Duelo en la Alta Sierra es para muchos el primer western crepuscular de la historia del cine, aunque en mi opinión hay otras películas que inician el subgénero. Lo que está lejos de toda duda es que es el primero que realiza Sam Peckinpah y es un antecedente directo de sus posteriores cintas; casi un borrador de Grupo Salvaje (The Wild Bunch, 1969) o Pat Garret & Billy The Kid (1973).
El largometraje comienza con el reencuentro de dos viejos amigos -Bill y Jack- que habían trabajado juntos como agentes de la ley. La escolta de un cargamento de oro propicia que vuelvan a colaborar, esta vez con distintos objetivos: mientras Bill sigue fiel a su sentido del deber, Jack pretende hacerse con el oro a la menor oportunidad. Para enriquecer la historia, Peckinpah incluye a dos personajes más: Heck y Elsa. El primero es un joven impetuoso, el aprendiz de Jack; la segunda es la hija de un fanático religioso, que huye de su casa y de una boda algo más que complicada. Los cuatro vivirán juntos numerosas aventuras a lo largo de un itinerario existencial. La metáfora que propone Peckinpah es evidente: los dos viejos vaqueros dan paso a la joven pareja, símbolo de una nueva generación.
Los actores que dan vida a los protagonistas son unos maduros Joel McCrea y Randolph Scott. Es una delicia verlos actuar juntos gracias a la espléndida dirección de Peckinpah y al cuidado guión. Su encuentro, en una feria, es una caricatura de lo que fueron en su día. Ahora son unos personajes que se avergüenzan de que les vean con gafas para poder leer un contrato. Que continuamente hacen referencia a los viejos tiempos y que se echan en cara la avanzada edad. A lo largo de todo el metraje se suceden las pequeñas historias relatadas por uno y otro. Son batallas de su juventud que resaltan la parte más nostálgica de la cinta.
Para adornar la trama y reafirmar el tono crepuscular, el rodaje se efectúa en unos exteriores cargados de colores ocre; en un paisaje otoñal, casi siempre al atardecer, donde las sombras son tan alargadas como las numerosas vivencias que llevan los dos amigos a sus espaldas. Si bien es cierto que su vida, repleta de aventuras, apenas les ha dejado nada -“Un caballo, una silla y un reloj”- ni les ha permitido echar raíces en ningún lugar, “He andado mucho sin llegar muy lejos”, dice un abatido Joel McCrea.
Siempre me ha parecido que Peckinpah era un Howard Hawks pesimista, por lo menos en cuanto al tratamiento de los personajes se refiere. Su exaltación de la amistad es parecida en ambos, pero el tono del primero es mucho más poético que el del director de Río Bravo. Además está la presencia de la muerte. Peckinpah es el director que mejor ha sabido reflejarla en el rostro de un personaje. Así cuando alguien es abatido por un disparo, el plano permanece fijo un instante con el moribundo inmóvil, sentado, mirando a su verdugo, dejando que éste le arrebate el rifle o esperando el inevitable final. En futuros filmes llevará esta situación hasta el extremo, usando su famosa cámara lenta, tantas veces imitada, pero muy pocas con el suficiente criterio.
En resumen, Duelo en la Alta Sierra es un hito en la historia del western y una de las mejores películas de Sam Peckinpah, un autor de culto que cada día tiene más adeptos entre los jóvenes cinéfilos.
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