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domingo, 9 de octubre de 2022

EL AUTOREMAKE EN EL CINE. CAPÍTULO V (XI)

Según Errol Flynn, su participación en Objetivo: Birmania no se limitó a la interpretación, también propuso ideas tan interesantes como imponer el silencio en algunas escenas para conseguir mantener la tensión. Con una banda sonora integrada en la trama por el prestigioso Franz Waxman, los periodos sin música resultan aún más expresivos, algo que sería imitado más adelante en películas como La colina de los diablos de acero (Men in War de Anthony Mann, 1957). Una técnica que es particularmente adecuada en la secuencia del asalto a la aldea donde sólo se oyen los ruidos de la selva, mientras los soldados se comunican con gestos para acabar con unos japoneses que limpian pescado (5.25).

Si Flynn habla con orgullo de su colaboración en la película, no así de la acogida del largometraje en el Reino Unido. La polémica desatada por la usurpación del mérito en la campaña birmana por los estadounidenses, en perjuicio de los británicos y de las muchas vidas que perdieron allí los soldados de su majestad, se centró en ataques al propio Errol Flynn. Alguno tan duro como el de la viñeta del Daily Mirror en la que se veía al actor pisando la tumba de un militar inglés. La cinta fue prohibida en las islas y sólo se pudo ver a partir de 1952 tras incorporar un mensaje final a modo de disculpa (5.26).

Con Errol Flynn como protagonista absoluto, y sin mujeres en el reparto, el resto de caracteres son adjudicados a secundarios tan conocidos como James Brown, George Tobias, Mark Stevens o William Prince. Este último se quejaba de Flynn, decía que “le robaba las líneas de diálogo siempre que podía”, y recordaba las consignas de Walsh en el rodaje para conseguir el realismo: “All right, boys. No Hamlets in the jungle” (Moss 2011, p. 2448). Para presentar a los actores, Walsh aprovecha la secuencia en la que el sargento (Brown) va pasando la orden de reunión de uno en uno. De nuevo el director hace uso de la premonición cuando inserta una escena de unos soldados lanzando un cuchillo, ensayando algo que luego harán contra el enemigo (5.27 y 5.28).

Mención especial merece la presencia de Henry Hull (que ya participó en High Sierra y Colorado Territory). El versátil actor era capaz de ser igual de efectivo como experimentado general de aviación, en Fighter Squadron, que como patoso periodista en Objetivo: Birmania. Su personaje, el corresponsal Williams, es uno de los más interesantes del filme por distintas circunstancias. En primer lugar, porque es un amago de narrador: Walsh emplea su voice over en el arranque de la cinta, cuando el pelotón aguarda en el avión el momento de lanzarse sobre la zona de operaciones. Un recurso audiovisual que no volverá a repetir, quizás para no darle mayor protagonismo al personaje e integrarlo en el pelotón, o también para no caer en la trampa de falsear la trama ya que el supuesto narrador muere en el último tercio de la película. 

En segundo lugar, el director utiliza al periodista para infiltrar en la película el punto de vista de un civil; en realidad el punto de vista del propio espectador. El público, a través de los ojos de Williams, sufre las penurias de la misión, se agota, siente miedo y es testigo de los horrores del conflicto (5.29). Por último, el reportero espera que su artículo (5.30) contribuya de alguna manera a ayudar a ganar la guerra, a que el pueblo sepa cómo se comportan los soldados en la batalla, algo que también espera el propio Walsh —y Errol Flynn— con su trabajo en la película. En ese sentido, el punto de vista del personaje también es el del propio realizador.

A ese indudable tono propagandístico que reina en la película se le une el característico sello trágico de Walsh: El director deja que el drama se apodere de la cinta progresivamente, a través de la evolución de los personajes, pero también de las imágenes. El optimismo del inicio, con la inclusión de las pocas concesiones al humor que Walsh permite en el largometraje, continúa con la rápida y limpia operación de la estación de radar, sin ninguna victima norteamericana, y con el uso de la banda sonora y encuadres convencionales. A partir de ahí, con el desengaño producido por la fallida evacuación, arranca el deambular del pelotón por la selva birmana. Los encuadres comienzan a ser más barrocos, la iluminación rebaja su tono y los personajes se desesperan. Walsh utiliza de nuevo el paisaje como elemento dramático para reflejar la angustia de la guerra y lo desplazado del americano de su entorno natural. El vadear de los ríos ya no es tan fácil como al principio y el agua cada vez les llega más al cuello (5.31 en el primer tercio, en comparación con 5.32 casi al final) 

