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jueves, 23 de abril de 2009

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 24 al 30 de abril de 2009)

Antes de presentar la tabla de películas recomendadas para la semana entrante un par de precisiones: no hemos podido informar convenientemente de las películas del ciclo de Pedro Almodóvar, en Castilla-La Mancha TV, debido a que la cadena de televisión no las anuncia con la suficiente antelación (los jueves aún no sabemos la película que van a emitir el martes siguiente), por tanto los interesados tendrán que estar atentos a la programación del canal. Y el segundo aviso: el jueves que viene volveremos a saltarnos la sección por motivos festivos. Sin más noticias pasamos a presentar las cintas más interesantes que nos ofrece el panorama televisivo. Entre ellas destacamos tres cintas de nuestro género favorito, el cine negro: Los Sobornados, El Cartero siempre llama dos veces y El extraño; y un par de filmes del maestro del suspense, además de la obra maestra de Ridley Scott y de algunos largometrajes destacables de nuestro cine contemporáneo.

Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)

Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:

Blanco Humano (Hard Target de John Woo, 1993). Jean-Claude Van Damme, Lance Henriksen. (TVE 1, viernes 24 a las 23:00)

Película de acción que significa el debut en Estados Unidos del realizador nacido en Hong Kong, John Woo; todo un especialista en este tipo de filmes. El interés de la cinta radica en que es un remake de El Malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, 1932, de Ernst Schoedsack, uno de los creadores de King Kong) pero situado en la época actual. El resultado es bastante mejor que las habituales películas de Van Damme, debido a la trama basada en las cacerías humanas al igual que la cinta original; aunque se echa de menos la estética gótica de la película de la Universal, y a Joel Mccrea, y a Fay Wray y...



Charada (Charade de Stanley Donen, 1963). Cary Grant, Audrey Hepburn. (TPA, domingo 26 a las 00:30)

Con unos créditos fantásticos y una música de Henry Mancini inolvidable, comienza esta película, una de las mejores no musicales de Donen. El guión es exquisito; y el guiño continuo a Hitchcock evidente. Stanley Donen le da la vuelta al personaje de Cary Grant en Con la muerte en los talones (North by Northwest de Alfred Hitchcock, 1956) y sitúa a Audrey Hepburn en la mira de los “malos” (Matthau, Coburn, Kennedy, impresionante elenco de secundarios) y en la simpatía y admiración del espectador, que se enamora de ella si no lo estaba ya antes. El director repetirá proyecto años más tarde con otra película parecida, pero sensiblemente inferior: Arabesco (Arabesque, 1966).



El Ídolo Caído (The Fallen Idol de Carol Reed, 1948). Ralph Richardson, Michele Morgan, Bobby Henrey. (Canal 300, domingo 26 a las 03:55 y lunes 27 a las 05:25)

Segunda película de la importantísima trilogía de Carol Reed, uno de los mejores directores británicos de todos los tiempos. Tras Larga es la Noche (Odd Man Out, 1947), y como precedente de El Tercer Hombre (The Third Man, 1949), se sitúa este policíaco personal donde el hijo de un embajador en Londres cree haber sido testigo de un asesinato a cargo del hombre que más admira.

Escrito por Graham Green (que luego seguirá colaborando con Reed en la última película de la serie), el relato es todo un ejemplo de suspense mantenido y de virtuosismo técnico a cargo del director. Ambos, Reed y Green, fueron nominados con toda justicia para el oscar por sus respectivos trabajos.

El realizador demuestra (ya lo hizo antes con Larga es la noche) que los planos tenebrosos y barrocos de El Tercer Hombre no tienen porqué ser responsabilidad de Orson Welles, como tanto se ha dicho. En efecto, en The Fallen Idol, la cámara de Carol Reed cobra vida propia. Sigue a los personajes desde todos los ángulos posibles -y los imposibles- y contribuye a que el realizador se doctore en una especialidad: El Punto de Vista. Todo aquel que quiera dedicarse al cine debería revisar esta cinta para aprender como tratar un guión y manejar un objetivo, sin perder la referencia del sujeto principal; en este caso un niño. El genial director declara su intención desde el principio; justo después de los créditos nos ofrece un encuadre con un primer plano donde resalta la mirada del protagonista a través de los barrotes de una barandilla. Con este arranque además introduce a otro personaje: la escalera principal de la Embajada, una de las protagonistas de este excelente filme.

