo García (Bring me The head of Alfredo García de Sam Peckinpah, 1974). Warren Oates, Isela Vega, Emilio Fernández, Gig Young, Kris Kristofferson. (TV3, lunes 8 a las 23:45).

Entre el western fronterizo, las road movies y el género negro, transcurre esta historia del típico perdedor, muy en la línea del cine crepuscular y personal de Sam Peckinpah: un cacique mejicano (Emilio Fernández, prácticamente en el mismo papel que le confiara su amigo Peckinpah en Grupo Salvaje) pone precio a la cabeza del responsable de dejar embarazada a su hija. Entre los distintos "buitres" que se disputan la codiciada pieza se sitúan Bennie (Warren Oates) y su amante (Isela Vega). Ambos inician un viaje desesperado, en un entorno de lo más hostil.

Con la cabeza de Alfredo García como un personaje más, Bennie sortea todo tipo de dificultades a través del polvoriento desierto. La descomposición de su presa es pareja a la que sufre el propio Bennie, que se mantiene en pie gracias al alcohol, al instinto de supervivencia y al deseo de venganza -dicen que Warren Oates se inspiró en el mismísimo Peckinpah para interpretar su papel; y se ayudó de las gafas del propio cineasta para llevarlo a cabo-.

En el tramo final de la película, como en sus mejores cintas, el director suma a la violencia -y al tequila- su característico romanticismo para rematar un largometraje que casi se puede considerar de culto.



Bronco Billy (Clint Eastwood, 1980). Clint Eastwood, Sondra Locke. (TV3, martes 9 a las 18:20).

El filme narra las relaciones entre un propietario de un circo (Clint Eastwood) y su ayudante (Sondra Locke) y contiene innumerables guiños a los western, a las antiguas comedias basadas en el slasptick y a la vida social americana en general. Eastwood se aleja de su personaje característico para caricaturizarlo –que no desmitificarlo-, y entrar de lleno en la sátira y la crítica al sistema de vida norteamericano, aunque rindiéndose a él finalmente. Y es que el protagonista es un vaquero que no persigue el dinero, sino que va errante con su grupo ofreciendo representaciones gratis y resolviendo entuertos como un moderno Don Quijote. El ataque contra la guerra del Vietnam (ayuda a un desertor), la distorsión del patriotismo (la carpa donde representan sus actuaciones kitsch está formada por banderas americanas cosidas a mano por enfermos mentales), y más referencias que descubrirá el espectador, hacen de esta película una de las cintas más inteligentes y mejores de Clint Eastwood.
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