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jueves, 24 de septiembre de 2009

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 25 de septiembre al 1 de octubre de 2009)

Nos adentramos en el otoño, una estación para disfrutar, aquí en el Sur, donde ya se puede pasear sin que corras el riesgo de una insolación o un golpe de calor. Para las tardes, noches y madrugadas de la próxima semana proponemos la siguiente tabla de películas recomendadas. Allí podemos encontrar varias cintas ya comentadas en el blog y otras que desarrollan historias como aquellas en donde una carta revela un amor en secreto; un cazador de recompensas adiestra a un sheriff imberbe; o un periodista vuelve, una y otra vez, a vivir el mismo día. Que las disfruten.

Pinchar en la tabla para verla mejor (las películas en rojo no son necesariamente las mejores, son las que se comentan más abajo)


Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:

El Desierto Rojo (Il Deserto Rosso de Michelangelo Antonioni, 1964). Monica Vitti, Richard Harris. (Canal 7 Región de Murcia, viernes 25 a las 04:55)

Filme importante de Antonioni que continúa con sus indagaciones sobre la falta de comunicación en las relaciones, pero esta vez con un uso experimental del color que proporciona a la película el atractivo que sin duda tiene. El expresionismo aquí es con letras mayúsculas cuando el director italiano abandona el blanco y negro, las sombras y las luces, y se decide a ensayar con el color y a utilizar las tonalidades cromáticas con el objetivo de anunciar el estado de ánimo de los personajes. Para conseguir sus propósitos expresionistas, casi de manera enfermiza, Antonioni mandó pintar una fábrica entera, y hasta un bosque.

De la pareja de actores elegida, Monica Vitti sigue en la misma línea que la famosa trilogía de la incomunicación (La Aventura, La Noche y El Eclipse), mientras el que sorprende es el casi siempre histriónico Richard Harris, que aquí se somete a Antonioni y obtiene un nuevo registro interpretativo. Un trabajo que realizó muy a pesar suyo, tal como se desprende de los problemas que tuvo con el director italiano. Antonioni retrasó tanto el rodaje que el actor británico decidió abandonarlo antes de perder su siguiente trabajo en Mayor Dundee (Sam Peckinpah, 1964). Al parecer, Antonioni se vio obligado a utilizar un doble para finalizar la película.

De cualquier forma, tanto Monica Vitti como Richard Harris consiguen fundirse con el desasosiego de un entorno de niebla, frío y contaminación, consiguiendo la extraña armonía que preside la cinta. De ella destacan la secuencia dentro de una especie de caseta encarnada donde “juegan” los personajes, mientras en el exterior llega un siniestro barco que se declara en cuarentena (Antonioni no desperdicia ningún elemento para subrayar la sensación de aislamiento). Pero, sobre todo, las escenas de Monica Vitti vagando por la fábrica desierta, muy cercanas a las del final de El Grito (Il Grido, 1957), una cinta que, en parte, resulta casi un borrador de El Desierto Rojo, pero que no llega a su altura a la hora de hipnotizar al espectador; ni a la de profundizar tanto en la soledad que casi consigue atravesarla con sus magníficas imágenes.



Raw Deal (Anthony Mann, 1948). Dennis O’Keefe, Claire Trevor, Marsha Hunt. (Popular TV, viernes 25 a las 17:15)

Sorprendente película de Anthony Mann, una joya del cine negro para descubrir con muchísimos aspectos destacables. Raw Deal es una muestra de lo que ya era capaz de hacer Mann en la década anterior a su explosión definitiva como realizador.

Mann transforma en una trama más compleja la manida historia del delincuente que se fuga de la cárcel para ajustar cuentas con su antigua banda. Primero porque la evasión ha sido preparada por los gangsters como parte de un complot para acabar con él. Y segundo por la intervención de dos mujeres que competirán por el amor del protagonista: la letrada que lleva su caso, Ann (Marsha Hunt) y su amante, Pat (Claire Trevor, qué gran dama, poco reconocida, pero con una carrera ejemplar a sus espaldas, siempre interpretando a mujeres con carácter, recordemos La Diligencia, Kayo Largo, Historia de un detective, y un largo etcétera).

