martes, 17 de enero de 2012

PUENTES Y SOMBRAS: I-2


El puente de las Delicias comenzó a elevarse.
—¡Mierda! —maldijo Merche en voz alta lamentándose por su mala suerte. Iba a llegar tarde en su primera entrevista de trabajo con posibilidades. Había salido con el tiempo justo para la cita, pero no se podía imaginar que con la hora punta superada con creces hubiera todavía problemas de tráfico. Claro que, precisamente por eso, era el momento ideal para el tránsito portuario.
Algunos conductores curiosos, y otros impacientes, se bajaron de sus automóviles para asomarse al río. Merche, malhumorada, decidió hacer lo mismo. Abajo, en el muelle destinado para los yates, una goleta de dos palos iniciaba la maniobra de desatraque. Era un barco precioso donde todo estaba reluciente. El casco blanco, de fibra de vidrio, y la cubierta de madera, recién calafateada y barnizada, aguantaban la mayor y el mesana. Las velas arranchadas en las botavaras, la cabuyería nueva y los elementos metálicos del velero como chigres o pasamanos brillaban impecables reflejando el suave sol de otoño. En el combés, una persona manejaba la rueda del timón y los mandos del motor auxiliar. Mientras, en proa, dos marineros soltaban amarras. Los conductores miraban con envidia como la popa se despegaba del muelle, y como soltaban la estacha de proa que aún ligaba el barco con tierra. Muy despacio, el velero inició la virada para poner rumbo a un punto entre los pilares centrales del puente, e iniciar su travesía hasta la de­sembocadura del río.
A pesar de su enfado, Merche no pudo evitar pensar en los días felices del verano. En aquellas cinco semanas de Punta Umbría, alejada de todo y de todos. En el ático de la plaza Pérez Pastor, justo enfrente del Puerto Deportivo; en las salidas a la mar con su Jeanneau de 8 metros; en el “pescaíto” , y en la marcha nocturna. Sonreía al recordar los ligues de fin de semana, sin compromiso, como a ella le gustaban: una cena romántica en la playa del Rompido, unas copas en el pub o la discoteca y después, si se terciaba, cama. Pero, ante todo, programar la salida con el “Borinquen Dos”, su barquito. Para ella, era complicado manejar drizas, escotas y timón a la vez. Necesitaba mano de obra. A ser posible, la misma que luego utilizaría para compartir la siesta a bordo después de una buena comida en el fondeadero. Merche se sorprendió de la ligereza con la que se tomaba la vida; pero eran vacaciones, qué coño. Ya tendría el resto del año para agobiarse.
No se explicaba por qué el semáforo continuaba en rojo cuando el puente levadizo ya estaba en línea con la carretera. Necesitaba ese trabajo. A sus veintiocho años estaba todavía en la fase de demostrar a su padre que se valía por sí misma. Creía que lo había conseguido cuando se embarcó, junto a dos amigas de la universidad, en el ilusionante proyecto de crear una revista mensual. La idea era buena. Merche pondría el capital; bueno, su padre. Isabel y ella se encarga­rían de la actualidad política, mientras Elena lo hacía de la económica. No era la primera vez que trabajaba con Isabel: en la facultad de Ciencias de la Comunicación, cuando eran alumnas de quinto, lograron sacar adelante el periódico del centro, abandonado tras varios años de ostracismo. En cuanto a Elena, simplemente era su mejor amiga de siempre. Elena se decantó por económicas, pero nunca dejaron de salir juntas. Se veían prácticamente todos los fines de semana y, además,  Elena congenió enseguida con Isabel. 
