jueves, 6 de febrero de 2020
KIRK DOUGLAS (1916-2020)
jueves, 10 de septiembre de 2009
SILENCIO SE... GRABA (Semana del 11 al 17 de septiembre de 2009)
Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)

Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:


Con una escena más propia de un musical (no perderse los créditos), arranca la primera cinta de la trilogía de dramas con toques de comedia que realiza Alan Rudolph en los años ochenta. Resulta la mejor de las tres -las otras dos son Inquietudes (Trouble in Mind, 1985) y Los Modernos (The Moderns, 1988)- y coincide con ellas en la trama, el ambiente y los actores: Genevieve Bujold y Keith Karradine.
Rudolph, primero asistente y guionista de Robert Altman, sigue de cerca los pasos de su maestro en los inicios de su carrera como director, pero a raíz de esta trilogía evoluciona para dotar de personalidad propia a sus creaciones: dramas corales, sí, pero impregnados de música y romanticismo donde diversos personajes se encuentran por casualidad y se mezclan con sus respectivas e inestables parejas. La película narra las relaciones de dos mujeres y un hombre, todos con una existencia difuminada debida a un pasado oscuro o a las fantasías del presente. Una locutora de radio, que dice ser doctora en medicina, da lecciones de comportamiento en pareja -y de sexo- a los oyentes de su exitoso programa; mientras tanto vive una vida paralela con otro nombre y se lamenta de su corta experiencia en los asuntos del amor. Una antigua prostituta regenta un bar situado en los barrios bajos de una gran ciudad; un barman, un gangster y la novia de éste perturban su complicada vida amorosa. Un enfermo mental trata de volver a Las Vegas, quiere casarse con toda aquella a la que besa y dice ser espía, piloto de combate y mecánico.
Agotando las distintas combinaciones, hombre-hombre, mujer-hombre, mujer-mujer, Rudolph va tejiendo un guión, al principio inconexo, donde los caracteres se definen a gra

Para dotar de su peculiar ambiente romántico, el director penetra en habitaciones decoradas con carteles de cine y cubiertas con sábanas de seda; rueda secuencias nocturnas en un callejón, solamente iluminado por las luces de neón, y lo convierte en improvisado salón de baile y escondido lugar de citas; y se acerca a la barra de un bar donde siguen predominando los marrones y los rojos, igual que en el exterior (hasta el cielo es encarnado en un bellísimo contrapicado) y donde reina el soul y el jazz.
En Choose me destacan la locura, las llamadas telefónicas, los espejos, la pasión y, sobre todo, la música. Alan Rudolph lo mezcla todo y consigue su mejor película hasta la fecha.

Adaptación personal de la obra homónima de Erich Maria Remarque, uno de los autores más veces llevado al cine. Es una de las buenas películas del irregular Lewis Milestone, aunque fue un fracaso de público debido al poco atractivo papel de Ingrid Bergman. La historia narra las relaciones entre una pareja de exiliados en la Francia de 1939. A causa de una escena donde unos falangistas no salen muy bien parados, la película fue prohibida en España al poco de estrenarse. A destacar la actuación de Charles Laughton: cada vez que sale en una secuencia da la impresión que el resto de actores desaparecen de pantalla.

William Cameron Menzies se acerca con mucha habilidad al público con una historia de ciencia-ficción. Lo consigue con los más pequeños cuando el personaje interpretado por Jimmy Hunt se queda dormido mirando a las estrellas –como muchos de los espectadores infantiles-, soñando con viajes espaciales y con seres de otro mundo. Sólo que esta vez sus sueños se convierten en pesadillas y lo que es peor, se hacen realidad: los alienígenas se apoderan de las mentes y los cuerpos de los humanos, entre ellos los de su propia familia.
También logra la atención de los adultos al incorporar la cinta al grupo de filmes que querían alertar sobre la invasión comunista al comienzo de la Guerra Fría. De hecho la trama es muy próxima a la de La Invasión de los Ladrones de Cuerpos (Invasión of the Body Snatchers de Don Siegel, 1956) y a otras del mismo corte, donde los invasores procedentes del espacio exterior quieren apoderarse de la Tierra consiguiendo primero transformar la mente de sus habitantes, como si fueran elementos subversivos cuyo proselitismo es irresistible. De esta forma, largometrajes convencionales se convertían en películas de culto, siempre que su factura tuviera un mínimo de calidad, como es el caso de Invaders from Mars.