Precisamente, la voz en off de Claire Trevor conduce la trama, pero lo hace de forma lineal, sin apoyarse en el típico flash-back del género, esto hace que se mantenga el suspense hasta el final sin que el espectador sepa lo que va a suceder. Además la película está muy bien estructurada en dos partes: una primera, de mayor duración, tiene una clara forma de road movie, con los tres fugitivos acercándose a San Francisco desde la prisión; mientras que la segunda se desarrolla en la gran ciudad para concluir de forma espectacular. La definición inicial de los personajes –nadie es del todo bueno, como en las mejores películas negras- va cambiando a lo largo de la angustiosa ruta para llegar a clarificarse al final. La que no cambia es la del “malo” –Raymond Burr, de una violencia desatada- al que Mann presenta con una secuencia que anticipa la famosa de Lee Marvin en Los Sobornados (The Big Heat de Fritz Lang, 1953).



Pero si el guión y el tratamiento de los personajes son casi perfectos, la fotografía y la puesta en escena pueden situarse entre lo mejor que se ha hecho nunca en el cine negro. Mi afirmación podría parecer exagerada pero es que la forma de rodar de Mann y la maestría de su director de fotografía, John Alton, no me deja más remedio que mantener lo dicho. Veamos por qué:

El director, y el operador, se plantean una película de serie B como un ejercicio de estilo. Mann suple los escasos recursos disponibles con efectivas elipsis y una admirable puesta en escena que ahorra tiempo y dinero (en las escenas de acción todo sucede rápido, muy rápido). Un ejemplo: la fuga. Mann dirige la secuencia alternando el primer plano de Pat con un plano muy general de la muralla de la prisión (punto de vista de ella), donde la acción, electrizante, se acerca a toda velocidad hasta alcanzarla de lleno. En las tomas de interior, el virtuosismo técnico alcanza momentos difíciles de superar cuando John Alton maneja las sombras y Mann rueda como si estuviera inventando el Cinemascope (que luego dominaría como nadie). Así, cuando vemos un teléfono que suena en primer término, en la esquina del encuadre, el personaje que contesta se aproxima desde el fondo para llenar con su rostro toda la pantalla. Hay un plano, que abre la conclusión de la cinta, donde Claire Trevor, de perfil, deja espacio para que se vea un reloj que anuncia la posible muerte de Ann. El velo que le cubre la cara, y su rostro parcialmente iluminado por un portillo (allí estaba Alton), son premonitorios de lo que va a suceder. Scorsese consideraba a John Alton como un maestro y recomendaba efusivamentre su manual de fotografía en el excelente documental que realizó sobre el cine norteamericano.

Sólo me queda por decir que se dejen llevar por Claire Trevor a través de un viaje que quiere terminar en una vida digna -“donde uno pueda dedicar su vida a trabajar en algo decente que se pueda hacer a la luz del día”-; que noten esa neblina que no presagia nada bueno; que se maravillen de la secuencia de la playa, donde se repiten los planos de un personaje y de otro para concluir unidos; y que se adentren en Corkscrew Alley, un callejón sin salida, iluminado por un único farol, que va a ser testigo de una venganza.



Vacaciones sin novia (The Perfect Furlough de Blake Edwards, 1959). Tony Curtis, Janet Leigh. (Televisión de Canarias, domingo 27 a las 01:25)

Comedia de Blake Edwards con uno de sus actores fetiches Tony Curtis, que aquí aparece con su mujer en la realidad: Janet Leigh, padres ambos de Jamie Lee Curtis. No es de los mejores trabajos de Edwards, pero ofrece situaciones bastante graciosas, y descubre a Curtis como un gran actor de comedias; posteriormente haría con el mismo director Operación Pacífico (Operation Petticoat, 1959) y La carrera del siglo (The Great Race, 1965), ambas mejores que ésta.



Julio César (Julius Caesar de Joseph L. Mankiewicz, 1953). Marlon Brando, James Mason, John Gielgud, Louis Calhern, Deborah Kerr. (Veo TV, martes 29 a las 16:30)

El más "dramaturgo" de los directores, Mankiewicz, realiza un homenaje al mayor dramaturgo de todos los tiempos… leer más



jueves, 27 de noviembre de 2008

SILENCIO SE... GRABA (Semana del 28 de noviembre al 4 de diciembre de 2008)

El comienzo del mes de diciembre viene cargado de buenas películas y hasta se puede disfrutar de un ciclo dedicado al bandido más celebre del salvaje Oeste: Jesse James. Cintas de Henry King, Fritz Lang o Nicholas Ray, a cada cual mejor, nos aleccionarán acerca de James y su célebre banda; las podrán disfrutar los que vivan en las autonomías asturiana y castellano manchega. Para el resto filmes tan apetecibles como El Extraño de Orson Welles, La Strada de Fellini o El Padrino, segunda parte, de Coppola, entre muchos otros.