Durante el primer año la cosa funcionó a duras penas. Sin beneficios, pero sin grandes pérdidas. Soportable. Un pequeño negocio que andaba de puntillas en el sector, defendiéndose de la competencia con ingenio y buenos reportajes. Pero demasiado verde para aguantar el tremendo choque de la crisis financiera. Eso sucedió en el segundo ejercicio, cuando la caída de las ventas fue tan brusca que no pudieron hacer frente a los pagos que se les acumulaban, sobre todo los de la editorial. Además, los anunciantes dejaron de acudir a la revista. Las piezas del dominó iban cayendo una tras otra. Y Merche no quería seguir pidiendo dinero a su padre, que ya le había pronosticado su fracaso. Eso era lo que más rabia le daba: tuvieron que cerrar, y darle a él la razón.
Isabel se fue al extranjero con una beca de estudios para realizar un master en comunicación institucional. Elena se echó un novio arquitecto de Madrid y desde entonces vivía con él en la capital mientras opositaba a la administración. ¿Y ella? Se dedicó a la buena vida como niña de papá. Algo que odiaba, pero que no estaba dispuesta a aguantar por más tiempo. Reconocía el desahogo económico, el Jeanneau, su apartamento de Punta Umbría y el ático de la avenida Cardenal Bueno Monreal. Pero haría todo lo que fuera posible para que su padre no se saliera con la suya: él era todavía de los que opinaba que la mujer debía casarse, tener hijos, llevar la casa y olvidarse de trabajar.
El Doctor Ramiro Vallés, odontólogo de prestigio, con una clínica en la Vía Layetana de Barcelona, opinaba que su hija debía buscar novio allí, en Cataluña. Él se encargaría de introducirla en los ambientes más selectos de la ciudad. No dejaba de presionarla, pero Merche se comportaba como su madre. Eres cabezota e irresponsable. ¿Por qué no haces como tu hermano? Un día tendrá su propia clínica o se hará cargo de la nuestra. Vente a vivir con nosotros. Ni de coña.
Su carácter era imposible. Estaba claro que había salido a Rosita. Para Merche, su madre era el espejo donde debía mirarse. Natural de Puerto Rico, Rosita Emanuele era una mujer que sabía lo que quería. Conoció a Ramiro mientras éste se encontraba de viaje de fin de curso en la isla. El complicado noviazgo, por la lejanía, provocó que se casaran pronto. Rosita no lo dudó, y pasó con él los años más difíciles. Los que tocaba sobrevivir con un mísero sueldo, trabajando en una empresa de calzado en Elche, mientras su marido iba haciéndose una clientela que nunca llegaba. Con dos hijos pequeños supo salir adelante, pero cuando las cosas empezaron a irles bien su matrimonio se fue a pique. Algunas infidelidades, enfermeras demasiado jóvenes, aburrimiento en la cama, todo contribuyó para que acabaran separándose, incluida la añoranza que sentía por su tierra.
Rosita volvió a San Juan. Su Borinquen querido. Merche sólo aguantó un año sin ver a su madre, en cuanto pudo fue a Puerto Rico a visitarla a casa de sus dos tías solteras. Las tres hermanas vivían como si nunca hubieran dejado de estar juntas. Como si el largo paréntesis entre la boda y el divorcio de Rosita se hubiera esfumado. Como si formara parte de la historia de otra persona. Rosita parecía feliz, pero echaba de menos a su hija.
A Merche se le saltaban las lágrimas.
Por fin se levantó la barrera del puente; y el semáforo se tornó verde.

