Hoy,
por primera vez en la sección "dos por uno", repetimos director, entre otras cosas porque
reconocemos nuestra debilidad por el realizador genovés Pietro Germi. La culpa la
tienen películas como las comentadas aquí,
u obras maestras como Un maldito embrollo. Precisamente, justo
antes de esta, su obra magna, realizó dos cintas donde también era el actor
protagonista.
En
esa época, segunda mitad de los cincuenta, Germi seguía cultivando el melodrama
en filmes de corte neorrealista aún lejos de las comedias por las que sería
recordado. El primero de los dramas que hoy traemos, El ferroviario,
narraba la crisis laboral y también personal del maquinista del título:
Después
de un accidente (el atropello de un suicida que se lanza a las vías del tren),
el personaje interpretado por Germi cae en una depresión que termina por influir
en su matrimonio, en sus hijos mayores y, lo que es peor, en el pequeño que lo
tiene por un dios, pero que ve cómo su padre le falla por primera vez. El
cambio a un trabajo menos cualificado, y el no secundar la huelga convocada por
sus amigos, hace que el ferroviario inicie un descenso a los infiernos con
amistades poco convenientes.
Premiada
con galardones en Cannes y San Sebastián, el largometraje estuvo a punto de ser
interpretado por un actor de Hollywood. En concreto por Spencer Tracy, al que
Carlo Ponti, a la sazón productor de la película, quería contratar. El magnate pretendía
continuar con su particular política comercial después de haber conseguido,
entre otros, a Anthony Quinn o a Kirk Douglas para La Strada o Ulises,
respectivamente. Solo la insistencia de Germi en hacerse con el papel ––amenazó
a Carlo Ponti, con no ponerse al frente del rodaje si no accedía a su petición––
provocó que Ponti desistiera de sus intenciones.
Creemos
que la elección de Pietro Germi como protagonista fue providencial, no solo por
el resultado final del filme ––excelente–– sino porque abrió las puertas al director
para hacerse con el control de sus siguientes películas. Todo un ejemplo de
cine de autor mucho antes de que la nouvelle vague y otros movimientos
del estilo hicieran su aparición.
El
hombre de paja (L’uomo di paglia, 1958)
No sabemos si ese tira y
afloja entre Germi y Carlo Ponti fue la causa que provocó que nunca más colaborasen
en otra película. Lo cierto es que en el siguiente largometraje del director, El
hombre de paja, Pietro Germi, asumía con otra productora los mismos
roles que en su cinta anterior: el de director, guionista y actor principal.
El argumento de El
hombre paja, también de Germi, y la estructura del libreto eran muy
similares a las de El ferroviario: de nuevo la trama se centraba
en la crisis del protagonista, esta vez provocada por una infidelidad en lugar
de un accidente laboral. La progresivamente deteriorada relación entre el
personaje interpretado por Germi y su mujer e hijos iba a desembocar otra vez en
una espiral de autodestrucción, que solo el hijo pequeño y su amigo íntimo (Saro
Urzì, en un papel exacto al de la cinta anterior) podían resolver.
El dramón se vuelve a
disfrazar de cuento de Navidad (más claro en El ferroviario que
aquí) cuando la conclusión coincide con las fiestas de Año Nuevo. Lo que cambia
en El hombre de paja es el regusto amargo que le queda al
espectador después de un final que no es tan feliz como parece, todo lo contrario:
algo ha cambiado en la “familia ideal” para que las cosas ya no vuelvan a ser como
antes.
Se trata, por tanto, de un
melodrama triangular ambientado en el mismo entorno humilde de barrio de
obreros (ahora una fábrica, antes el sector ferroviario), con cierto estilo
neorrealista y fotografía expresionista en los momentos más duros. Elementos
que dotan a las dos cintas del atractivo de los melodramas de, por ejemplo, Raffaello
Matarazzo, solo que mejorados sensiblemente gracias a la mano firme de Pietro Germi
a un lado y otro del objetivo.