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Comentarios de algunas de las cintas recomendadas:

El Hombre del Oeste (Man of The West de Anthony Mann, 1958). Gary Cooper, Lee J. Cobb, Julie London. (CARTV, domingo 30 a las 15:45)

La última de las grandes películas de Anthony Mann, del género donde se mostró como un verdadero especialista: el western.

En esta ocasión, Gary Cooper es un antiguo pistolero que hace años cambió su revolver por una vida pacífica y apartada de la delincuencia. Su situación personal ha cambiado tanto que el pueblo donde vive le ha encargado que contrate una maestra para que se haga cargo de la escuela. Sin embargo con lo que se encuentra es con su antigua banda. El conflicto está servido cuando el protagonista no tiene más remedio que usar la violencia que tanto detesta para conseguir volver a su añorada vida tranquila.

Esta es la tesis que nos ofrece Mann en un filme moderno, en un western característico de los años cincuenta donde el combate interior es más importante que la lucha explícita -y da razón a ésta en beneficio del propio género-.


La cinta ha sido tachada de lenta, pero quizás ese sea su mayor atractivo. Parece que fue una de las películas que influyeron en Sergio Leone a la hora de crear el “spaghetti western”; y no sólo por la acción contenida sino por la crudeza de algunas secuencias, insólitas para aquellos tiempos. Un ejemplo: la escena donde obligan a desnudarse a Julie London en presencia de un refrenado y sobrio Cooper.

El Hombre del Oeste pertenece a ese club selecto de largometrajes que, a medida que pasan los años por ellos, no sólo no pierden interés sino que refuerzan su calidad y se convierten en imprescindibles para los amantes del cine.



El Funeral (The Funeral de Abel Ferrara, 1996). Christopher Walken, Chris Penn. (Onda 6 TV, domingo 30 a las 22:00)

De El funeral me gusta casi todo. Podría perfectamente ser una película de Martin Scorsese en sus mejores momentos; pero es de Abel Ferrara, que se deja influir por el maestro y aprovecha un funeral -por el cuerpo sin vida de un gangster- para retratar la vida de una familia del hampa, de sus mujeres y, sobre todo, de la locura que es vivir en continua tensión. El personaje de Chris Penn, algo pasado e histriónico, es muy significativo: está trastornado. Y volvamos a Scorsese: el director de Malas Calles debería haber repasado el último acto de esta excelente cinta de Ferrara antes de rodar la conclusión de Infiltrados; claro que él también tiene sus propios finales del mismo estilo; pensemos en Taxi driver.



Yo vigilo el camino (I walk The Line de John Frankenheimer, 1970). Gregory Peck, Tuesday Weld. (TvCanaria, lunes 1 a las 01:25)

Da la impresión de que lo estaba deseando. John Frankenheimer, uno de los mejores cineastas de la llamada "generación de la televisión", parece que estaba esperando el momento propicio para darle una sonora bofetada a la sociedad americana de finales de los sesenta… leer más



La Pantera Rosa ataca de nuevo (The Pink Panther strikes again de Blake Edwards, 1976). Peter Sellers, Herbert Lom. (TV3, lunes 1 a las 18:35)

Para muchos la mejor película de la serie de la Pantera Rosa (la quinta, si consideramos las dos cintas del Inspector Clouseau). Los gags con Peter Sellers y su ex-jefe (Herbert Lom), aquí convertido en una amenaza para la humanidad, son lo más destacado del filme: tanto al comienzo, cuando el patoso Inspector Clouseau visita a su jefe al psiquiátrico y le causa una recaída irreversible -y al espectador una risa incontrolable-; y al final, con un Sellers disfrazado de dentista inyectándole el suero de la risa al propio Lom. Nosotros no lo habríamos necesitado.



