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lunes, 12 de octubre de 2020

TITANIC (James Cameron, 1997)

La madre de todas las tragedias, el naufragio más célebre de la historia es sin duda el del RMS “Titanic”. Sobre el siniestro se han escrito ríos de tinta, se han filmado multitud de documentales, telefilmes y series de televisión y, por supuesto, se han rodado varias películas, en varios idiomas y de las más dispares procedencias ––hasta los nazis realizaron una: Titanic (Herbert Selpin, 1943)––. De todas ellas destacan tres cintas bastante diferentes teniendo en cuenta que narran el mismo hecho:    


El filme de Jean Negulesco, El hundimiento del Titanic (Titanic, 1953), es el peor de los tres aunque no carece de interés. La segunda película es la mejor: La última noche del Titanic (A Night to Remember, Roy Baker, 1958), basada en el libro de Walter Lord, es mucho más cercana a la realidad que la de Negulesco. El largometraje más célebre es Titanic (1997), ganador de once Óscars y uno de los más taquilleros de la historia. La producción, la dirección, el montaje y el guion son obra de James Cameron. 

El director se vale de un largo flashback para enseguida centrarse en la joven pareja protagonista. Interpretada por Jack (Leonardo DiCaprio) y Rose (Kate Winslet), como si fueran modernos amantes de Verona, la trama incluye la desaparición de un diamante para darle algo de suspense. De hecho, cuando Cameron tuvo que convencer a los productores para obtener la financiación simplemente les enseñó un dibujo del “Titanic” y les dijo: “trata del barco más Romeo y Julieta”. El enorme gasto, que luego fue ampliamente amortizado, incluyó la expedición, las tomas submarinas del naufragio y la construcción de toda la banda de estribor del enorme trasatlántico. También se usó una maqueta exacta de 1/8 de escala y bastantes efectos por ordenador. Por cierto no muy conseguidos en algunos planos cenitales donde la animación de pasajeros y dotación es demasiado evidente.

El filme arranca con un prólogo donde destacan las imágenes documentales del pecio, muy en la línea de la otra cinta submarina de Cameron: Abyss (1989). Para el desarrollo de la historia, el director ideó una trama romántica un tanto simplona, pero con algunos buenos detalles como los que anticipan el desastre (la fallida intentona de suicidio en popa y la advertencia de que el agua está helada). 

La tercera parte narra la catástrofe propiamente dicha donde los efectos, en nada gratuitos, suben la calidad de la película. También aumentan los gestos de buen cineasta como el detalle de que el “malo” sobreviva, aunque se trate más de un castigo que de un premio ya que le esperan la ruina y el suicidio; o el hecho de pararse en las miradas entre los pasajeros que se aferran a los candeleros de la toldilla justo antes de que se hunda el barco. Se miran unos a otros con una extraña complicidad: aunque no se conozcan, les unen la tragedia y la cercanía de la muerte. La cinta concluye con un epílogo donde de nuevo Cameron acude a la parte posterior del barco cuando Rose tira el diamante (es la tercera vez que la popa es el centro de la acción, una por cada fase de la película).


Con Titanic, James Cameron intenta ser escrupuloso en los hechos y, salvando la historia de amor que es totalmente inventada, el resto es fiel a lo que se supone ocurrió aquella aciaga noche. El realizador se abstiene en dar una respuesta clara de cuál fue la causa del hundimiento, si es que hubo una sola, simplemente muestra el siniestro de forma objetiva, desde el punto de vista del trasatlántico, sin tener en cuenta al resto de barcos que navegaban por la zona. Ofrece el cúmulo de posibles motivos, aunque se olvida de alguna que otra circunstancia. Y eso que se apoya en una exhaustiva documentación que incluye las declaraciones de los testigos y los estudios científicos y oceanográficos, entre ellos el descubrimiento del pecio a cargo de Bob Ballard en 1985. 

Gracias a la exploración de Ballard se pudo deducir que el buque se partió en dos antes de hundirse, tal como habían declarado algunos supervivientes. Un extremo que no aparece en las dos primeras versiones de los años cincuenta, ya que se ciñen a los resultados de la investigación oficial, pero que sí se aprecia en el largometraje de Cameron. Recientes estudios han aportado más pistas que ayudan a aclarar el misterio de la desaparición del buque más grande y lujoso de su época: al rozar con el iceberg por el costado, los remaches, que eran de hierro en vez de acero, se fracturaron en el contacto con el hielo, eso facilitó la entrada del agua en pequeños, pero múltiples agujeros. El hierro mezclado con escoria le daba suficiente resistencia al remache, casi tanta como la del acero, pero la proporción de escoria utilizada en la construcción del “Titanic” no fue la adecuada y los remaches empleados en las planchas del costado resultaron más frágiles de lo normal. Unos remaches de acero seguramente habrían aguantado la embestida y ahora no estaríamos hablando de una de las mayores tragedias de la historia naval.

Las consecuencias del hundimiento del “Titanic” se dejaron sentir en nuevas reglamentaciones en cuanto a construcción naval (estanqueidad, compartimentado), inspección de buques (número máximo de pasajeros autorizados, botes salvavidas para todo el pasaje y la dotación), vigilancia marítima (se creó el servicio “Icepatrol”), y leyes internacionales (obligatoriedad de prestar auxilio a todo buque que lo necesite, guardia de 24 horas en frecuencias de socorro marítimo), entre muchas otras disposiciones. Medidas todas ellas que llegaron tarde para las 1.500 almas que perecieron congeladas o ahogadas en el Atlántico Norte.



El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a Titanic en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas



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