La dilatada experiencia de Cameron Menzies en el apartado técnico tuvo mucho que ver en el tratamiento visual de la cinta. El realizador era, realmente, un excelente director artístico que había pasado por todas las etapas del diseño de producción, y que había conseguido grandes logros visuales acompañando a Sam Wood en varias producciones o interviniendo en filmes tan importantes como Lo Que El Viento se Llevó. Además ya tenía en su haber alguna cinta notable, también fantástica, como La Vida Futura (Things To Come, 1936).
A los amantes del género Los Invasores de Marte les resultará imprescindible, al resto, como poco, curiosa y desde luego muy bien realizada. Recomiendo especialmente la primera media hora de metraje; en ella, el niño parece encontrarse sólo ante un enemigo cuyo poder crece por momentos. Yo de ustedes vigilaría el cielo por si alguna de las estrellas comienza a moverse…
miércoles, 12 de marzo de 2008
LA COLINA DE LOS DIABLOS DE ACERO (Men in War de Anthony Mann, 1957)

Men in war nos describe como un pelotón, rodeado de enemigos, intenta llegar a contactar con el grueso de las fuerzas en plena guerra de Corea. El miedo, la fatiga de combate y la desesperación hacen mella en cada uno de los soldados y en el teniente responsable de sus vidas (Robert Ryan). La llegada de un jeep, con un coronel al borde de la locura y un sargento (Aldo Ray) que intenta desertar, no hace más que empeorar la situación. A partir de aquí la película se divide en dos partes claramente diferenciadas: una primera de itinerario, donde innumerable peligros van diezmando lo poco que les queda de moral; y una segunda en la que intentan redimirse de sus debilidades alcanzando la colina del título.
Con Men in war, el género se hace mayor, más real y humano, como lo demuestran distintas secuencias donde los personajes recogen fotos de las familias de los enemigos que acaban de matar. Pero también se hace más crítico y echa una mirada al pasado; a los últimos años de la década de los veinte y los primeros de la siguiente, donde cintas como Sin Novedad en el frente (All quiet on the Western Front de Lewis Milestone, 1930) reflexionaban sobre lo injusto de la guerra.

La perfecta realización, con rodaje íntegro en exteriores, la actuación realista de Ray y Ryan y la excelente música de Elmer Bernstein (subrayando los silencios en las escenas más impactantes) hacen que La Colina de los diablos de acero sea una de las mejores y más personales obras de Anthony Mann.
Ver Ficha de La Colina de los Diablos de Acero
viernes, 22 de febrero de 2008
LLUVIA (Rain de Lewis Milestone, 1932)

Este es el argumento de Rain, remake de Sadie Thompson (de Raoul Walsh, 1928); una especie de lucha entre dos personajes antagónicos, basado en la novela de Somerset Maugham, pero casi más en la posterior adaptación dramática de John Colton, lo que le hace superar ampliamente a la película original. Una curiosidad: es la obra de teatro que van a ver Paul Muni y su banda en Scarface: el terror del Hampa (Scarface de Howard Hawks, 1932).
Con estos antecedentes la cinta, vista hoy, resulta en exceso teatral; eso sí muy interesante debido a varios factores: en primer lugar hay que considerar la excelente labor, al frente del proyecto, del irregular Lewis Milestone que se encontraba en su mejor momento creativo. Si las películas que dirigió en los últimos años veinte y primeros treinta figuran entre las de mayor calidad de su filmografía, se debe en parte gracias a que el código Hays de censura aún no se había implantado en Hollywood. Y es que historias como las de Lluvia difícilmente habrían podido ser contadas para la gran pantalla sólo tres años más tarde.
Independientemente de la trama en sí, casi lo más importante es la forma de narrarla, y aquí es cuando Milestone se saca de la chistera un sorprendente manejo de cámara: en prácticamente un escenario único, se suceden largas y planificadas secuencias donde el objetivo acompaña a la acción; para ello no duda en sortear todo tipo de muebles, y en traspasar puertas y paredes, para conseguir un resultado sencillamente genial.
Pero estos alardes técnicos no eran suficientes para asegurar el éxito; la presencia de Joan Crawford sí. La gran estrella de los años treinta se puede decir que interpreta a dos personajes en uno: la "ligera" Sadie, antes de su fugaz conversión, sobreactuada, ataviada con trajes provocativos y pintada para la ocasión; y la misma joven transformada por el hipócrita cura en una mujer arrepentida, avergonzada y contenida en la interpretación. Paradójicamente la segunda Sadie Thompson es mucho más atractiva que la primera; su rostro brilla permanentemente y la ausencia de maquillaje y su ropa espartana le dan un aire más inalcanzable y por tanto deseable.
Deseable para el público, pero también para el predicador, que se encuentra en un entorno propicio para el pecado: un ambiente de lo más sofocante donde la lluvia cae torrencialmente -sin compasión-, y donde los nativos no paran de bailar como posesos mientras golpean frenéticamente sus tambores. El sacerdote, como un Doctor Frankestein enamorado de su creación, no tarda en sucumbir a los encantos de la “nueva” Sadie. Y entonces sobreviene la tragedia.
La puesta en escena, la habilidad de Lewis Milestone, la interpretación de Huston y Joan Crawford, lo “descarado” de la historia para la época, el tremendo final; todos estos atractivos, y algunos más, podemos disfrutarlos viendo Lluvia. Además podemos hacernos una idea de cuál era el panorama cinematográfico en los años treinta; incluso podríamos ir más lejos y hacer conjeturas de lo que hubiera sido el cine americano de los cuarenta y cincuenta de no haber existido el nefasto código de censura.
Ver Ficha de Lluvia