El misterio Von Bulow (Reversal of fortune de Barbet Schroeder, 1990). Jeremy Irons, Glen Close. (TV3, martes 2 a las 18:25)

Basada en hechos reales, esta cinta del, primero productor, Barbet Schroeder es la de mayor éxito del director y del actor Jeremy Irons que consigue un oscar por su interpretación… leer más



El Guateque (The Party de Blake Edwards, 1968). Peter Sellers, Claudine Longet. (TV3, jueves 4 a las 18:35)

Otra comedia de Blake Edwards con su actor fetiche (Peter Sellers) y su grupo de trabajo de la serie La Pantera Rosa, incluyendo a Henry Mancini como músico. Resulta desternillante, sobre todo la primera parte, hasta que llegan los componentes del ballet ruso y la hija del productor de cine. A partir de ahí decae bastante. Lo mejor: la genialidad de Peter Sellers, que representa a un actor de segunda, prácticamente un extra, muy educado y patoso a partes iguales; pero también destaca el camarero borracho que proporciona el toque surrealista para que, por ejemplo, la secuencia de la cena sea una de las mejores escenas cómicas de la historia del cine.

viernes, 13 de junio de 2008

EL GRAN FLAMARION (The Great Flamarion de Anthony Mann, 1945)

Seguramente, Anthony Mann sea recordado por las películas que realizó en los años cincuenta y, en especial, por aquellos maravillosos western protagonizados por James Stewart, donde los rodajes en exteriores cobraban una importancia no vista hasta entonces. Sin embargo, este gran director, comenzó su carrera con filmes de serie B, generalmente policíacos, para modestas productoras y con actores de segundo nivel. Eran películas de gran calidad, muy bien realizadas por Mann que, de esta forma, supo ganarse la confianza de los grandes estudios. De todas estas cintas rodadas en los años cuarenta destaca una en especial: El gran Flamarion.



El largometraje contaba la historia de un tirador excepcional (Flamarion, interpretado por Erich Von Stroheim) al que un matrimonio le servía de blanco en su número circense. Fuera de los escenarios el tirador se convertía en la victima de las intrigas de la siniestra pareja; en especial de la mujer, Connie (Mary Beth Hughes), una femme fatale que “coleccionaba hombres” y quería deshacerse de su marido. El guión era una adaptación de la novela “The Big Shot” de Vicki Baum. En manos de Mann, el libro traspasaba el género del drama y se adentraba en el suspense, en el cine negro y hasta en el fantástico. Esa metamorfosis supongo que sería propiciada por el éxito de cintas tan legendarias como Perversidad (Scarlett Strett de Fritz Lang, 1945) o El ángel azul (Der Blaue Engel de Josef Von Sternberg, 1930). Ambas coincidían con Flamarion al tratar el mismo tema: lo bajo que puede caer un hombre introvertido y solitario en manos de una mujer sin escrúpulos.

Lejos de su espectacular forma de rodar, por la que se haría famoso, Mann se encierra en decorados claustrofóbicos y utiliza las luces y las sombras de forma sorprendente. Algunos ejemplos: cuando nos presenta a los personajes del drama, el número de tiro resulta ser un mal presagio de lo que iba a suceder en realidad; o mientras Connie habla con Flamarion –al que engaña-, podemos ver, detrás de ellos, las sombras de la actuación de un equilibrista encima de su monociclo, un equilibrista que acaba de formar parte de la colección de Connie.


El gran Flamarion contiene multitud de detalles que no son los habituales en una película de bajo presupuesto. Así, Mann introduce diversos planos a lo largo del metraje donde los espejos dan un significado que va más allá del simple reflejo de los personajes. También se recrea en aspectos tan avanzados como la forma de seducir de Connie mientras acaricia un revolver; símbolo fálico que utilizará Arthur Penn en Bonnie and Clyde... ¡más de veinte años después!

El hecho de presentar la acción entre bambalinas hace que The Great Flamarion, gracias a esa atractiva forma de tocar varios géneros, también pertenezca a la serie de filmes que surgieron después del estreno de El fantasma de la ópera. Directores tan hábiles como Todd Browning (Freaks, 1932) o Edmund Goulding (El callejón de las almas perdidas, 1947) supieron aprovechar el filón y consiguieron verdaderas obras maestras. La cinta de Anthony Mann mantiene esa misma línea y no duda en poner en boca de sus personajes una muy conocida metáfora: “La vida es un teatro y todos tenemos un papel en ella”.

Ver Ficha de El Gran Flamarion.

miércoles, 12 de marzo de 2008

LA COLINA DE LOS DIABLOS DE ACERO (Men in War de Anthony Mann, 1957)

“Contarme la historia de un soldado raso y os contaré la historia de todas las guerras”. Con esta frase, justo a continuación de los créditos, arranca La Colina de los diablos de acero. Anthony Mann nos avisa con este “desbarre” que la película que vamos a presenciar no va a ser “una de guerra” convencional como las que se estilaban en los años precedentes.