No le gustaba nada el cariz con el se presentaba el día. Veía su futuro de color oscuro. Negro. Y lo malo es que su porvenir se limitaba a las próximas horas. Vivía en el presente inmediato, siempre pendiente de un hilo. Un hilo que, esta vez, amenazaba con romperse. 
Su vida transcurría a ras de suelo, literalmente. Y no sólo por el hecho de dormir a la intemperie, entre cartones, tirado en la esquina más inmunda, sino por la perspectiva del mundo que lo rodeaba. Era como si su campo de visión estuviera limitado a la altura del contenedor de basura más cercano. Sólo aquellos objetos que se abandonaban en la calle eran susceptibles de ser observados, el resto carecía de importancia. Los desechos de la sociedad —él era uno más—, las heces de los perros, y las pintadas que recordaban que había que recogerlas, eran visión obligada. Seguramente ayudaba el que caminara encorvado, como si le pesara la cabeza y no fuera capaz de sujetarla entre los hombros. El Gabacho vivía una mísera existencia. Y lo sabía; pero no tenía escapatoria: llevaba más de veinte años enganchado a la heroína.
Criado en el Polígono Sur de la ciudad, probó la droga con dieciséis años. Ocurrió en el verano del 88, en la década en la que la heroína hizo estragos entre la juventud. Un viernes por la tarde, sus colegas le invitaron al primer chute de su vida. Al principio le resultó muy desagradable, pero pronto empezó a sentirse de maravilla. El sábado repitió. El lunes, mientras ayudaba a un maestro albañil en la obra donde trabajaba de aprendiz, comenzó a encontrarse mal; muy mal. No sabía que le ocurría; creía que tenía una indigestión, o que la resaca del fin de semana duraba más de lo habitual. Lo único que tenía claro era que si volvía a picarse caballo seguro que iba a mejorar. Y eso fue lo que hizo. A partir de ahí todo fue cada vez peor.
Cuando se le acabó el dinero, comenzó a robar en casa, a vender todo lo que encontraba de valor para poder drogarse cada vez con mayor frecuencia. Su madre intentó que lo dejara, pero fue él quien la dejó a ella. De hecho, ya no se acordaba de la última vez que habló con ella. Igual ya estaba muerta; como su padre. Para él ambos estaban muertos.
El resto de los años transcurrieron entre la calle y la cárcel. Sólo se acordaba con claridad de la primera vez que lo enchironaron. Fue cuando asaltó aquella farmacia donde la encargada, como si lo tuviera todo preparado, reaccionó con rapidez: la hija de puta se encerró en la botica. En realidad, fue él quien se quedó atrapado ya que el control de la puerta de la calle estaba situado en la oficina donde se guarecía la espabilada. Desesperado, con el mono haciendo de las suyas, arrambló contra todo lo que veía: cajas de medicamentos, muestrarios de gafas de sol, cremas para la piel o tratamientos milagrosos para adelgazar y, en fin, todo aquello susceptible de ser arrancado, empujado o tirado al suelo. Mientras, en el refugio improvisado, la farmacéutica llamaba al 091. Pronto, llegó la policía. Los maderos lograron reducirle sin muchos esfuerzos debido al cansancio propio de su estado de ansiedad y a la resignación del que ha caído en una trampa de la que es imposible salir.
Fue en presidio cuando comenzó a arrastrar ese mote despectivo. Le llamaban El Gabacho por su apariencia de guiri. Es verdad que antaño, cuando todavía no era un muerto viviente, tenía la tez más blanca y sonrosada. Eso, unido a los ojos claros y el pelo rubio, le daban un atractivo semblante de extranjero. No obstante, lo que definitivamente motivó el apodo fue la dificultad que tenía al pronunciar la erre, y la naturalidad con que su frenillo la sustituía por una ge. El alias le de­sagradó al principio, pero ya hacía tiempo que se divertía con él. Le gustaba alimentar su particular leyenda inventando historias y asegurando que era francés de nacimiento, cuando, en realidad, nunca había pasado más allá de Dos Hermanas. Sin embargo, su aspecto ahora no acompañaba. Era el de una persona que rondaba los cuarenta, pero aparentaba más de sesenta. Su piel era extremadamente morena, seca y ajada; se estiraba por la presencia de los huesos de la cara que configuraban su cadavérico rostro. Las sucias greñas ya no brillaban al sol, y la delgadez extrema de su cuerpo enjuto se confirmaba cuando brazos y piernas asomaban por la desaliñada vestimenta. Sólo sus ojos azules se aferraban a la vida anterior; aunque la mirada era diferente. Tenía la misma expresión que la de aquellos judíos, diezmados por el Holocausto en los campos de concentración, el día en que fueron liberados.
Ahora caminaba con ansiedad. Temblando, febril por el efecto de la abstinencia, su cuerpo encorvado avanzaba por la Plaza del Museo. No, las cosas no iban nada bien. Y todo parecía indicar que alguien estaba empeñado en joderle. No tenía más remedio que volver al piso de la calle Trajano. No debía preocuparse tanto. Era poco lo que se jugaba: solamente su vida.