A la habilidad con la cámara, y a la magnífica interpretación del libro técnico, hay que añadir en el haber de Reed su trabajo con los actores. El realizador extrae lo mejor de Ralph Richardson para ofrecer al público un personaje inolvidable: el mayordomo de la Embajada. Sin embargo, no lo tuvo tan fácil con el protagonista. Y es que el pequeño Bobby Henrey era un niño muy difícil de manejar en el plató. El cineasta tuvo que recurrir a infinidad de trucos para que el joven actor dejara de fijarse en los técnicos del equipo de rodaje. Con paciencia –y con el trabajo posterior en la sala de montaje- se logró finalmente lo deseado: una brillante película, que vista hoy en día, conserva toda la fuerza visual que le otorga la innovadora forma de narrar de Sir Carol Reed.

jueves, 17 de abril de 2008

EL TERCER HOMBRE (The Third Man de Carol Reed, 1949)

Viena, años de posguerra, un hombre acaba de morir atropellado por un camión. Su amigo intimo cree que ha sido asesinado y se dispone a demostrarlo. Graham Greene resuelve esta historia para David O. Selznick y los hermanos Korda, quienes encargan la dirección del proyecto a Carol Reed. ¿El resultado? Una obra maestra.



¿Por qué resulta tan difícil hablar de una película de estas dimensiones? Seguramente porque se han escrito ríos de tinta acerca del logrado ambiente de guerra fría; de la fotografía expresionista en blanco y negro, ganadora de un oscar; de la música envolvente de la cítara de Antón Karas; de la intervención en la realización del protagonista Orson Welles –lo que parece seguro es que escribió parte del guión-; o de la belleza de Alida Valli. Todo ello ha sido analizado por sesudos críticos y no voy a ser yo quien les lleve la contraria; pero sí me gustaría describir algunas de las sensaciones que me produce El Tercer hombre cada vez que la veo.

No conozco Viena. Nunca he estado allí, sin embargo estoy seguro de que me va a sorprender. Y es que la imagen que tengo de la ciudad austriaca es la de una capital semidestruida por las bombas; con calles empedradas, siempre a oscuras, brillando parcialmente a la luz de las farolas; deshabitada, sólo poblada por estatuas inertes que vigilan sus edificios y que se confunden con soldados rusos, ingleses, franceses, americanos, los que la ocupan después de la guerra.

No conozco a los vieneses. Pero siempre me los imagino amenazantes. El encuadre inclinado de Carol Reed hace que el poder de penetración de la imagen en nuestras retinas se amplifique. Las imposibles angulaciones de la cámara –¿influencia de Welles? Puede ser, aunque casi no existen planos secuencia- y el montaje eisensteiniano realzan más la sensación de intimidación. Hasta un niño jugando a la pelota provoca ansiedad, sobre todo si te señala con el dedo como autor de un espantoso crimen.

Los vieneses hablan alemán; yo no. Joseph Cotten tampoco, y acaba de llegar a ese extraño país donde no entiende nada ni a nadie. Donde se calumnia al amigo de toda la vida. A Harry Lime, que acaba de morir. Tres hombres se encargaron de llevar su cadáver, a dos se les conoce, pero ¿quién es el tercero? En Viena se trafica con todo. No sólo con artículos en el mercado negro, sino también con las personas. El precio de una traición puede ser un pasaporte que evite la deportación al otro lado del telón de acero.

Viena suena a música griega. Un soniquete inconfundible invade sus plazas. Un gato camina al son de la canción. Se para junto a un portal, donde su amo se esconde. Y juega con los cordones de sus zapatos. Mientras tanto el fantasma de Harry recorre la ciudad; y su sombra gigantesca lo invade todo, también las cloacas. Y la cítara no deja de tocar.

No conozco Viena, pero he visto dos manos aferrarse a sus calles. Dos manos que emergen de las alcantarillas. También he visto el otoño en sus cementerios. He visto uno de los mejores planos finales de la historia del cine: he visto pasar de largo a la mujer que por amor ha despreciado su propia seguridad. He visto El tercer hombre... Y la cítara no deja de tocar.


