sábado, 4 de noviembre de 2017

TIERRA FIRME; EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO


La jornada inaugural del Festival de Cine Europeo de Sevilla 2017 tuvo dos protagonistas claros, dos películas muy diferentes entre sí, que competían en distintas secciones, pero con un elemento común: la expectación que generaban en público y crítica. La primera porque fue la elegida para la gala inaugural, la segunda por ser una de las cintas más esperadas de todo el certamen:

TIERRA FIRME (Carlos Marqués-Marcet, 2017)

El nuevo largometraje de Carlos Marqués-Marcet se presentaba a todo lujo en la gala inaugural del festival que tuvo lugar en el Teatro Lope de Vega. Nosotros pudimos verla horas antes en un pase de prensa que daba el pistoletazo de salida a la Sección Oficial. Tengo que decir que la experiencia fue en general buena.


El realizador español había debutado tres años antes con 10.000 Km., una película sobre una pareja que vive separada la distancia que señala el título. Con Tierra firme, Marqués-Marcet sigue indagando en las relaciones entre personas, de igual o de distinto sexo, aunque en esta ocasión el ámbito sea tan limitado como el de una pequeña barcaza:

Kat (Natalia Tena) y Eva (Oona Chaplin) son dos lesbianas que viven su amor navegando por los ríos de Inglaterra. La llegada de un amigo de ambas, Roger (David Verdaguer), cambiará las cosas porque entre él y Eva hay un plan: Eva quiere ser madre. Kat no recibirá con agrado la noticia y el conflicto les estalla en la cara a los tres.

Una trama no demasiado original, con personajes si se quiere estereotipados, pero que funciona bien gracias a la hábil dirección del joven director. Marqués-Marcet utiliza el humor para introducir la historia y hacerla agradable al espectador, y dirige con soltura a sus protagonistas (de su ópera prime repiten Natalia Tena y David Verdaguer), todos muy creíbles, con la sorpresa de la madre de Eva en la ficción y en la vida real: Geraldine Chaplin.


El director eleva la calidad del filme cuando gestiona los silencios y recurre a largos travellings. También con el recurso de la metáfora ––evidente, pero eficaz–– que enfrenta la difícil vida en un barco (por lo estrecho, por el movimiento, y porque les obliga a cambiar de lugar cada dos meses) frente a la más estable de tierra firme. La primera opción de vida es la elegida por Kat que quiere continuar con la insegura aventura, navegando junto a su amada; la segunda es la ansiada por Eva, que sueña con su maternidad instalada en un piso con una vida más convencional.

A pesar del tramposo final, Tierra firme supera la media de los dramas españoles que intentan hacerse paso entre la oferta de género. Oferta que busca la rentabilidad ––por fin–– en el nuevo y prometedor cine patrio. Una industria que parece recuperarse, donde debería caber de todo, cine comercial y cine de autor.





EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO (The Killing of a Sacred Deer, Yorgos Lanthimos, 2017)

Otra sección que arrancaba ayer en el festival fue la siempre atractiva EFA (European Film Academy), películas ya reconocidas a lo largo del año en diferentes certámenes y que optan por los premios de la Academia Europea de Cine. Por cierto, las nominaciones las conoceremos hoy.


De todas ellas, una de las más esperadas es la nueva propuesta del director griego Yorgos Lanthimos que viene con el premio al mejor guión en Cannes. Habitual en el festival de Sevilla (Canino, Alps, Langosta), el realizador heleno tiene multitud de seguidores como demuestran las largas colas a la entrada de El sacrificio de un ciervo sagrado, y el cartel que anunciaba en las taquillas que se habían agotado las entradas.

Lanthimos nunca defrauda. Con su nueva película vuelve a dar un giro a un estilo cuyo fuerte es la originalidad. Singularidad que ahora se fabrica paradójicamente con elementos sueltos de otros directores:

Steven (Colin Farrell) es un cirujano de prestigio que lleva una vida de lujo, casado con Anne (Nicole Kidman) con la que tiene dos hijos. Al mismo tiempo, Steven mantiene una extraña relación con un adolescente de 16 años. El joven ejerce cierto poder sobre él, y pronto le obligará a tomar una decisión que pondrá en peligro la vida de sus seres queridos.


Entre la tensión de una película de Haneke o Kubrick (hay planos de Nicole Kidman que remiten a Eyes Wide Shut, y otros de todo el elenco que nos llevan a Funny Games) y el surrealismo de Roy Andersson (los pasillos de ese hospital y toda la trama en sí) navega la nueva cinta de Lanthimos que, no obstante, conserva integra toda la personalidad del director porque el conjunto resulta único.

Lanthimos no es sólo original, es un director completo. Lo es porque usa todos los recursos disponibles para obtener el resultado que desea: así, distorsiona la imagen de forma nada gratuita; desdramatiza a los actores al máximo (en especial a la pareja protagonista, donde repite Colin Farrell que ya colaboró en la excelente Langosta) para tensionar su interpretación hasta hacerlos explotar; o utiliza los sonidos, la música, como elemento catalizador que refleje las diferentes pulsiones.

El realizador ya forma parte de ese selecto club de directores ––como los tres citados: Haneke, Kubrick, Andersson––, muy reconocibles como autores de sus películas donde  incluir su nombre en los créditos se nos antoja innecesario. Sin duda, este es el caso de El sacrificio de un ciervo sagrado.






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