Tras el paréntesis de Blue Jasmine (muy bueno, por cierto), nuestro pequeño director de grandes
gafas y cara de despistado vuelve a viajar a Francia -esta vez a la costa azul,
pero de nuevo a los años veinte- para rodar su habitual película anual, si
bien, en esta ocasión los resultados no nos han parecido tan atractivos como en
su anterior aventura parisina.
Allen regresa con una comedia romántica, con una historia sencilla que se apoya en la lucha
entre el escepticismo y la magia del amor, la que es capaz de transformar una
vida insulsa y pesimista en algo que merece la pena ser vivido. Para llegar a
una conclusión tan evidente, el realizador disfraza el conflicto con algo más divertido:
un ilusionista famoso (Colin Firth; el escéptico) es animado a desenmascarar a
una supuesta médium (Emma Stone; la que conseguirá enamorarlo) que opera en La
Provenza francesa.
El
argumento arranca de buen cariz dados los divertidos antecedentes en un cine,
el de Allen, que se encuentran repleto de este tipo de personajes. Prestidigitadores,
magos, hipnotizadores y toda clase de impostores son asiduos en los guiones del
realizador y a veces, como es el caso, son el desencadenante de la trama
principal (Scoop, Conocerás al hombre de tus sueños, La maldición del Escorpión de Jade, etc.).
Sin embargo, como si fuera uno de los trucos del protagonista, el planteamiento es sólo una ilusión cuando, finalizado el largometraje, comprobamos que el filme de Allen es el más flojo desde el desastre de Vicky Cristina Barcelona. Es cierto que deja mejor sabor de boca que la fallida cinta rodada en España, pero Magia a la luz de la luna tampoco aporta mucho a una filmografía repleta de buenos largometrajes. La culpa la tiene una trama sosa que no cumple con las expectativas, diríamos que simplona y previsible, que desarrolla mal la historia de amor y, lo que es peor, carente del sentido del humor, algo que suele ser el principal activo en los filmes del director neoyorquino.
Aunque tampoco se luce Allen
especialmente desde el lado técnico (lo suyo no son
los encuadres que quieren aprovechar el formato panorámico), sí destacamos un
par de aciertos, uno general y otro más concreto, que nos recuerdan que nos encontramos ante una leyenda viva del
celuloide. El primero se refiere a la agradable descripción de un pasado nostálgico que Allen piensa debió ser mejor
(como una continuación de la citada Medianoche en París), subrayado por
el colorido propio del artista que se encuentra en su etapa final (nos recuerda
a Resnais o a algunos pintores); y la segunda tiene que ver con una escena que
se desarrolla en el observatorio astronómico, es la que da título a la película
y aunque no sea suficiente para salvar la película, sí que nos dice que el
mejor Woody Allen sigue ahí; nosotros lo esperamos en su próxima cinta.
Ver Ficha de Magia a la luz de la luna.