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lunes, 11 de octubre de 2021

FALLING (Viggo Mortensen, 2020)

En 2015, después de veinticinco años observando cómo los técnicos y los directores hacían su trabajo, y escribiendo películas al tiempo que ejercía su carrera como actor, Viggo Mortensen se sintió preparado para dar el salto hacia la realización. Su madre, que sufría demencia, acababa de fallecer y el actor comenzó a escribir un nuevo guion que finalmente se convirtió en el debut como director: Falling.

John Peterson (Viggo Mortensen) es un piloto comercial que vive en California junto a su marido Eric (Terry Chen) y a su hija. Cuando su padre Willis (Lance Henriksen), un viejo granjero que vive solo en el campo, comienza a tener síntomas de demencia, John le convence para que se mude con ellos y pase allí sus últimos años de vida.

Aunque la película es fruto de la imaginación del autor, su origen se remonta a las notas que Mortensen escribió acerca de su madre. Tratando de recordar cosas sobre ella, comenzó a escribir «principalmente sentimientos más que hechos», que poco a poco se fueron transformando en una historia de ficción. Terminado el libreto, tuvieron que pasar cuatro años hasta conseguir el dinero necesario para llevar su proyecto a la gran pantalla. El ajustado presupuesto le obligó no solo a hacerse cargo del guion y la dirección, sino también de la producción, de la banda sonora… y de la interpretación, esto último fundamental para lograr los fondos.

Si bien la cinta es de ficción, Mortensen ha admitido cierto porcentaje autobiográfico en una trama en apariencia sencilla, pero tan compleja como complejas son las relaciones humanas. Así, en los flashbacks de los que se nutre el director para explicar los antecedentes de la familia protagonista, es en donde hay más escenas extraídas de la vida de Viggo Mortensen. Secuencias que tienen que ver con los recuerdos de la vida en la granja que la familia tenía en Dinamarca, a la que solían ir por vacaciones; con el trauma que sufrió Viggo, con tan solo once años, cuando se separaron sus padres; y con el hecho de haber tenido que cuidar de ambos y de lidiar con la demencia senil hasta el fallecimiento, primero de su madre y luego de su padre.

El que la historia se recubra de cierta verosimilitud no es óbice para que el núcleo central de la trama sea inventado y pivote alrededor de la difícil relación entre padre e hijo. Algo que vas más allá de la simple lucha generacional desde el momento en el que el director ha introducido el tema de la homosexualidad en una historia ya de por sí tensa. La “sinceridad” del anciano, aquejado de una enfermedad que le desinhibe a la hora de decir las cosas de forma directa, sin tapujos, no facilita las cosas a pesar de que el hijo no entra al trapo hasta el estallido final, cuando al viejo le da por criticar a la madre ya fallecida.

A medida que la batalla dialéctica se recrudece, el filme se agiganta y transciende hacia la audiencia que asiste no a una lucha padre-hijo, sino a una descripción —eso sí, algo maniquea— de las dos américas. Por un lado, la profunda, reaccionaria, homófoba y conservadora, personificada en el viejo Willis; y por otro, la más progresista y tolerante del resto de personajes: John y su marido, su hermana y los nietos. Se podría decir que Mortensen opina que los antagonistas pertenecen a épocas distintas, de ahí el enfrentamiento. Pero no nos engañemos, todos sabemos que existen muchas personas en la actualidad que comulgarían con las opiniones de Willis sin pestañear. 

Un filme ideal para el mejor registro de Mortensen como actor, el tranquilo y pausado, pero con otros aciertos como la inclusión de simbologías más o menos evidentes, aunque todas adecuadas. Dos ejemplos: uno, el pequeño John, recién nacido, rompe a llorar cuando el padre lo coge en brazos; dos, la película que dan en televisión cuando discuten Willis y John no es otra que Río Rojo (Red River, Howard Hawks, 1948), y la escena que se ve en pantalla es la pelea final entre padre e hijo: John Wayne —actor conservador donde los haya, en la ficción y en la vida real— contra Montgomery Clift —progresista y joven. No hace falta decir más.



lunes, 6 de marzo de 2017

CINE EN DVD: ALATRISTE (Agustín Díaz Yanes, 2006)

Se cumplen diez años del lanzamiento del DVD por la Fox (febrero-2007) de la película basada en las aventuras del capitán Alatriste; una buena excusa para revisar la atractiva cinta española y recuperar la crítica que escribimos en el momento de su estreno en el cine, reseña aún no publicada en el blog:



Uno se ha vuelto de lo más desconfiado. Acude al cine con la escopeta cargada y con la mecha encendida cuando se trata de ver una película promocionada hasta la saciedad; aunque no sea norteamericana. En el caso de Alatriste, tuve que dejar el fusil en el ambigú y apagar la mecha nada más comenzar la cinta; justo cuando vi a Viggo Mortensen emergiendo de las aguas, ¡buen comienzo, vive Dios! Y es que el largometraje de Agustín Díaz Yanes, sobre las novelas de Pérez Reverte, se puede calificar de muy interesante. Interesante, pero desigual. Veamos primero lo que falla en esta producción:

La narración es discontinua y distorsiona el resultado final. La trama se interrumpe por doquier, quebrando su unidad en varias ocasiones. La culpa es de un guión que ha querido abarcar mucho para tan poco tiempo –y eso que la cinta dura dos horas y media-. Le ocurre lo mismo que al clásico de aventuras El Hidalgo de los mares. Allí, Raoul Walsh quiso incluir en una misma cinta varios libros de C.S. Forester. El resultado fue una trama que se partía en dos. Tanto en aquella ocasión, como en Alatriste, los guionistas tendrían que haberse conformado con menos base literaria o bien haber realizado una secuela. Pero no ha sido así. Por culpa de esa no-linealidad echamos en falta más secuencias que reflejaran la labor de aprendizaje entre el capitán y su protegido; la ruptura con el Conde de Guadalmedina de una forma más progresiva; o haber alargado la escena en la que los dos amigos, Alatriste y Quevedo, se enfrentan a partidarios de Góngora, por citar sólo algunos ejemplos.


El casting de la película también es irregular. Si el personaje de Viggo Mortensen y sus compañeros es muy adecuado –estupendos Echanove, Dechent y Eduard Fernández- no lo son tanto los “grandes de España”, Noriega y Javier Cámara. Nadie se imagina a éste último gobernando la nación y, en cuanto al primero, parece que ha prevalecido más el querer incluir a un actor de primer nivel en una cinta española, que en ser fiel al espíritu de la novela. Y hay que hablar de la “voz” del protagonista. No me voy a explayar aquí, sólo indicar que somos el país que mejor nivel de actores de doblaje tiene ¿por qué no utilizarlos cuando es evidente que hacen falta?

Dicho esto, aquí vienen las razones por las que creo que Alatriste es una obra importante: lo es por el tratamiento de la luz en algunos planos. Agustín Díaz Yanes y su director de fotografía han sabido captar la misma atmósfera que rodea los cuadros de Velázquez. Esto sucede, por ejemplo, cuando Viggo Mortensen se ata las botas después de una noche de amor con Ariadna Gil, o cuando el propio capitán acude para pagar el rescate de su ahijado.

También merece la pena observar el atractivo tono crepuscular que envuelve a los personajes, sobre todo al propio Alatriste. La decadencia del imperio español se refleja en sus rostros cansados, en sus cicatrices, en sus ropajes y en el progresivo pesimismo que destila toda la cinta. La ironía del autor queda patente en algunos diálogos donde se denuncian los males que siempre ha padecido nuestro país. La ambientación, el buen tratamiento del protagonista y las muy aceptables escenas de capa y espada - capa raída y espada sangrante – acompañan a todo lo anterior para conseguir un balance final favorable.





Ver ficha de Alatriste.



domingo, 17 de junio de 2012

CINE EN DVD: THE ROAD (John Hillcoat, 2009)


En sintonía con los tiempos que corren, la distribuidora Emon Home Ent. lanza en junio un pack de dos DVD’s donde se incluye la cinta de John Hillcoat, la que vamos a comentar, acompañada de la primera entrega de la trilogía sueca de Millenium; algo que ya está siendo habitual para combatir la crisis: la oferta múltiple.























La película de Hillcoat, basada en la novela de Cormac McCarthy, nos presenta una trama apocalíptica donde el mundo agoniza después de una catástrofe, una guerra o ambas cosas. Perteneciente a un género muy reconocible, la cinta describe el viaje de un padre y su hijo hacia el sur con la esperanza de encontrar una civilización normal dentro del caos que vive la humanidad.

Hillcoat se aproxima con acierto, desde la parte técnica, a este tema algo manido. Lo hace gracias a una fotografía plomiza, a un entorno helado, con viento hostil incluido, y a un paisaje desolado. La trama es muy simple, casi no existe, salvo el diálogo poco sutil y machacón entre padre e hijo acerca del bien y del mal, de resistir a la adversidad conservando, protegiendo, los valores morales en un mundo donde la supervivencia obliga a aparcarlos. Sólo el uso del flash-back, y algún que otro encuentro desagradable interrumpen la conversación familiar, eje central del filme.


Y es que apenas hay lugar para la acción, aunque reconocemos que la existente se encuentra bien aprovechada. Hillcoat esquiva las cintas sobre vampiros o zombies para enseñar que el monstruo más terrible de todos es el ser humano: sólo hay que dejarlo sin alimentos y sin ley para ver cómo se transforma, cómo pierde su identidad. En ese sentido, el director, igual que en la novela, nunca explica la causa que ha llevado a esa degeneración de la sociedad; ni siquiera pone nombres a los protagonistas.