La estructura de “La Odisea” ha servido de referencia
para multitud de guiones y la propia leyenda ha sido objeto de
numerosas versiones. La más conocida sin duda es la dirigida por Mario Camerini,
un proyecto que se llevó a cabo en los estudios de Carlo Ponti y Dino de
Laurentiis. Ambos productores aseguraban en los créditos que los exteriores
fueron rodados donde ocurrieron los hechos que se relatan, algo que no deja de
ser curioso cuando el poema de Homero es una leyenda con mucho de fantasía y
poco de realidad, tal como corresponde a la mitología griega:
La cinta arranca cuando Ulises
(Kirk Douglas) sale victorioso de Troya desafiando a Poseidón. Esta afrenta complicará
bastante el regreso del héroe hacia Ítaca donde le espera su mujer Penélope
(Silvana Mangano) y su hijo Telémaco (Franco Interlenghi). En el viaje, Ulises se las tendrá que ver con
tempestades, cíclopes, sirenas que vuelven loco a los navegantes y, sobre todo,
con Circe, una hechicera que lo enfrentará con la muerte y provocará la
separación entre Ulises y su tripulación. Mientras tanto, Penélope se ve
incapaz de rechazar al insistente pretendiente Antinos (Anthony Quinn).
Debido a lo limitado del
metraje y al condicionante de la actriz principal, la trama omite, mezcla y
cambia el orden de los distintos episodios que cantó Homero en su obra
inmortal. A pesar de las mutilaciones y los cambios en el guión, la epicidad de
la historia seguía intacta. Una epopeya, y un abultado presupuesto, que
requería actores del mismo tamaño. De ahí el espectacular casting internacional encabezado por dos estrellas de la categoría
de Kirk Douglas y Silvana Mangano.
Con Kirk Douglas y su
personaje de Ulises sucede lo mismo que con Charlton Heston y Moisés: no nos
imaginamos a otro intérprete en el papel del héroe griego. Su tendencia al
histrionismo encaja como un guante en el carácter del aventurero; y su afición
por el sufrimiento también. La colección de personajes que ha interpretado Kirk
Douglas parece que se subliman por la aflicción física y psíquica que padecen. De
hecho, una de las secuencias bandera de la película es aquella en la que un
Ulises masoquista —casi un anticipo de otro de sus roles como sufridor: Van
Gogh en El loco del pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956)— está a punto
de perder la razón cuando intenta resistir a los encantamientos de las sirenas
amarrado al mástil.
De Laurentiis y Ponti no sólo
se rodearon de buenos actores, sino que contrataron al mejor músico de su país,
Alessandro Cicognini, y al director de fotografía, Harold Rosson, un
prestigioso operador que había trabajado con los más grandes, pero que su
principal virtud era el haber participado unos meses antes en el rodaje de Mambo
(Robert Rossen, 1954). Una cinta donde ya había enfocado con su cámara a
Silvana Mangano, con los sensuales resultados que todos recuerdan. En Ulises,
la fotografía de Rosson es luminosa, como lo es la costa mediterránea. Es
radiante cuando el héroe disfruta de sus vacaciones obligadas por la pérdida de
memoria. Sólo se vuelve oscura en la tempestad, en la cueva de Polifemo o en
los aposentos de Circe. También en Ítaca, para expresar el encierro voluntario
y la angustia de Penélope que no sabe cómo deshacerse de los nobles que desean
casarse con ella.
Como se ha dicho, la cinta de Camerini es la más conocida
de cuantas se han realizado sobre la epopeya, y probablemente la de mayor
calidad de las rodadas por el director después de la Segunda Guerra Mundial. Un
cineasta que había llegado a la cumbre de su carrera en el Ventennio nero, en la etapa fascista, con aquellas excelentes
comedias populares interpretadas por Vittorio de Sica. Con Ulises, Mario Camerini
volvió a encontrarse con la fama, sólo que en esta ocasión el éxito fue de
alcance mundial.
