Penúltima
jornada, aquí en el festival de cine de Sevilla, y casi todo decidido a la hora
de escribir estas líneas en cuanto a premios se refiere. Mañana daremos el
palmarés completo mientras hoy esperamos el fallo del jurado. Veamos lo que dio
de sí el viernes:
EL TALLER DE ESCRITURA (L’atelier, Laurent Cantet, 2017)
La cinefilia empedernida
que padecemos nos empuja a clasificar las nuevas películas que vemos según un
criterio genérico que a veces no existe. Si existiera el subgénero de las
cintas que se desarrollan en una escuela donde los alumnos debaten los temas de
actualidad (ya hay unas cuantas: La ola, La clase, del propio
Cantet, etc.) en ella podríamos encuadrar El taller de escritura, aunque con
matices:
Olivia (Marina
Foïs) es una escritora profesional a la que contratan para dar un taller de
verano en La Ciotat. Todos los alumnos vienen de fracaso escolar o de algún
problema de adaptación, y en un principio se muestran reacios al trabajo en común
para dar a luz una novela policíaca. Poco a poco van entrando en el juego y, de
paso, sacando temas de rabiosa actualidad, como el racismo, el terrorismo, la
intolerancia, etc. De todos ellos destaca Antoine (Matthieu Lucci), por su
inteligencia, pero también por su insistencia en la provocación…
Con personajes
bien definidos, Laurent Cantet se mueve por donde mejor sabe (ya lo demostró en
la citada La clase), creando polémica, enfrentando clases sociales y
razas. La lucha de la clase obrera, las motivaciones de los que atentan contra
la vida de los demás, la religión, son el centro del vehemente debate.
No obstante, el
director no se conforma con la porfía, quiere ir más allá para centrar el
objetivo de la película en algo más concreto: Olivia se fija en Antoine y se
pregunta qué le lleva a comportarse así. Entonces el alumno le echa en cara sus
defectos como escritora. Olivia sufre una crisis que intenta solventar
conociendo mejor al alumno y así definir el personaje principal de su actual
novela. Lo que no sabe es con lo que se va a encontrar.
La diferencia,
por tanto, con el resto de películas de su “género” es la transformación de
cinta coral a enfrentamiento entre profesora y alumno. Un conflicto que pondrá
sobre la mesa el preocupante resurgir de la extrema derecha en Europa, y en
Francia en particular, y la indefinición moral de cierta parte de la juventud.
Temas nada banales que Cantet afronta con un intencionado final ¿feliz?
SIN AMOR (Nelyubov, Andrey Zvyagintsev, 2017)
Zvyagintsev,
otro viejo conocido, asiduo del festival (Elena, Leviatán), presenta su
nueva cinta con la expectación de alguien que siempre se lleva algún premio en
el certamen. En esta ocasión la película viene con galardones tan importantes
como el premio del jurado en Cannes y con la garantía de ser la película rusa
que opta al Óscar al mejor filme extranjero.
En la Rusia de
primeros del siglo XXI, el matrimonio formado por Zhenya (Maryana Spivak) y Boris
(Aleksey Rozin, un fijo en las películas de Zvyagintsev) hace aguas, se hunde. Nacida
la unión de un embarazo no deseado, la pareja por fin ha decidido divorciarse.
El principal inconveniente es la custodia del pequeño Alyosha: ninguno de los
dos quiere quedárselo. El niño que oye la discusión se desespera. Las cosas realmente
se ponen feas cuando el hijo desaparece.
Zvyagintsev
sigue ocupado en relatar la descomposición gradual de Rusia desde el fin de la
URSS. La metáfora de la pareja que se deshace funciona bien cuando se le
acompaña de las noticias de la radio que hablan de corrupción, de la guerra en
Ucrania, etc. La promesa de que todo cambiará cuando se divorcien tampoco
parece que vaya a solucionar las cosas, puesto que no hay amor verdadero en
ninguna relación.
Nada en el
director ruso es gratuito. Cuando Zhenya hace ejercicio en la terraza, en una
cinta mecánica y con un chándal adornado con las letras RUSIA, y mira a la cámara,
ya sabemos que la nación del realizador se dirige hacia ningún sitio. Cuando el
piquete de búsqueda registra un enorme edificio (se supone de la época del régimen
anterior) y ve el estado de descomposición, también sabemos a qué se refiere
Zvyagintsev.
Nada escapa a la
crítica del cineasta. No sólo la esfera política y social, también el fanatismo de la religión ortodoxa instalado en
instituciones y empresas es de nuevo puesto en evidencia por el objetivo del
director. Y no es que cualquier pasado
fuera mejor, sino que el presente es un desastre y el futuro se muestra tan incierto
como el resultado de la búsqueda del pequeño Alyosha.
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