Ver Ficha de El Tercer Hombre

sábado, 12 de enero de 2008

ÉL (Luis Buñuel, 1953)

Calanda, Teruel, 22 de febrero de 1900, nace Luis Buñuel Portolés; el mejor cineasta español de todos los tiempos. Con una filmografía tan extensa, que va desde su espectacular comienzo surrealista -movimiento que nunca abandonó- hasta sus cintas francesas, es difícil decantarse por un largometraje en particular. Con la seguridad de que algún día volveremos a repasar su legendaria obra, hoy vamos a comentar una película de su etapa mexicana. Se trata de Él, excelente melodrama donde Buñuel retrata "a su manera" (igual que hizo con El Ángel Exterminador y Ensayo de un Crimen) las costumbres burguesas de la época.



Antes de adentrarnos en la historia y, sobre todo, en la forma de contarla por parte del genial director, no está de más una breve referencia a sus colaboradores habituales de este importante periodo: el productor Oscar Dancigers, responsable de varias obras maestras de Buñuel; el director de fotografía Gabriel Figueroa, muy hábil en el manejo de las luces y las sombras, deudor del movimiento expresionista y autor de cintas que, en ocasiones, oscurecieron la labor de importantes directores para erigirse como verdadero creador -véase El fugitivo (The fugitive, 1947) del mismísimo John Ford-; y, por último, su inseparable Luis Alcoriza, un agudo guionista y, posteriormente, excelente director, también exiliado de la guerra y blanco preferido de las bromas de Buñuel. Dicen que un día de caza, cuando Alcoriza iba a cobrar una pieza (un pájaro que había abatido de un disparo), se lo encontró ya relleno y hasta con el precio en una etiqueta atada a una de sus patas.

Las obras del realizador español son tan personales y características que si en Él nos hubiéramos perdido los créditos, tan sólo viendo los primeros planos, nos daríamos cuenta enseguida que se trata de una cinta suya. Y es que en el arranque ya nos presenta sus dos principales obsesiones, las que más perturban al ser humano: la religión y el sexo. - “El sexo sin la religión es como cocinar un huevo sin sal”, aseguraba Buñuel en una entrevista-. Dicha escena, la del lavado de pies en la iglesia, pasa por ser una de sus secuencias más provocativas y mejor rodadas. En manos de Buñuel, la recreación por parte de un sacerdote de lo escrito en los Evangelios tiene un significado lujurioso. Además es la presentación del protagonista (Arturo de Córdova), un perfecto resumen de su personalidad cuando observa los pies de su futura esposa con pasión y casi sin poder disimular su deseo. A lo largo del metraje Buñuel repetirá con planos detalle la misma situación, escena, que por otra parte, podemos observar en varias de sus películas posteriores (Diario de una camarera o Belle de Jour, son dos ejemplos claros).



Aunque la producción de Él es muy modesta, sin embargo el decorado de la casa donde se desarrollan los acontecimientos es digno de estudiar con detalle. En un primer visionado de la cinta puede que nos pase desapercibido, pero si nos fijamos en las puertas, en los arcos que separan las habitaciones, en las escaleras y ventanas observaremos una arquitectura muy daliniana y modernista a la vez, con toques de Gaudí, todo acorde con la personalidad tortuosa del inquilino.

Toda la película es un prodigio de puesta en escena, pero aparte del arranque, ya comentado, me gustaría resaltar dos secuencias: una confirma que aún siendo muy personal el cine de Buñuel no está exento de influencias. Se desarrolla en lo alto de un campanario, allí la pareja protagonista observa a la gente como si fueran hormigas y se produce una situación que recuerda a El Tercer Hombre (The Third Man de Carol Reed, 1949); de hecho el diálogo acerca de lo insignificantes que son las personas es casi el mismo que el pronunciado por Orson Welles en la famosa secuencia de la noria.

La otra escena es la de la conclusión final. Resume la película a la perfección, deja al espectador con un, digamos, atractivo desasosiego y contiene en un solo plano muchas más pistas acerca del cine de Buñuel que lo que yo pueda contar en estas líneas.

Ver Ficha de Él.

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