Hoy traemos a
nuestro “master chef” particular un melodrama que fue muy famoso en su día y
que aún se recuerda con cierta nostalgia. Una película de Vittorio de Sica a la que ya no le queda casi nada del Neorrealismo que lo encumbró a pesar de contar
en el guión con el padre de aquel movimiento cinematográfico: Cesare Zavattini.
Sólo el fondo
bélico y la trama de posguerra podrían cuadrar, pero las reglas del
Neorrealismo se rompen en pedazos cuando De Sica se permite todo tipo de recursos técnicos, y cuando la pareja estelar es tan conocida como
Sophia Loren y Marcello Mastroianni, ambos intérpretes muy vinculados a De Sica
y al productor, Carlo Ponti.
El argumento es
también conocido: la pareja de jóvenes a los que les une la guerra y a la vez los
separa. Al terminar la contienda, sin tener noticias uno del otro, romperán con
el pasado para comenzar una nueva vida, encontrarán otro amor y tendrán hijos
de sus nuevas parejas. Así, hasta que se vuelvan a encontrar años más tarde. Estructurada en
dos partes, la primera con algunos tintes de comedia y resuelta a base de flasback, explica la relación de la
pareja protagonista desde que se conocen hasta que Marcello es llamado a filas;
y la segunda, más dramática, comienza cuando ambos se encuentran tras años de
separación.
Del filme destaca
la música de Henry Mancini, nominada al Óscar con toda justicia, y la puesta en
escena de De Sica cargada de metáforas. Algunas tan evidentes como la lluvia en
el reencuentro, y el apagón que les obliga a verse en la oscuridad para amarse
como antaño. Cuando vuelve la luz, ambos regresan a la realidad de sus nuevas
vidas, se ven envejecidos y se dan
cuenta de que ya nada volverá a ser igual.
Escenas
bucólicas y despedidas en los andenes son recursos algo manidos, pero que
funcionan bien en el dramón que De Sica nos propone. Un cinta correctamente resuelta
desde la parte técnica con la única pega del uso —aunque no abuso— del zoom
típico de esos años.
La inclusión de
la película en nuestra apetitosa sección tiene su porqué en la siguiente
escena. Debe ser la tortilla con más huevos de la historia del cine…
Y ahora las
tapas:
Las Golondrinas (Calle
Antillano Campos, 26, Sevilla)
Volvemos al
barrio de Triana para encontrarnos con otra de sus tabernas más típicas y mejores
de la ciudad. Inaugurado en 1962, el bar Las Golondrinas toma su nombre del célebre poema de Gustavo Adolfo Bécquer y pronto se convierte es uno de los lugares
obligados para un recorrido de tapas por Triana. Escondido en un estrecho
callejón, sin embargo es conocido por toda Sevilla gracias a sus puntas de solomillo —nadie las hace igual— y sus rábanos con aceite y sal. Dos platos que
te salen solos cuando el camarero te pregunta ¿qué desea tomar?
Entre fotos de
la Semana Santa y azulejos de la Esperanza de Triana, podrás tomarte una
manzanilla helada mientras disfrutas de otras tapas como chipirones, chuletitas de cordero y champiñones; o de aliños
de todo tipo, desde zanahorias, hasta
remolachas. Con una selecta oferta de vinos, no esperes raciones
demasiado elaboradas; no se echan de menos. Productos de la tierra cocinados
como siempre en un bar de siempre, eso es Las Golondrinas; ni más ni menos. Allí
nos vemos.
Aunque este año casi nos quedamos sin puente de diciembre, al menos podemos disfrutar de muy buenas y variadas películas: obras maestras de la talla de Apocalypse Now, La Sombra de una duda o Dublineses; y grandes cintas de Robert Siodmak, Clint Eastwood o Frank Capra entre muchas otras de distintos géneros. Todas ellas aptas para tenerlas en nuestra videoteca.
Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)
Indochina (Indochine de Regis Wargnier, 1991). Catherine Deneuve, Vincent Perez, Linh Dan Pham. (Canal Sur y TPA, sábado 6 a las 15:50 y 22:15 respectivamente)
Brillante película de época, ganadora del oscar al mejor filme en lengua extranjera, que descansa en una gran metáfora acerca de las diferencias entre un país colonizador (Francia) y la nación sometida (Indochina): Catherine Deneuve encarna a una mujer que regenta una plantación de caucho donde los nativos trabajan sin descanso; mientras tanto educa, como si fuera su hija, a una joven nativa (¿para hacer más llevadera, de cara a su conciencia, su condición de explotadora occidental?). La revuelta nacionalista coincide con la llegada de un oficial francés del que se enamoran madre e "hija". Las dos separaciones, la de las naciones y la de la empresaria y su protegida, son cada vez más evidentes. Esta trama, tan bien engarzada, se ve acompañada de excelentes interpretaciones y de una fotografía que puede ser lo mejor de la cinta.
Dos Mujeres (La Ciociara de Vittorio de Sica, 1960). Sophia Loren, Jean-Paul Belmondo. (Canal 4 Castilla y León, domingo 7 a las 22:00)
Finales de los cincuenta: el Neorrealismo prácticamente ha muerto. El más prolífico dúo de dicha corriente cinematográfica, Vittorio de Sica y Cesare Zavattini, intentaron resucitarlo con esta adaptación de la novela de Alberto Moravia. Aunque las fotografías de los créditos anunciaban una producción cercana al documento, el resultado no fue el esperado; el filme no tenía casi nada que ver con obras como El Ladrón de bicicletas (1948) o Umberto D. (1952). En parte por culpa de la contaminación que suponía contar en el reparto con una estrella tan deslumbrante como Sophia Loren, algo que golpeaba al movimiento por debajo de la línea de flotación. Sin embargo, Dos mujeres puede considerarse hoy en día una película muy atractiva por las siguientes razones:
Por la trama dramática; por la historia de una madre (Sophia Loren) y su hija atrapadas en una guerra no deseada. El caminar de las dos mujeres, por el tortuoso sendero que les ha tocado vivir, estructura la cinta en los clásicos tres actos: la primera parte las sitúa en Roma, bajo la continua amenaza de los bombardeos; la segunda transcurre en el campo, alejadas momentáneamente del peligro, pero rozándolo continuamente; y la tercera comienza con una escena dramática, clave en la denuncia de los horrores de la guerra. Ese punto de giro trae como consecuencia el cambio interior de las protagonistas -que ya no volverán a ser las mismas- y además es el apoyo fundamental con el que se sustenta el mensaje que pretende la cinta: representar a cualquier victima de cualquier guerra, que no entiende de bandos ni de banderas.
Para resaltar más el espíritu de supervivencia que sostiene toda la acción, De Sica y Zavattini emparejan a la protagonista con un idealista que busca razones en la contienda (Jean-Paul Belmondo). Ataviado con el ropaje de intelectual (que por cierto, no le pega mucho al actor francés), su búsqueda de un mundo mejor contrasta con la respuesta instintiva y más concreta de la mujer. En una de las mejores secuencias que nos regalan la pareja de cineastas, los dos personajes pasean por el campo y, prácticamente se encuentran con todos los efectos de la guerra: un desertor, las ruinas, soldados de ambos bandos y las victimas.
En La Ciociara también hay tiempo para el aprendizaje. En cada situación que se les presenta, la madre aprovecha para enseñar a su hija como afrontar la vida. El ambiente hostil favorece una asimilación tan rápida como inevitable, y esa labor pedagógica sirve de férrea unión entre las dos mujeres. Otra escena resume la intención de De Sica: un bellísimo plano general donde Sophia Loren enseña a su discípula como se debe llevar una maleta en la cabeza mientras soldados alemanes siguen atentos los titubeos de la adolescente.