Men in war nos describe como un pelotón, rodeado de enemigos, intenta llegar a contactar con el grueso de las fuerzas en plena guerra de Corea. El miedo, la fatiga de combate y la desesperación hacen mella en cada uno de los soldados y en el teniente responsable de sus vidas (Robert Ryan). La llegada de un jeep, con un coronel al borde de la locura y un sargento (Aldo Ray) que intenta desertar, no hace más que empeorar la situación. A partir de aquí la película se divide en dos partes claramente diferenciadas: una primera de itinerario, donde innumerable peligros van diezmando lo poco que les queda de moral; y una segunda en la que intentan redimirse de sus debilidades alcanzando la colina del título.

Con Men in war, el género se hace mayor, más real y humano, como lo demuestran distintas secuencias donde los personajes recogen fotos de las familias de los enemigos que acaban de matar. Pero también se hace más crítico y echa una mirada al pasado; a los últimos años de la década de los veinte y los primeros de la siguiente, donde cintas como Sin Novedad en el frente (All quiet on the Western Front de Lewis Milestone, 1930) reflexionaban sobre lo injusto de la guerra.
Robert Ryan llega a decir “El batallón no existe, el regimiento no existe, Estados Unidos no existe, somos los únicos que seguimos luchando en esta guerra”. Este claro alegato antibelicista de Mann, refleja lo que la guerra de Corea significaba para los americanos en comparación con la recién acabada Segunda Guerra Mundial. Y es que el film es un claro precedente de las cintas bélicas que comenzaron a rodarse sobre la guerra del Vietnam en décadas posteriores.

La perfecta realización, con rodaje íntegro en exteriores, la actuación realista de Ray y Ryan y la excelente música de Elmer Bernstein (subrayando los silencios en las escenas más impactantes) hacen que La Colina de los diablos de acero sea una de las mejores y más personales obras de Anthony Mann.


Ver Ficha de La Colina de los Diablos de Acero

martes, 22 de enero de 2008

EL HOMBRE DE LARAMIE (The Man from Laramie de Anthony Mann, 1955)

El Hombre de Laramie es el último western de los cinco que hicieron juntos Anthony Mann y James Stewart. Ambos protagonizaron una de las colaboraciones más fructíferas que ha dado el cine si tenemos en cuenta que todas las cintas son obras importantes del género. Aquí, Anthony Mann, lleva a la pantalla un relato aparecido en el Saturday Evening Post. Se trataba de una peculiar adaptación del “Rey Lear” de Shakespeare, en la que el director se centraba en dos aspectos, por un lado uno de los temas más recreados del western: la venganza; por el otro el tradicional enfrentamiento de Caín y Abel.



La historia original no podía estar más repleta de tópicos: Stewart era un forastero que llegaba a un pueblo de Nuevo México, dominado por un cacique y sus hijos, con la amenaza siempre presente de los indios. Sin embargo, en manos de Mann, la trama, en apariencia muy manida, se convierte en una “perla” para los amantes del western y del cine en general. Y es que las historias que contaba el director se convertían desde el principio en obras personales. Mann les daba la vuelta a los personajes, sobre todo al que encarnaba James Stewart. El héroe era presentado como un hombre crispado, la mayoría de las veces con turbio pasado y que finalmente se redimía después de un duro itinerario. A sus oponentes les confería una atractiva ambigüedad; casi siempre aparecían ayudando a Stewart o ganándose su confianza, pero finalmente el enfrentamiento entre ambos era inevitable. La violencia explicita del largometraje aún sorprende hoy en día.


El Hombre de Laramie tenía una dificultad añadida al ser la primera película de Mann en Cinemascope. Enseguida se adaptó al nuevo formato y parece que se sentía cómodo con él tal como demuestra en algunos de los planos. Así podemos observar como los caballos encuadran la pantalla en toda su longitud o el propio Stewart lo hace cuando aparece recostado dentro de una celda. Los interiores siempre presentan una mesa en primer plano, enmarcando perfectamente la escena, aportando una sensación de amplitud y confort. Pero quizás, lo más destacable, sea el efecto dramático conseguido con las impresionantes panorámicas de un paisaje semidesértico. En Mann la naturaleza es un personaje más y, gracias al nuevo formato, es el complemento perfecto del protagonista al proporcionarle el carácter épico que necesita. Si además incluimos una muy lograda canción (“The Man From Laramie”, de Lester Lee) en los momentos de mayor belleza visual, el resultado es difícil de superar.


Ver Ficha de El Hombre de Laramie.

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