25 comentarios:

  1. Bien, lo del dia a dia de esas dos personas, habrá que ver que pasa con ellos y en que se relacionan, está ágil y entendible. Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dos mundos opuestos como dicen más abajo. Serán protagonistas de este drama negro.
      Saludos!

      Eliminar
  2. Será que el Gabacho es y son muchos. Que "sólo" se juegan la vida. En negro.
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es lo único que tienen y por tanto lo único que pueden perder. La vida es en blanco y negro.
      Saludos!

      Eliminar
  3. Ahora comprendo que se lea del tirón y que al enfrentarte a dos historias sea una novela larga.
    Sigo con interés.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Imposible colgar la novela de una vez. Habrá que esperar a que salga en papel.
      Gracias por el interés. Un abrazo!

      Eliminar
  4. Mundos opuestos..uhm..vidas al límite, bueno bueno..¡ nos tienes en ascuas! :-)

    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pronto veremos algo más de estos personajes.
      Saludos!

      Eliminar
  5. Hoy he leído seguidas estas dos primeras entregas. Me gustan los personajes, el arranque de cada uno de ellos, dejando varias puertas totalmente abiertas.

    He decidido esperar a la publicación y así poderlo disfrutar al completo. Aquí ya tienes una futura lectora. Estaré atenta.

    Buen comienzo, FELICIDADES!!!

    Biquiños

    ResponderEliminar
  6. Muy bueno. Qué bien escribes. Y qué dominio del lenguaje marinero, ¡ni Pérez-Reverte, je, je!
    A ver qué pasa con Merche y el gabacho.
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Algo sé de esa parte naval. A ver que pasa...
      Saludos!

      Eliminar
  7. Si, apenas se juega nada. Me gusta ese humo caracteristico del genero, mezclado con cierta fatalidad, te queda genial.

    Adelante. Un abrazo :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Falta algo de niebla en el ambiente ¿no? jajaja
      Un abrazo!

      Eliminar
  8. Junto con los fragmentos anteriores, nos haces una detallada presentación de personajes dispares que desde luego estimula la intriga por saber en qué momento y por qué razones sus caminos habrán de cruzarse. (Yo soy un conductor más que desde el pretil del texto miro con envidia cómo la popa de ese velero se despega del muelle. Cómo me gustaron siempre las historias donde se usaban esos términos propios de la navegación...). Un saludo desde la sombra del puente.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A dónde irán esos barcos que despiertan tanta envidia?
      Un saludo.

      Eliminar
  9. Pues nada....ya nos ha picado el gusanillo! Mis más sinceras felicitaciones. Una vez leídos los dos primeros capítulos puedo decir que el arranque de tu novela me parece muy bueno, fomenta esas ganas de seguir leyendo tan necesarias y, además ¡¡¡qué bien escribes!!!. Plas, plas, plas!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo publicado hasta ahora son dos entradas correspondientes al primer capítulo. Aún me dejan colgar más: hasta ocho entradas del primero y las que salgan del segundo.

      Eliminar
  10. Tremendo contraste entre las dos historias. Me gustó la agilidad con la que está hecha la narración. Enhorabuena, ethan, la verdad es que escribes muy bien…

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mucho contraste, eso pretendía, me alegro haber despertado el interés.
      Un saludo!

      Eliminar
  11. Muy intrigante todo. Me apetece saber más de Rosita, me cae bien. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Primero algo de Chabrol y luego seguimos con la novela. Un abrazo, Elvira!

      Eliminar
  12. Hola!
    Yo también escribo un blog... bueno, en realidad 2...
    Lo mío son dos intentos de novelas..
    Si te apetece.. Pásate por los 2 y deja tu comentario..
    Y si te gustan las historias... Sígueme! y comenta capítulo tras capítulo la historia de Candy y Katie!
    Graciaas(:
    http://invisible12.blogspot.com/
    http://imaddicted-2u.blogspot.com/

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muy bien! dos novelas mejor que una...
      Bienvenida, Andrea!

      Eliminar
  13. Muy bueno el relato y las descripciones marineras. Animo y a seguir escribiendo para disfrute de los que nos dedicamos a otros menesteres.

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...