A The Road, por tanto, la situamos junto a filmes intimistas como El Tiempo del Lobo (Time of The Wolf de Michael Haneke, 2003), o tan extremos en la reflexión como The Turin Horse (A Torinoi lo de Bela Tarr, 2011), por poner ejemplos contemporáneos, más que a películas comerciales del estilo de Mad Max y sus imitadoras. Podríamos decir que la cinta de Hillcoat es un producto estadounidense con aspiraciones europeas, algo así como Quinteto (Quintet, 1979), aquel atractivo largometraje de Robert Altman, con un arranque similar, protagonizado por Paul Newman. Allí destacaba un espectacular elenco del viejo continente donde Vittorio Gassman, Fernando Rey y Bibi Andersson interpretaban a supervivientes en un era post atómica, con la Tierra congelada, y con un juego mortal como único pasatiempo.


En The Road, el casting es mucho más reducido. Ese estupendo actor que es Viggo Mortensen se echa a las espaldas el proyecto de Hillcoat y hay que decir que pone empeño y le sale bien —por lo visto, en el rodaje dormía con la misma ropa y pasaba hambre de verdad, hasta le echaron de un supermercado de Pittsburg por confundirle con un indigente—. El resto de intérpretes, a excepción del papel del niño, rozan el cameo por el poco tiempo que el director los tiene en pantalla; y eso que Robert Duvall, Charlize Theron y Guy Pierce cobraron lo suyo por participar.

The Road nos parece una película algo desigual por lo plana, lo repetitivo de su mensaje y lo poco que aporta a un género esquilmado por los cineastas, sin embargo, creemos que cuenta con suficientes elementos atractivos como para darle una oportunidad y echarle un vistazo.

Ver Ficha de The Road







martes, 23 de agosto de 2011

APPALOOSA (Ed Harris, 2008)

¿Es posible recurrir a los tópicos de un género y hacer algo original? Así presentado parece una paradoja, sin embargo Ed Harris ha conseguido responder afirmativamente a la pregunta con un estupendo western, de los de antes, pero realizado en la era pos-Sin Perdón (Unforgiven de Clint Eastwood, 1992) con seriedad y brillantez a partes iguales.


Y es que la cinta del actor -y ahora director- contiene todos los clichés del género, pero curiosamente esto es lo que le hace tan atractivo, pues cualquiera de ellos encaja muy bien en la trama:

Dos pistoleros (Ed Harris y Viggo Montersen) son contratados por las fuerzas vivas de un pueblo (Appaloosa) para acabar con el reinado del cacique Bragg (Jeremy Irons que últimamente parece encasillado en el papel de malvado). Nada nuevo a ese lado del Mississippi; en un principio, ya que pronto vemos que la cosa no es tan simple. Primero, porque aparece una mujer ligera de cascos (Renee Zellweger, sonrosada como una Peggy cualquiera y tan atrapa-hombres como la cerdita de Barrio Sesamo) que se interpondrá entre los dos amigos; segundo, por la intromisión de otra pareja de pistoleros; y tercero, por el carácter violento del propio Harris.


Todos estos personajes aparecen muy bien definidos, sobre todo los centrales. La pareja de pistoleros-agentes de la ley se presenta con un atractivo contrapunto: Harris se comporta de forma imprevisible, violento, pero con ganas de dejar su oscuro pasado y afrontar un presente no carente de incertidumbre; Mortensen es más tranquilo, juicioso, el que le guarda las espaldas a su amigo, pero también el solitario, quizás el eje de la cinta, aunque en principio no lo parezca (lo más original del redondo guión: ver como Mortensen se hace con las riendas de la película poco a poco).

Ambos pistoleros tienen en común el carácter crepuscular con el que son presentados en pantalla. Acierta el director en subrayarlo para hacer subir la calidad de la historia; ya se sabe: lo épico reina en el western y no hay nada mejor que recurrir a un par de amigos con tantas millas recorridas a caballo como aventuras y muescas en sus revólveres. Recordamos esa otra pareja de viejos vaqueros (Joel McCrea y Randolph Scott) que casi inauguraron el western crepuscular en aquel Duelo en la Alta Sierra (Ride The High Country de Sam Pekinpah, 1962) o los más comerciales —pero igual de atractivos— Newman y Redford en Dos Hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid de George Roy Hill, 1969), también pasados, ya de vuelta de todo.


La amistad, la venganza, los indios, el asalto al tren, los duelos, el saloon y la cabaretera aparecen sucesivamente por el buen guión (donde también colabora Harris) e, insistimos, lo hacen en su justa medida, con el ritmo adecuado, para encajar en la trama como un guante de pistolero o una espuela de vaquero.

Lo dicho, Appaloosa es un western de los de antes con el acento realista de ahora, donde el uso del paradigma no entorpece la épica del relato ni resta interés a los elementos que caracterizaron el género. Seguro que el lector aficionado a las películas del Oeste, que aún no la haya visto, se preguntará si la película tendrá ese final: el del pistolero cabalgando hacia un ardiente horizonte donde el sol se encuentra agonizando. ¿Lo tendrá? Véala.


Ver Ficha de Appaloosa.


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