Pero si algo hay que destacar en el largometraje es el trabajo de Sophia Loren. Está sencillamente magnífica, sobre todo en el prólogo y en el acto final. Su actuación le reportó varios premios, entre otros el primer oscar para una intérprete de película extranjera y el premio a la mejor actriz en Cannes; y el asalto definitivo a Hollywood, perfectamente orquestado por su marido, Carlo Ponti, a la sazón productor de la cinta. Sobre la adjudicación del papel principal existen toda una serie de rumores: parece ser que Anna Magnani era la actriz prevista para encarnar a la madre y Sophia a la hija. Todo cambió cuando Nannarella protestó por la edad de Sophia Loren, demasiado madura para el papel. El conflicto lo resolvió el productor favoreciendo a su esposa, que finalmente desplazó a Anna Magnani del proyecto. Sin embargo otra versión asegura que fue la propia Magnani, convaleciente de una enfermedad, la que recomendó a su rival para el codiciado papel. Lo único cierto es que, a partir de entonces, se certificaba su decadencia mientras aumentaba el estrellato de Sophia Loren.
La Misa ha terminado (La Messa e finita de Nanni Moretti, 1985). Nanni Moretti, Margarita Lozano. (7RM, lunes 8 a las 05:30)
La película de Nanni Moretti puede encuadrarse entre aquellas que reflejaron el desencanto de toda una generación, cuando el fracaso de sus ideas progresistas -y utópicas-, nacidas en Mayo del 68, ya había sido digerido… leer más
Operación Crossbow es una peculiar superproducción del oportunista Carlo Ponti (de nuevo un productor casado con una estrella, en este caso Sophia Loren). Seguramente, quiso explotar el filón descubierto por Los Cañones de Navarone (The Guns of Navarone de J.Lee Thompson, 1961) y continuado por El desafío de las Águilas ( Where Eagles Dare de Brian G. Hutton, 1969) y tantos otros largometrajes. De forma paralela a Los Cañones..., Ponti se rodeó de un impresionante reparto, encargó un largometraje bélico, donde los héroes operaran en territorio enemigo, y consiguió que la película destilara acción durante una hora y media para intentar competir con la televisión. Lo que sucedió es que aquí se acabaron las semejanzas con las demás cintas.
Y es que el resultado fue un producto muy interesante gracias, sobre todo, a la original estructura narrativa. Operación Crossbow se divide en tres partes bien diferenciadas: un prólogo realista, donde el director (Michael Anderson, en una de sus mejores cintas) relata, casi como un documental, como los alemanes consiguen fabricar las temibles bombas V1 y V2 -fueron las precursoras de los misiles balísticos actuales, aunque la ignición de las V1 se producía después del lanzamiento con catapulta y no antes como aparece en el filme- y como los ingleses intentan contrarrestar esa amenaza descubriendo el emplazamiento y los arsenales nazis; una segunda parte, totalmente ficticia, cuyo eje es la infiltración dentro de las filas alemanas por parte de tres espías aliados; y una tercera, la más interesante, en la que mezcla el docu-drama del prólogo con la ficción, para conseguir un todo casi perfecto.
Mucha de la culpa del éxito de la película se debe a uno de los guionistas: el siempre efectivo Emeric Pressburger (habitual colaborador de Michael Powell en, por lo menos, tres obras maestras). Pressburger (aquí bajo el seudónimo de Richard Imrie) consigue que el espectador se quede boquiabierto varias veces en la primera mitad de la película. Además, de forma osada, destaca las hazañas de la heroína nazi Hannah Reitsch, la piloto que arriesgó su vida para que el proyecto V1 finalizara con éxito. Anteriormente había hecho algo parecido en la excelente Coronel Blimp (The Life and death of Colonel Blimp de Michael Powell y Emeric Pressburger, 1943), no sin antes sortear, con dificultad, la censura del propio Winston Churchill.
Estos y otros atractivos, que seguramente observará el espectador, son los que propician que Operación Crossbow se encuentre ocupando un lugar preeminente dentro del cine bélico.